En homenaje a Belisario Velasco (1936-2023) mi columna de esta semana la ocupará una larga y profunda conversación sobre su vida que tuvimos en su casa el 18 de octubre de 2019 y publiqué luego en el libro “Conversaciones Contra el Olvido”. Democratacristiano desde 1958, trabajó por más de 20 años en la empresa pública ECA, fue secretario general de la Democracia Cristiana en dos periodos, comienzos de los años setenta y mediados de los ochenta, director-gerente de Radio Balmaceda desde el Golpe de Estado hasta su clausura en 1976, relegado dos veces por la Dictadura, firmante de la Carta de los 13, Subsecretario del Interior desde 1990 a 1998, embajador en Portugal desde 1999 a 2003 y ministro del Interior entre 2006 y 2008. Vaya mi homenaje al amigo y al servidor público ejemplar, Belisario Velasco.

En esta ocasión tenemos a una persona con muchos récords en la vida, probablemente el más grande es haber sido el primer demócrata en pisar La Moneda después de 17 años de dictadura. Un hombre transversalmente apreciado en la política, particularmente en la centroizquierda, espacio donde se ha situado prácticamente toda su vida. Belisario, tú sabes que tienes mi admiración y respeto.

Es recíproco, Pepe, también tienes mi respeto y admiro muchas cosas de ti. También hemos hecho juntos muchas de las cosas que a mí me apasionan y que van en beneficio de la gente, del chileno común.

Quiero partir por el comienzo, por esa infancia en el Fundo San Miguel de Romeral, con caballos, con vacas, con niños, en libertad absoluta. ¿Por qué no nos cuentas cómo empezó todo?

Yo nací en Santiago, a dos cuadras de la Plaza Brasil, el año ‘36. A los dos meses, mi padre, que trabajaba en el fundo de mi abuela en Romeral, me llevó para allá porque mi mamá y mi hermana mayor de un año se habían ido a vivir al campo. Ahí viví siete años. Me crie en el campo. Todavía no sabía hablar bien y ya montaba a caballo, lo que me sirvió para poder ir a la escuela rural que quedaba en el fundo de al lado. Me iba todos los días dos kilómetros solo en mi caballo blanco. Ahí estudiaba junto con los hijos de los inquilinos, que eran una especie de siervos de la gleba, no los nuestros, porque mi padre, sin ser de izquierda, era liberal, tenía gran cariño por la gente y un trato sensacional. La situación general de los inquilinos cambió completamente con la reforma agraria. El mayor logro de la reforma agraria fue la dignidad de los campesinos.

A los que tú conociste muy temprano en tu vida.

Claro. Junto a los hijos de los inquilinos aprendí a leer y a escribir. A saber más o menos quién era Bernardo O’Higgins y Arturo Prat.

La historia te gustó desde chico.

Cierto, siempre me gustó la historia, me sigue apasionando. De pequeño llegaba de vuelta a la casa a preguntarle a mi mamá o a mi papá, que eran los únicos que sabían. Mi papá andaba a caballo en los potreros de la hacienda viendo los animales. Había vacunos, teníamos lechería, se hacían quesos, se plantaba trigo y unas cerezas que eran las mejores de toda la zona. Ahí aprendí las primeras letras y a jugar con los hijos de los campesinos.

Estabas solo con una hermana, la que escribe poesía.

Isabel, que fue la primera mujer presidenta de la Sociedad de Escritores de Chile, la SECH.

Después vino una larga trashumancia. Cuando tu papá deja de administrar el fundo, se van a Antofagasta, después a Santiago, luego Curicó, más tarde el Patrocinio San José, el “Presidio Don Pepe”, como le decías tú. Pero siempre en colegios católicos, sean jesuitas, salesianos o maristas. Tu formación es muy católica.

Mi madre era muy católica. Mi padre también pero menos observante que mi madre. Yo puedo rezar completa de memoria la larga oración del mes de María, porque mi mamá en noviembre tomaba a mi hermana, a mí y a mis dos hermanos menores, y nos hacía rezar todos los días durante el mes de María. Yo, como el mayor de los hombres, llevaba la voz cantante.

Aparte de ese automatismo que está en el disco duro, ¿cómo andamos con la fe? ¿Y tu relación con la Iglesia? En tu autobiografía cuentas incluso de un acoso del que fuiste víctima.

Un acoso sexual que sufrí en Antofagasta. El rector me llamó una vez a su oficina, tenía 8 o 9 años, cerró la puerta, empezó a preguntarme qué me parecía Antofagasta y después quiso llegar a los genitales. Yo, que venía del campo, le pegué un puñete, le dije que lo iba a acusar a mi papá y salí corriendo. Nunca más me llamó. Lo ocurrido me perturbó mucho, siempre traté de olvidar el nombre y el hecho. Aunque el hecho no se olvida nunca, el nombre se me olvidó y ya no importa. Él debe haber muerto, tenía 9 años y él debe haber tenido más de cincuenta.

