Netanyahu está convencido que sigue las reglas de gestión política de Kissinger. Sin embargo, su conducta política ha producido caos tanto para Israel, como para la órbita de países occidentales y además ha puesto en tensión o incluso en punto de fractura los valores esenciales que definen la tradición occidental más allá de su estructura de países. Y si ha producido caos, hay una cosa clara: no entendió a Kissinger, aunque lo crea.

Netanyahu ha sintetizado tres tesis políticas, algunas de ellas contradictorias entre sí. Las exponemos.

La primera es la tesis de un acto estructurante de un nuevo orden: Esta tesis sugiere que un excedente de intensidad en la acción (sobre todo desde la violencia), puede generar un nuevo orden. Es una tesis que ha seducido a las izquierdas en la historia y, sin ir más lejos, es la tesis de la revolución.

La segunda es la tesis de la revelación: el surgimiento intempestivo de una nueva estructura, una especie de deus ex machina, un fenómeno salido de la nada, situación que ha seducido a las religiones mesiánicas. Convencidos de que saber leer el momento es la clave para encontrar la llamada divina, muchos han ocurrido (religión tras religión) a hacer carne el llamado de los dioses. Al final se encarna, pero normalmente solo en muertos.

Finalmente, la tercera tesis es la que dice que hay una subespecie dentro de los actos violentos que tiene una gran virtud organizadora, que es capaz de producir un orden. Esta idea ha seducido a sectores conservadores en toda la historia. Kissinger sostuvo esta doctrina para situaciones excepcionales donde el equilibrio de poderes no garantizaba un orden.

Es difícil encontrar a alguien que haya reunido todas estas tesis en una. Pero existe, su nombre es Benjamin Netanyahu, cuya estrategia será revisada en un par de décadas como una catástrofe.

La respuesta de Netanyahu al atentado de Hamás ha sido deliberadamente desproporcionada en el marco de las tres tesis anteriores. Amalgamar las tres rutas en una sola sería una genialidad si no se tratara de un diseño en fórceps, artificial y basado en oficinas de inteligencia sin un diseño político estratégico superior. Trataremos de explicar todo esto.

Un momento estratégico

Vivimos hoy en un mundo de estructuraciones, es un momento estratégico. Provistos de un pasado reciente en el que todo parecía resuelto, nuestros líderes se aproximan a ser lo que Kissinger llamaba ‘empiristas’. Es decir, esos líderes que básicamente siguen los hechos y se adaptan a ellos. Kissinger sentía cierta molestia cuando observaba a John Kennedy al respecto, aunque hoy un líder de esa naturaleza sería más bien un estratega. La decadencia en este ámbito no es solo relevante, sino además notoria.

A fines de los sesenta, Kissinger trabajó en un escenario donde el tablero de ajedrez era crucial: eran los últimos años de la guerra de Vietnam, Estados Unidos comenzaba una vía de diálogo político con la China comunista, ocurría el genocidio en Camboya, las negociaciones entre Estados Unidos y la URSS aumentaban, mientras en esta última se fortalecían los nacionalismos; el mundo era un hervidero y las guerras civiles y golpes de Estado se acumulaban por América Latina, medio oriente y oriente.

Y en medio del tablero, Estados Unidos sumido en una crisis política con Nixon debilitándose de modo constante.

Lo cierto es que el escenario actual no es demasiado distinto.

Una gran crisis global en 2008, dos coyunturas de grandes protestas a nivel mundial en 2011 y 2019, una pandemia de tres años, Estados Unidos perdiendo capacidad hegemónica a gran velocidad, la dupla China-Rusia fortaleciéndose, el crecimiento y fortalecimiento del Islam, dos escenarios bélicos que comprometen directamente las fronteras geopolíticas de Occidente (Ucrania, Israel) y numerosas estructuraciones económicas y comerciales (legales e ilegales) que cuestionan las estructuras vigentes (he aquí las plataformas digitales globales, he aquí el narcotráfico, he aquí las criptomonedas).

