Nuestra alicaída esfera pública ya está lo suficientemente degradada como para no advertir los riesgos de lecturas reduccionistas que obstruyen una comprensión compleja de nuestro conflictivo pasado.

En columna publicada en BioBioChile.cl el 28 de marzo, el empresario Orlando Sáenz Rojas se expresó en términos críticos sobre los dichos del presidente Boric en torno al rol y la historia de uno de los partidos de su coalición gobernante, el Partido Comunista de Chile.

En concreto, Sáenz le enrostró tres aspectos que a su juicio el mandatario no entendería en virtud de su juventud:

1) Que en Chile existe un “anticomunismo visceral”.
2) Que no hay partido más vilipendiado que el PC.
3) Que no dudaba del compromiso democrático de dicho Partido.

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Una cuestión de cultura Jueves 28 Marzo, 2024 | 06:30

No es mi intención aquí defender al presidente Boric o al Partido Comunista de Chile.

Escribo estas breves líneas como estudioso de la política chilena del siglo XX para evidenciar los yerros históricos de Saénz y advertir sobre los usos de la historia en narrativas sobre-ideologizadas e interesadas que prescinden de la evidencia empírica para otros fines.

Chile ha conocido de cerca los extremos

Empecemos con lo primero. Para Sáenz, el anticomunismo sería perfectamente razonable dada la perversidad de su enemigo.

Más allá de las percepciones y experiencia del señor Sáenz al respecto, es necesaria aquí cierta aclaración conceptual: el anticomunismo no abarca toda crítica a la ideología o a las prácticas de quienes se definen como comunistas.

Por supuesto que hay un margen de cuestionamiento legítimo a ese partido, como a cualquier otro.

Estamos en presencia de anticomunismo, sin embargo, cuando existe un afán sistemático por estigmatizar, excluir, perseguir o exterminar a todos aquellos justa o injustamente asociados al comunismo.

A ese nivel, el anticomunismo ya no es una postura “razonable”, sino que se transforma en una visión de mundo que permea todo, y que ve agitadores y manipulación allí donde hay conflictividad social heterogénea y compleja.

Chile, como tantos otros lugares, ha conocido de cerca esos extremos y sus funestas e incluso criminales consecuencias.

Todo ello hace plausible la segunda afirmación que Sáenz rechaza. Más allá de las preferencias, el Partido Comunista sí es el partido más perseguido de la historia moderna chilena. Como ninguno, ha pasado por tres períodos de clandestinidad (durante la dictadura de Ibáñez en 1927-1931; bajo el imperio de la “Ley Maldita” en 1948-1958; y, por supuesto, la dictadura de Pinochet de 1973-1990, en la que el anticomunismo se transformó en una ideología oficial de Estado).

Sáenz cita, como ejemplos comparables, al nacismo de los años 1930 y el radicalismo barrido por Ibáñez en las presidenciales de 1952, pero lo cierto es que ninguna de esas colectividades fue proscrita en esos momentos ni sus experiencias se comparan con los niveles de represión y exterminio sufrido por el PC en su centenaria historia.

El asunto de las credenciales democráticas del PC es más espinudo

Es cierto que, desde su fundación en 1922, el PC adhirió al horizonte revolucionario abierto por la Revolución Rusa, y, como tal, apoyó a regímenes socialistas que no encajaban dentro de los parámetros de la democracia liberal y que llegaron a los extremos totalitarios del estalinismo.

Sin embargo, como lo atestiguan un nutrido conjunto de investigaciones, existió una permanente tensión entre ese tipo de adhesiones y una práctica política local que tendió a la incorporación dentro del sistema democrático de la época.

En ese sentido, no es posible entender la “vía chilena” de la Unidad Popular, un intento radical y original por articular democracia y socialismo, sin el aporte teórico, estratégico y práctico del PC.

Lo mismo vale para otros partidos.

Sería reduccionista e injusto negarle toda inclinación democrática a la derecha conservadora y liberal por su adhesión al franquismo español, o a la derecha actual en virtud de la “Declaración de Principios” de la dictadura de marzo de 1974.

Más que otorgarle esa credencial democrática a un partido a partir de uno u otro documento escogido sin mayor rigor, sería mejor observar trayectorias históricas a largo plazo, en las que el PC mantuvo una línea de adhesión al libre juego democrático.

Sólo la feroz represión de la dictadura de Pinochet los llevó, por algunos años, a “cambiar de línea” hacia la lucha armada.

En suma, si bien el rol del PC y del presidente Boric son objeto de legítima discusión y debate, no es sano ni recomendable usar la historia de manera antojadiza y selectiva, sobre todo cuando hay tantos historiadores e historiadoras que se han esforzado al investigar y escribir historia política en libros, artículos y otros formatos.

Nuestra alicaída esfera pública ya está lo suficientemente degradada como para no advertir los riesgos de lecturas reduccionistas que obstruyen una comprensión compleja de nuestro conflictivo pasado.