¿Cómo ha evolucionado tu relación con la Iglesia y con la fe?

Creo en un Dios, Alá o el Dios nuestro, el Dios de los católicos. Lo perdí por un tiempo, pero lo volví a encontrar más adelante, cuando estaba relegado y tenía tantos días y tantas noches solo, con tanto tiempo para pensar. Ahora me he alejado de la Iglesia por lo que ha hecho y lo que ha dejado de hacer, y porque promueve cosas con las que no estoy de acuerdo. No sólo en el asunto de la sexualidad. Impedir, por ejemplo, que las mujeres tengan alguna representación. Al que nombraron hace poco vicario de Santiago, Monseñor Cristián Roncagliolo, a propósito de este debate, dijo que había que respetar a Cristo, que no tenía mujeres en la última cena. Tienen que ponerse al día. Tampoco me gusta cómo se comporta en el ámbito económico, aparece como una transnacional, la más grande, la más rica. No me gusta lo que he visto en estos 83 años, que he visto bastante. Por eso estoy alejado de la Iglesia, sin desconocer que curas como el que acaba de morir, José Aldunate, son un ejemplo. Hay curas que viven su misión y realmente lo hacen. Pero hay una gran mayoría que no. Lamentablemente esa gran mayoría está también en Roma, en el Vaticano.

A los 17 te viste obligado a dejar el liceo y entrar a trabajar. Si no hubiera ocurrido esa situación que te forzó a abandonar tus estudios, ¿Cuál habría sido tu vocación académica?

Habría sido abogado. Abogado vinculado a la cosa social, que siempre fue lo que más me interesaba, lo que me marcó más adelante en la Empresa de Comercio Agrícola, la ECA.

Entraste al Inaco, que en 1960 pasó a ser la ECA, una institución -aunque a la derecha de hoy le parezca inverosímil- creada por el presidente Alessandri para controlar precios y asegurar distribución y abastecimiento.

Había empezado como oficina reguladora del precio del trigo, porque el trigo se cosecha desde Coquimbo hasta Puerto Montt en sólo 90 días, entonces toda la oferta llega en ese corto periodo a los molinos, que entonces eran 150 en todo el país. Como los molinos eran los únicos compradores, en sus romanas se fijaba el precio y el peso. Como en las pulperías en la época de las salitreras. Esta oficina venía de tiempos de Arturo Alessandri y su hijo Jorge terminó de consolidarla creando la Empresa de Comercio Agrícola.

Tú entraste en el primer escalón de la carrera.

Claro. Con los gobiernos de Aguirre Cerda, Juan Antonio Ríos, el vicepresidente Alfredo Duhalde que lo reemplazó al fallecer, y Gabriel González Videla, se había llenado de funcionarios radicales. Y uno que otro socialista por ahí. Yo entré cuando Ibáñez Del Campo le acababa de ganar a Arturo Matte Larraín. Como no tenía título profesional ni técnico, ingresé al último grado del escalafón administrativo. Primero entré a una oficina que dirigía una mujer, me acuerdo, cosa rara para la época. Después pasé a contabilidad, donde se aprende el “debe y el haber”, lo que fue y sigue siendo fundamental en mi vida. De ahí empecé a circular por diferentes secciones donde me necesitaran.

Hiciste más tarde un curso que impartía la propia ECA, que no tiene reconocimiento universitario, pero te permitió entrar a la planta profesional y técnica. Ocupaste cargos directivos también.

Tuve el cargo más alto de la ECA nombrado por la Contraloría, lo máximo que se podía ascender, porque el presidente y el gerente general eran cargos de exclusiva confianza, nombrados por el presidente de la República. Yo llegué a ser gerente comercial, tanto en lo interno como externo.

Un día me contaste una anécdota de esa época, recién ingresado a la empresa, cuando te llama Ibáñez a su oficina, ya no era el General sino el presidente Ibáñez, para entregarles una misión muy especial a ti y a un compañero.

Llevaba 2 años en el INACO cuando me llama la secretaria del vicepresidente, que era nombrado por el presidente de la República. La señora Cristi me dice que su jefe necesita verme a las 4 de la tarde, me asusté porque estaban echando gente todos los días. Había sido uno de los principales eslóganes de campaña el de “la escoba” para echar radicales del Estado. Llegué a la reunión con él y estaban esperando otras dos personas, jóvenes como yo, que tenía 18 años, pero militantes agrario-laboristas, que era el partido que apoyó a Carlos Ibáñez del Campo.