Incluso han surgido especies humanas novedosas, como los conservadores disruptivos, es decir, gente que quiere conservar el orden vigente moviendo el avispero (algún día hablaremos de ellos).

Pues bien. En momentos como este es evidente que no son útiles los ‘empiristas’ de Kissinger. Es un momento para aquellos que tienen una perspectiva donde cada jugada cabe en unas reglas del juego amplias. Esta era la perspectiva que Kissinger defendía a la hora de hacer política exterior y cuando corresponde estructurar una posición geopolítica.

Benjamin Netanyahu no es un estratega

Benjamin Netanyahu es un líder que ha conseguido sucesivos triunfos en Israel y en política exterior. Ha sido un jugador hábil, duro y resistente. El atentado de Hamás habría sido inmanejable para muchos líderes del mundo, ya que la razón de la existencia de un liderazgo como el de Netanyahu es que no le pase eso a Israel. Y aconteció. Pero en pocos días Netanyahu consiguió estabilizarse.

Su tesis es la capacidad ordenadora del excedente de violencia en la respuesta. La magnitud de la respuesta, asume, ordenará el escenario. Y esa es una idea que también proviene de Kissinger: decisiones firmes, de gran magnitud, permiten inocular orden en el escenario, modificando la dinámica política o militar.

Pero Netanyahu no es un estratega. Es el típico líder que capitaliza la radicalización del escenario: ya que los rivales se han tornado extremos, solo una respuesta de alta intensidad podrá detenerlos. Son líderes para momentos de conflicto álgido y dificultad. Y en ese espacio, Netanyahu fue todo lo líder que se puede ser. Y claro, bajo la lógica de la radicalización constante, podría pensarse que Netanyahu seguirá siendo importante por no haber espacio para otro tipo de liderazgo.

Sin embargo, un líder propicio para un escenario de radicalidad puede caer sin que nadie lo destrone. Es el misterio de la política y no es infrecuente en medio de escenarios en el que se barajan las cartas de nuevo, Netanyahu cree que las cosas no han cambiado en una o en dos décadas. Su doctrina se basa en convicciones que considera absolutas:

1. Estados Unidos no puede dejar de defender Israel pues es su cabeza de playa en Medio Oriente.

2. Estados Unidos es y seguirá siendo el actor principal de la estructura política mundial.

3. Estados Unidos es capaz de sostener la legitimidad de sus actos mediante un sistema de medios y una industria cultural sin contrapeso.

Las tres premisas en las que se basa Netanyahu son, al día de hoy, discutibles.

Respecto a la primera, Estados Unidos no puede defender a Israel sin la complacencia de Europa y depende completamente de la OTAN para poder operar y legitimar sus actos. Si bien esta estructura política no se caerá como un castillo de naipes, las convicciones de los países europeos se han mermado y la importancia de la relación comercial con China está afectando a muchos actores en el mundo.

Estados Unidos no ha sido útil para detener el islamismo que preocupa a Europa, más bien ha sido un jugador torpe que ha hecho crecer el islamismo con sus acciones. No fue el islam el que reconquistó los países que habían avanzado hacia el laicismo, sino que fue Estados Unidos el que fue a actuar a Medio Oriente generando disrupción y caos apenas se enfriaba el cuerpo de la URSS. Europa necesita la protección de Estados Unidos, pero ya no se siente segura con ella.

Hay un agravante a la hora de desmentir la convicción número uno. Estados Unidos ha abandonado tres guerras sin que se terminasen, dejando a sus aliados locales sin apoyo, dos de ellas recientemente.

El primer caso fue Vietnam, el segundo fue Irak y el tercero Afganistán.

Y eso no es principalmente un problema ético o un socio poco confiable: más bien habla de su incapacidad de planificación, sobre todo en los dos casos del siglo XXI, en los que ambas guerras no parecen haber estructurado ninguna virtud significativa.

Respecto a la segunda aseveración, es bastante claro que China está logrando muy rápidamente ser el principal socio comercial del grueso de los países del mundo y ser al mismo tiempo el socio político preferente. África ha pasado, en un año, a ser completamente afín a China, al punto de denostar y ofender a sus visitantes políticos occidentales.