El vicepresidente nos dice que el presidente Ibáñez quería hablar con nosotros, que él mismo nos explicaría el motivo, él sólo nos dijo que esperaba que cumpliéramos y dejáramos bien puesto el nombre de la empresa. A las 5 de la tarde debíamos estar en La Moneda por la puerta de Morandé. Cuando nos recibe en su oficina, el presidente nos ofrece un té, nos explica todo el problema de Palena y las discusiones con Argentina respecto a los límites. Ésa era una de las prioridades de Ibáñez, tenía un sentido de la geopolítica muy desarrollado. Nos explicó que al año siguiente vendría una comisión inglesa designada por el Rey de Inglaterra, que en ese tiempo eran los árbitros, por lo que era necesario reforzar la presencia y soberanía chilena en ese territorio. Nos explica que en toda la zona de Palena y Futaleufú, la moneda que circula era el nacional argentino, porque se compra la harina y otras cosas fundamentales en pueblos argentinos, que quedan más cerca. Dijo que iba a abrir oficinas del Inaco en Palena y Futaleufú para que abastecieran a la población y no tuvieran que ir a Argentina, pero que había que actuar inmediatamente.

A uno de nosotros le dijo, “le vamos a entregar una maleta con plata chilena –contadito todo, dijo, cazurro- para que vaya a cambiarle a los colonos la moneda argentina por pesos chilenos. Se había iniciado la colonización, muchos matrimonios jóvenes se iban para allá porque el Estado les daba 100 a 200 hectáreas de tierra. Le costó muchos millones de dólares al país, pero fue una inversión, no un gasto. Es como la educación, que es una inversión. Después, al segundo de nosotros le dice que la cuestión cultural era muy importante, que el “che” argentino se pega muy fácil y con eso toda la cultura. Lo manda a entrar a las casas y cambiar por banderines de Colo-Colo, la U y Magallanes, los de Boca Juniors, River Plate o Racing, donde los vea. Que lo hiciera con mucha educación, con buen trato, que es gente de la Zona Central que se fue a la Patagonia buscando un futuro mejor y lo encontraron. Y al más joven –dijo dirigiéndose a mí- le vamos a dar la labor política. “Un caballo igual que los demás, pero también una mula mansa cargada de tarros de pintura, para que salga tempranito en la mañana a pintar lemas políticos, como “Vote por Aguirre Cerda”, “Vote por Matte”, “Vote por Ibáñez”, por supuesto, y “Vote por el Pico”, porque es una expresión chilena y de eso se trata justamente, así que póngalo textual”. Partimos los tres y estuvimos más de tres meses, incluido el tiempo de vacaciones, hasta abril, cuando comenzó a llover mucho. Volví después de algunos años en misión de la ECA, y había muchas de mis pinturas todavía en las piedras, cerros y muros de la zona.

Tu primera acción política fue ésa, la encomendada por Ibáñez. A poco andar, participaste con la Democracia Cristiana el ‘58 en la primera campaña de Frei. Cuéntanos de eso.

Participé en la segunda, tercera o cuarta línea, en realidad. Tenía 22 años cuando ingresé al Partido Demócrata Cristiano. Con un grupo de amigos habíamos formado un equipo de fútbol, “Millonarios” lo bautizamos. Jugábamos en una liga de barrio. Casi todos eran estudiantes universitarios, yo no. Además de jugar fútbol, nos juntábamos en la tarde de los días viernes o domingo a conversar y discutir. A veces éramos siete u ocho, nunca todos, pero los más amigos, los que vivíamos cerca. Discutíamos de política, de economía, del gobierno, de fútbol, de tango, escuchábamos mucho tango. Estábamos horas conversando, lo pasábamos muy bien. Entonces ellos, universitarios, eran más leídos y hablaban mucho, pero yo sabía muchas cosas de política porque en la ECA era amigo de radicales y socialistas y conversábamos con frecuencia de política. Incluso me llevaron de candidato a la dirección de la asociación de empleados y me eligieron. Entonces aprendía cosas que mis amigos no sabían. Ellos se largaban con su discurso y yo iba atrás con mi punto de vista, ponía la realidad en la conversación.

Ésa ha sido tu característica de siempre.

Yo no elaboraba discursos, hablaba de las cosas que conocía. Ésa era mi función. No era un orador ni la persona que elaborara las tesis, después sí, cuando era ya mayor, hubo ocasiones en que elaboré algunas tesis. En ese tiempo aprendía mucho con ellos, que eran universitarios y yo no. Supe defenderme. Me puse a leer a los filósofos católicos franceses Emmanuel Mounier y Jacques Maritain, también las encíclicas sociales de la Iglesia, la Rerum Novarum sobre la Cuestión Social y la Quadragesimo Anno sobre las cuestiones laborales.

Entonces me planteaba la inquietud de quién era yo en realidad. Mis compañeros de trabajo me habían invitado al Partido Radical y al Partido Socialista. Estuve cerca de entrar al Partido Socialista y no lo hice. No lo hice porque siempre he creído en Dios. Me había definido como católico, cosa que hoy día no hago. Ahora me defino como una persona creyente que ama a su prójimo como a sí mismo y no hago a los demás lo que no quiero que me hagan a mí. Entonces llegué a la conclusión de que la Falange era mi opción. Era el año ’56, después en julio del ’57 se formó el Partido Demócrata Cristiano. Debe haber sido a fines del ’57, cuando un amigo que era subsecretario de la DC, recién constituida, me invitó a participar y comencé a asistir a reuniones en una sede en la Alameda, estaban discutiendo el programa de la primera candidatura presidencial de Frei Montalva. Yo los oía hablar, estaban Renán Fuentealba, Bernardo Leighton, Julio Silva Solar, Alberto Jerez, tipos muy bien preparados, pero de repente alguno se equivocaba respecto de temas agrícolas y yo empecé a corregir cosas, no me daban pelota, pero seguía asistiendo a las reuniones. Comencé a imbuirme de las ideas. Ya hablaban de la reforma agraria. En las reuniones con mis amigos del club de fútbol empecé a roncar un poco en las discusiones políticas. No fui de los firmantes del acta de fundación del partido, pero firmé poco después y hace más de sesenta y dos años que soy democratacristiano.

¿Cómo viviste la Patria Joven?

En la Patria Joven sí que participé activamente en su organización. Fue una marcha desde Punta Arenas y desde Arica convergiendo todos a Santiago. Terminó en el parque Cousiño, con gente de todo Chile, a los que les habla Frei Montalva en ese discurso maravilloso, que termina con el niño que le pregunta a su padre quiénes son los que marchan y él le contesta que no son los democratacristianos, no son los freístas, son los mismos de 1810, los de 1879, los de 1891, son la patria. En mi vida, son dos los discursos que me han llegado al fondo del corazón, ése de Eduardo Frei y el último de Salvador Allende, que se transmitió por radio Magallanes. Son dos piezas oratorias que recuerdo porque se impregnaron en mí y se quedaron para siempre. Yo era el agente de Santiago de la ECA en el momento de la campaña de Frei Montalva, tenía 28 años, llevaba ya 10 años en la empresa, y estaba verdaderamente entusiasmado con lo que representábamos, éramos un partido muy joven, con mucho sentido de misión transformadora, mucha épica. Eso se vio en la marcha de la Patria Joven, disposición al sacrificio, pero con alegría, con mística, con vocación de futuro.

Tú en el gobierno de Frei asumiste funciones del gobierno en el extranjero, eso te llevó a China y a Cuba.

Ya había asumido algunas misiones antes del gobierno de Frei. Me habían mandado a Buenos Aires a negociar con la Junta Nacional del Trigo y con la Junta Nacional de la Carne. Cuando llegó al gobierno, Frei no tenía contacto con gente que conociera la ECA. Formamos un núcleo democratacristiano. Yo había trabajado en la elaboración del programa de Frei, en toda la parte agrícola. Nombraron vicepresidente de la ECA a José Suarez y gerente general a Hernán Edwards, pero no tenían Gerente Comercial y de Operaciones. Me nombraron a mí y empecé a operar. Iba a las negociaciones en Argentina, Uruguay, Brasil y Colombia. Después me llamó Gabriel Valdés, Ministro de Relaciones Exteriores, porque había enviado a Sergio Molina y Alejandro Hales a los países tras la cortina de hierro, porque dentro de la política de relaciones exteriores del gobierno de Frei se había acordado establecer relaciones políticas y comerciales con todos los países que le fueran útiles a Chile para iniciar un desarrollo real. Ellos fueron a Checoslovaquia, a Alemania oriental, a Polonia, pero su rol era polìtico. Eso fue el año ‘65. Entonces Gabriel Valdés me llama un día y me dice, “Belisario, tú sabes de comercio, has estado metido varios años en la ECA, has hecho comercio exterior con la carne, el trigo y el maíz, ¿por qué no te das una vuelta por esos países? porque yo creo que una cosa es la política y otra cosa son los negocios, las relaciones son fenicias. Quiero que tú vayas a esos países, veas qué necesitan, qué tienen ellos que podamos comprar e iniciemos una relación”. Partí a toda esa zona. Me conocí todos los países de la órbita socialista. Estuve dos veces en Alemania Oriental, en Rusia, en Polonia, en Checoslovaquia, en la Yugoslavia del mariscal Tito, en Rumania, etc.

Tengo una pregunta que me ha rondado hace tiempo. Tú eras de un grupo dentro de la Democracia Cristiana, una parte de ese grupo se escindió el año ‘69 con Rodrigo Ambrosio para formar el MAPU y otra parte de tus amigos se fueron el ’71 a constituir la Izquierda Cristiana. Sin embargo, tú te quedaste. ¿Qué fue lo que te llevó a no seguir a tus amigos fuera de la Democracia Cristiana?