Por supuesto Asia está con el gigante asiático (con excepciones muy limitadas) y la influencia china en Oceanía es ya muy importante. En América Latina el avance chino es significativo, pero aún hay disputa y Estados Unidos busca mecanismos para defender su posición. Esto redunda en un continente en juego, sin un ganador previsible, aunque China demostró una fortaleza importante al mantener su peso específico en Brasil incluso en el gobierno de Bolsonaro.

Respecto a lo tercero, el poder de Estados Unidos ha decaído notoriamente. La tesis del soft power ha tenido un rendimiento ruinoso en el caso ucraniano. La Unión Europea ha tenido que reivindicar una política de acoso sin armas a Rusia que ha sido completamente ineficaz.

Es cierto que la capacidad de Estados Unidos para articular actores mediáticos y para ordenar el ecosistema de empresas occidentales, suman una capacidad de despliegue nunca antes vista, pero el impacto real de esa articulación es más bajo que antes. Y todos lo saben.

De reojo todo el sistema mira hacia China, a sabiendas que es cuestión de tiempo para que tome control. No en vano Kissinger fue a China antes de morir, para mostrar el camino que le queda a Estados Unidos, sugiriendo entonces la posibilidad de un equilibrio de mediano plazo sin desgaste conflictivo.

Todo esto indica que la tesis de Netanyahu es propia de un actor que lee mecánicamente el fenómeno del orden mundial, sin comprender que este proceso internacional está más cerca de un escenario termodinámico.

Volvamos a Kissinger, que no puede ser considerado un blando

Para Kissinger es evidente que la acción violenta tiene sus límites. Fue muy claro en sus obras en señalar que bajo ciertas condiciones la acción radicalizada no produce orden, sino caos. Y una de las maneras en que esto se produce es la pérdida de apoyos en la comunidad internacional. Pues bien, hace ya bastante rato que las acciones de Israel han puesto en tela de juego el poder global de Estados Unidos. Y la principal potencia se enfrenta a una cuenta que no desea pagar, con justa razón por lo demás.

Netanyahu ha jugado con el fenómeno más complejo de la política: la legitimidad.

El 16 de octubre de 2023 lo escribí en este mismo espacio: Netanyahu solo puede caer. No hay margen.

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La caída de Netanyahu Lunes 16 Octubre, 2023 | 09:58

La Corte Penal Internacional ha solicitado una orden de arresto para Netanyahu. Es cierto que dicha corte no ha sido reconocida por todos los países, pero sí por la mayoría. Irónicamente retiraron su firma Estados Unidos y Rusia. Pero Europa se enfrenta a un problema: ¿desconocer el camino emprendido de esta corte o ratificarlo cueste lo que cueste? No es nada fácil.

Alemania ha tenido discursos dobles, señalando en principio que debe detener a quien tenga una orden de arresto si pisa su territorio; pero luego criticando la simetría con la que se trató a Israel y a Hamás, siendo el segundo un grupo terrorista.

Contrario a lo que parece, la emergencia de una crisis de conceptos suele ser bastante importante en la actividad política. Las ‘meras palabras’ son a veces muy relevantes. Y en este caso la confusión alemana y la incomodidad europea en general, con países que se han definido por activar el reconocimiento de Palestina como estado; son señales de que el avance militar de Israel está siendo inversamente proporcional a la evolución de su peso político.

Netanyahu pensó que su acción armada produciría orden

El ‘orden’ no es solo el resultado de la represión o sanción. El orden es el resultado de una estructura normativa, de una base valorativa, de un set de convicciones compartidas. Un orden social no es un conjunto de ciudadanos mustios que ‘entienden un mensaje’ y se someten. Hay un mínimo de justicia y razonabilidad en todo orden aceptable para los dominados. Y en ese mínimo existe la legitimidad.

Netanyahu pretende apelar al apoyo occidental. Pero habla de Occidente como un conjunto de países, no como una tradición normativa y valorativa.