Cuando perdimos la elección de Tomic y gana Allende, yo seguía como gerente comercial de la de la ECA, nombrado por la Contraloría. Allende nombró vicepresidente a un comunista y gerente general a un radical. Llegaron los dirigentes del MAPU y me dijeron, “mira, Belisario, tú has sido toda tu vida del grupo Rebelde, hemos estado siempre juntos, te queremos nombrar vicepresidente de la ECA -esto antes de que nombraran al comunista-, sería la culminación de tu carrera, tienes asegurado los próximos seis años. Si no quieres, te vas a la embajada en Cuba, donde yo había hecho amistades importantes cuando compraba por la ECA. Son los dos cargos que hemos hablado con el presidente Allende y está dispuesto a nombrarte.

Te consideraban como uno de los suyos.

“¿Qué condición me ponen ustedes?” pregunté. “Renunciar a la Democracia Cristiana y entrar al MAPU”, me dijeron. A los 34 años uno no hace eso. Yo tomé una decisión a los 22 años y la tomé para siempre. No me voy a ir de la Democracia Cristiana. Creo en ella, hemos hecho algunas cosas mal, pero me daría vergüenza, no podría hacerlo, me tengo que afeitar todos los días, mirarme la cara al espejo y no podría hacerlo.

¿Luego de eso te sacaron de la ECA?

Yo era, además, como gerente de ECA, el presidente de Vinos de Chile y director de la Sociedad Lechera Nacional. A todo esto, mi secretaria era Lucía Pinochet, hija de Augusto, yo no veía el futuro, no tenía una bola de cristal. Ella tenía 20 años, era muy eficiente, fue mi secretaria por más de tres años, a veces la iba a buscar al trabajo el coronel Pinochet.

Cuando asume el nuevo vicepresidente, me citó para decirme que me pedía el cargo porque lo necesitaba, que sabía que me habían ofrecido alternativas, pero yo no quería colaborar. Le dije que yo siempre iba a colaborar con el gobierno que sea, salvo que me pidan que vaya contra mis principios básicos fundamentales que son parte de mí, eso no lo voy a hacer, no por cargos. Trató de echarme, pero la Contraloría se lo impidió, entonces me mandó en comisión de servicio al Instituto de Desarrollo Agropecuario, el Indap.

Fuiste exonerado de la UP. Literalmente. ¿Eso te llevó a volver al Partido de manera protagónica?

En una época había sido gerente general de ECA un amigo mío, Felipe Amunátegui, que era muy amigo de Yarur, que quería traspasar la radio Santiago al Partido Demócrata Cristiano. También la radio Balmaceda fue traspasada a la Democracia Cristiana. Entonces, el Partido resolvió que de la radio Balmaceda un tanto por ciento de acciones iba al Partido, otro porcentaje pequeño a mí y un poco a otra persona. Y la radio Santiago igual, pero en ese caso el 40% de las acciones fueron a mi nombre. Se hizo la operación y me fui a radio Balmaceda a aprender, porque no sabía nada de radio. Estaba en eso cuando Renán Fuentealba me pidió que lo acompañara, porque él junto a Bernardo Leighton se iban a presentar en la próxima junta nacional para dirigir la Democracia Cristiana. Narciso Irureta, su presidente, era senador y estaba un poco cansado. Estaban los Guatones, cuyos lemas eran “no dejar pasar una a Allende” y “de las palabras pasaremos a los hechos”, dos frases de ese periodo que eran como la contracara de “ni la sal ni el agua” de los socialistas frente a Frei. Renán y Bernardo me dicen que quieren que sea secretario general del Partido. Yo les dije, si ellos creían que servía para eso, fantástico, les propuse a mi amigo Felipe Amunátegui para la Tesorería, porque era un tipo muy capaz y joven como yo.

Tu sector con Renán Fuentealba y el hermano Bernardo, ganaron la mesa y la conducción de la Democracia Cristiana al inicio de la Unidad Popular, buscando mantener el cauce de los cambios hechos por Frei e intentando evitar la polarización excesiva de la sociedad. Sin embargo, la polarización se los llevó por delante. La base democratacristiana se derechiza, algunos incluso claman a los militares, ustedes son derrotados en mayo del ‘73 y entregan la mesa directiva a Patricio Aylwin. Sin embargo, siguen intentando el diálogo. Tú hablas de una reunión con Luis Corvalán, entonces jefe del PC, y de otra reunión el 6 de septiembre en Tomás Moro con el presidente Allende, explorando la posibilidad de un plebiscito sobre las tres áreas de la economía. ¿Cómo vivieron ustedes ese proceso que en la sociedad llevaba a las bases de la Democracia Cristiana a polarizarse hacia la derecha, mientras que, por otro lado, el Gobierno de la UP no lograba conducir a sus partidos para encauzar el proceso de reformas, con muchos apostando a la radicalización y ustedes ahí, tratando de mediar, en un esfuerzo casi imposible?

Cuando nosotros fuimos directiva, Guatones y Chascones nos tratábamos con la verdad. Con la verdad de cada uno. Nosotros se las decíamos y les dolía. Pero igual nos iban arrinconando porque eran más. Tenían más recursos que nosotros para moverse. Les llegaban recursos de afuera. No hay que olvidar que cuando ganó Allende, en Estados Unidos se reunió Kissinger con algunos políticos y directores de medios chilenos y se entregaron 10 millones de dólares, para partir. Eso lo supimos de forma fidedigna. Esto está en los anales de la CIA, desclasificados en 2017.

Me acuerdo de un Consejo Nacional, presidido por Renán Fuentealba, el primer vicepresidente que era Bernardo Leighton y yo, que era el Secretario General, con unos 20 consejeros, entre los que estaban los senadores Juan Hamilton y Juan de Dios Carmona. Bernardo Leighton dice que “hay personas como Hamilton y Carmona que están golpeando la puerta de los cuarteles junto a la derecha”. Entonces salta Juan Hamilton diciendo, “yo no acepto que Bernardo insinúe que Juan de Dios y yo estamos en contacto con militares y con la derecha. “Perdona, Juan, perdonen señores consejeros, -dice Leighton- voy a rectificar lo que dice Hamilton, yo no he insinuado tal cosa, la he afirmado”. Así estaban los encuentros de la Democracia Cristiana hacia el final del gobierno de la UP. Eso te grafica la diferencia que había entre nosotros. Te podría citar la lista de los militares que, como Bonilla y Arellano Stark, tenían vínculos con la DC.

Nosotros estábamos en minoría y nos íbamos a ir de la mesa directiva, porque veíamos que no teníamos posibilidad de solucionar el problema. Pero la Junta nos echó. Nos presentamos y perdimos, nos ganó Aylwin holgadamente. Después en las elecciones provinciales del Partido también nos ganó.

Cuéntanos de la reunión con Allende en su casa de Tomás Moro.

Después que perdimos, seguimos trabajando juntos con Renán Fuentealba y Bernardo Leighton. La cosa estaba que ardía. El Gobierno cometió errores y los partidos que lo apoyaban también cometieron muchos errores. Le pusieron mucha bencina a lo que estaba ocurriendo y siempre había alguien para ponerle la chispita que faltaba. Se tomaban empresas que no estaban en la lista, predios que no cumplían los requisitos eran expropiados, fundos bien trabajados se los tomaban igual. Nosotros también habíamos cometido errores en la Reforma Agraria, pero entonces no estaba Estados Unidos en contra de Frei, ahora estaba la amenaza de la Organización Latinoamericana de Solidaridad, la famosa OLAS, promovida por Cuba contra el Panamericanismo impulsado por EE.UU., que no estaba dispuesto a aceptar otra Cuba en América Latina.

Nosotros seguimos trabajando internamente y tuvimos una reunión con los dirigentes del PC, que entonces eran los momios de la UP. Ahí, los dirigentes comunistas nos dicen que el golpe militar ocurriría a más tardar el 18 de septiembre, que lo sabían por su gente en las Fuerzas Armadas, especialmente en la Marina. Nos cuentan que hablaron con el presidente Allende y le dijeron que tenía que retomar la conducción reafirmando que se respetarían los derechos de los empresarios, porque los empresarios son indispensables. Nos piden, además, que conversemos con Allende, que a nosotros nos escucharía, porque respetaba mucho a Renán y Bernardo, habían sido senadores juntos. Bernardo Leighton, además, que había sido ministro del Interior y era de Nacimiento, en la región del Biobío, hizo su propia reforma agraria, les entregó el campo a los campesinos antes de la ley y se vino a Santiago. Así era Bernardo, por eso lo respetaban en todos los sectores.