Si Occidente es una estructura económica, China también.

Si Occidente es una tradición intelectual, China también.

Si Occidente ha construido una tradición institucional, China también.

Si Occidente respeta sus principios provenientes de esa tradición intelectual e institucional, solo entonces podrá marcar una diferencia con otros liderazgos o puntos de referencia.

China también tiene un proyecto que traduce lo intelectual en política, por cierto. Pero no es un proyecto que pretenda la universalidad. Occidente, en cambio, sí ha buscado esa ruta y es ella la que lo define. ¿Puede desatenderse de ello cuando le resulta incómodo? La verdad es que no. Y si lo hace, sencillamente habrá pulverizado su proyecto.

Si Occidente pretende una superioridad de su tradición intelectual e institucional, debe demostrar la coherencia de ambas. Si las convicciones más caras de Occidente han sido el valor de la democracia y el de los derechos humanos; ¿puede el líder de Occidente (Estados Unidos) desconocer los usos transnacionales del derecho y de las normas democráticas?

La victoria a cualquier costo

Benjamin Netanyahu ha gobernado Israel con una visión basada en la doctrina de Henry Kissinger: la idea de que el triunfo ante todo es el camino hacia la legitimidad. Esta estrategia, centrada en la victoria a cualquier costo, ha llevado a Netanyahu a tomar decisiones políticas y militares controvertidas con la esperanza de consolidar su liderazgo.

Sin embargo, esta doctrina ha demostrado ser una espada de doble filo, atrapando a Netanyahu en una crisis de legitimidad que no solo amenaza su posición, sino que también pone en riesgo la causa israelí en su totalidad.

La premisa fundamental de la doctrina Kissinger es que la victoria en el campo político y militar puede traducirse en legitimidad y estabilidad. Netanyahu, tomando esta filosofía como guía, ha buscado constantemente mostrar fuerza y resolución, a menudo priorizando los logros visibles sobre el consenso interno o el respaldo internacional.

Sin embargo, la realidad política contemporánea de Israel y su entorno ha mostrado que esta estrategia tiene límites claros y peligrosos. Internamente, las políticas de Netanyahu han polarizado a la sociedad israelí. Sus movimientos hacia la derecha, sus alianzas con sectores ultranacionalistas y las polémicas reformas judiciales han generado un descontento significativo y protestas masivas. Estas acciones han debilitado la cohesión social y han erosionado la confianza en el gobierno.

La legitimidad no se obtiene únicamente mediante victorias electorales o militares; requiere también de un amplio apoyo ciudadano y la percepción de justicia y equidad, aspectos que Netanyahu ha descuidado.

Externamente, la situación es igualmente precaria. La relación especial entre Estados Unidos e Israel, fundamental para la seguridad y la diplomacia israelí, está mostrando signos de tensión. La administración estadounidense, aunque sigue siendo un aliado crucial, enfrenta sus propios desafíos internos y externos que limitan su capacidad para sostener incondicionalmente a Israel.

Netanyahu es un soldado, no un estratega

Las protestas en el ambiente universitario han planteado una herida de legitimidad muy importante para Estados Unidos. Por lo demás, en el escenario intelectual, donde Israel siempre ha sido muy relevante, hoy se encuentra en problemas evidentes. En varios foros globales ha tenido que afrontar situaciones incómodas y ha mermado su capacidad de construir nuevas alianzas.

La crisis de legitimidad de Netanyahu no es solo un problema personal o político; es un riesgo estratégico para Israel.

El triunfo a toda costa no ha proporcionado la legitimidad y estabilidad esperadas; en cambio, ha desencadenado una crisis que podría tener repercusiones duraderas para Israel. Que la palabra ‘genocidio’ aparezca de manera frecuente en la discusión europea para referir a la acción israelí es exactamente el punto opuesto en el que Israel se había situado durante décadas.

Netanyahu es un soldado, no un estratega. Y el equilibrio más difícil de la historia no se logra moviendo el avispero.

Netanyahu no tiene plan B.