Al día siguiente nos reunimos con Renán y Bernardo, ellos concluyeron que si se reunían con Allende sería una noticia muy polémica y contraproducente. Así que me dijeron que mejor fuera yo en su representación, era más prudente. Igual el presidente Allende me conocía, me iba a recibir. Así que el jueves 6 de septiembre estacioné mi auto cerca de la casa de Tomás Moro, toqué el timbre y lo esperé en el living unos minutos, mirando la buena colección de cuadros nacionales con la que pocos días después arrasarían sus vecinos. Yo había conocido a Allende en Cuba, en mi periodo de gestiones comerciales por la ECA, tenía buena relación con él. Lo respetaba, sabía de todo. Además, era un hombre que sabía escuchar. “presidente -le digo- vengo en representación de Renán, Bernardo y lo que representamos de la Democracia Cristiana”. Le conté la verdad, que habíamos conversado con los comunistas y nos dijeron lo mismo que dicen nuestros antecedentes. Yo tenía amigos en todas partes, siempre fui partidario de los informantes. Nuestros informantes, nuestros antecedentes, nuestras relaciones nos comentan que lo que dice el Partido Comunista es cierto, le digo. “A usted presidente, le van a dar un golpe antes del 18”. Me contesta rápidamente, que “no va a ser así, porque el martes 11 voy a hacer un discurso al país llamando a plebiscito para fijar las tres áreas de la economía”. Me cuenta que le encargó la intervención a Carlos Briones, su ministro del Interior, que se la tenía que entregar al día siguiente a más tardar, porque él iba a trabajar el fin de semana afinando su discurso del martes 11.

Conversamos largamente, me dijo que transmitiera sus agradecimientos a Bernardo y a Renán, reconoció los problemas, criticó los discursos de los líderes de su partido, el Socialista, que no eran precisamente alentadores para la unidad nacional, que seguían tomándose empresas que no tenían por qué tomarse, fustigó a los cordones industriales, en fin, me dijo, “diles que estoy absolutamente consciente de la gravedad de la situación y cuéntales que el martes en la mañana voy a hacer un discurso donde voy a fijar la posición de mi gobierno, voy a anunciar que aplicaré mano firme, que voy a hacer respetar las tres áreas de la economía”.

¿Te fuiste asustado o esperanzado de Tomás Moro esa tarde?

Me fui esperanzado de esa reunión, pero un poco escéptico. Llamé de inmediato a Renán y a Bernardo. Les dije que tenía un mensaje importante del presidente, así que nos reunimos esa misma noche y les conté con detalle lo ocurrido en la reunión con Salvador Allende. Los dos quedaron escépticos como yo, no escépticos de que el presidente fuera a faltar a su palabra, sabíamos que la cumpliría, sino más bien del impacto de su discurso. Por un lado, un sector importante de la UP lo rechazaría y, por otro lado, sabíamos que en la derecha estaban decididos a un golpe militar, teníamos el antecedente que era el 18 o el 17, en el ensayo de la Parada Militar.

Seguramente se anticipó justamente por la decisión de Allende de convocar a plebiscito.

A lo mejor estaban grabando la conversación con el presidente. Que el día 11 hablaría a las 12 de la mañana. No lo sé.

En La Moneda se sabía esto. Sergio Bitar contó lo mismo, que también había tenido una reunión previa, Ricardo Núñez también sabía porque el acto donde lo anunciaría era en la Universidad Técnica, de la que él era Secretario General. Había muchos en el secreto como para que no supieran los militares. Aunque se oponían Altamirano y otros dirigentes, Allende parecía decidido a hacerlo y eventualmente incluso a renunciar si perdía.

Me dijo claramente, “diles, si pierdo el plebiscito, renuncio”.

Todos sabemos lo que ocurrió. El 11 fue el Golpe con todas sus consecuencias. Tú asumiste con valentía junto a otros 12 que salvaron la cara -creo yo- de la Democracia Cristiana y se constituyeron en una especie de reserva moral de la DC por su posición frente al Golpe Militar. Lo que llama la atención es que sólo un mes después, Patricio Aylwin, presidente del Partido, que se opuso muy fuertemente a que ustedes firmaran esa carta y elaboró una carta oficial del Partido completamente distinta, te propuso ser director responsable del principal medio de comunicación del Partido Demócrata Cristiano, la radio Balmaceda, donde viviste lo que tú has descrito como uno de los mejores periodos de tu vida o, a lo menos, uno de tus mayores aportes a la causa democrática.

Efectivamente, es el período que más me enorgullece, esos tres años seguidos como director gerente de radio Balmaceda, periodo en el que debo haber estado detenido en unas cinco ocasiones.

Aylwin me conocía. Éramos amigos antes, me había ofrecido ser diputado en la región del Maule, donde él era senador, pero no tengo ese gen, ser político y ser parlamentario son dos cosas distintas. A mí me gustaba hacer cosas. Teníamos buena relación con Aylwin, aunque había discrepancias porque yo era rebelde y él oficialista desde siempre. Me llama un día a su casa, la misma donde vivió muchísimos años y en la que falleció, yo voy sin saber de qué se trataba. Allí me cuenta que José De Gregorio -padre del exministro de Economía e importante dirigente de la DC en tiempos de Frei Montalva- no está en condiciones anímicas de seguir conduciendo la radio, que es el único medio de comunicación que manejamos y aparece como la voz de la Democracia Cristiana. Me recordó los meses que estuve dirigiendo la radio antes de ser Secretario General del Partido, que la conocía por dentro y varios camaradas le habían dicho que yo sabía hacer ese trabajo. Me pidió derechamente que me hiciera cargo como director responsable. Yo le dije que tendría problemas con su sector, que iban a protestar por poner ahí a alguien de los chascones. Me dijo, “tengo confianza en ti, Belisario, que no vas a hacer de la radio un elemento de los chascones, quiero un medio de comunicación humanista cristiano y humanista laico que se preocupe de los trabajadores, pero con el criterio suficiente para que no lo cierren al día siguiente”. Acepté la responsabilidad que me encargaba, diciéndole que no iba a hacer de la radio un instrumento para favorecer mi posición dentro del partido y tampoco las de la DC o de la oposición, sino un medio que transmita el humanismo sin apellido y se preocupe de los trabajadores y de tantos que entonces no tenían voz, todo eso con prudencia.

La tarea era casi imposible, porque tú estirabas un poco el elástico y te suspendían las emisiones o te clausuraban por un tiempo. De hecho, el ’76 te mandaron relegado a Putre y el ’78, después de la Consulta para negarle el ingreso a la delegación de derechos humanos de Naciones Unidas, volvieron a relegarte a Parinacota. Terminaste en Putre recibiendo confesiones en la misa dominical.

Recuerdo que Carlos Figueroa, entonces presidente de la Asociación de Radiodifusores, Archi, le envió una carta al Gobierno de Pinochet para que no sancionaran a la radio, sino solamente a los responsables políticos, o sea, a mí. Y así fue. Yo iba a comer con Tomaso De Vergottini, embajador de Italia, a esas alturas un turista con visa vencida, como decían desde el Gobierno, cuando me detienen en el camino. Era la Policía de Investigaciones, ellos mismos me decían que había tenido suerte, que si hubiera sido la Dina me llevaban a otra parte. Me condujeron esposado a una oficina en calle Huérfanos donde me permitieron usar el teléfono, llamé a Martita Caro para que avisara a mi familia y al Partido. De ahí al cuartel de Investigaciones donde pasé toda la noche y al día siguiente me llevaron al aeródromo de Tobalaba. A toda la gente que pude encontrar en el camino le gritaba que era Belisario Velasco, director gerente de Radio Balmaceda. Estábamos en el aeródromo cuando pasa un general de Carabineros y le digo quién soy, que me quieren subir a ese avión, que me van a tirar al mar. El tipo volvió minutos más tarde a decirme que me subiera tranquilo, que me llevaban a Arica. Cuando llegamos había unos cincuenta soldados rodeando el avión, yo pensaba que habíamos coincidido con la llegada de alguna autoridad, pero era por mí, considerado un peligro para Chile, una de las razones oficiales por las que me relegaban.

Y terminaste haciendo misa, amigo del cura, llenando la iglesia de feligreses con tus sermones.

El cura era un jesuita, Miguel Ángel Díaz, debe haber sido muy poco mayor que yo, que andaba justo en los 40 años. A pocos días de haber llegado lo conocí, él sabía quién era yo, me cuenta que le tocaba visitar como 14 iglesias en la zona, por lo que no podía estar con mucha frecuencia. De hecho, me pidió que me hiciera cargo de las celebraciones de Semana Santa, porque él iba a visitar otros pueblos y se armaban unas fiestas enormes donde había de todo, menos santidad. Yo le dije que no podía aportar mucho de santidad, que tenía 4 hijos y había anulado mi matrimonio, que no le debía fidelidad a nadie. “Todos somos así -me dijo-, sólo te pido que converses con la gente, que cuides su buen comportamiento y prepares a los niños para la primera comunión”. Me dejó muchas ostias consagradas, las metió al sagrario y me pasó las llaves de la iglesia. Al domingo siguiente toqué las campanas para la misa, llegaron como 9 señoras, familiares de los pastores, a escuchar mi lectura de los evangelios, después fue aumentando la concurrencia dominical hasta que terminé predicando con la iglesia llena de gente.

Se encariñaron contigo y tú te encariñaste con Putre al punto que volviste con tu hija a hacer la primera comunión en esa iglesia, con el cura Miguel Ángel.

Cuando les dije a los niños que preparaba para la primera comunión que me volvía a Santiago, muchos se pusieron a llorar. Entonces, les prometí que volvería con Ana María, la menor de mis hijas, y mi hijo más chico, Felipe, a que compartieran con ellos su primera comunión. Cumplí mi promesa. Fue maravilloso ese reencuentro con los niños y la gente del pueblo.

El periodo en la radio Balmaceda duró 3 años, casi hasta el cierre definitivo, digo casi, porque antes que la clausuraran los militares te clausuró la Democracia Cristiana.

Me mandó una carta Patricio Aylwin para anunciarme mi salida del cargo, yo se la contesté ese mismo día. Al día siguiente me llama y me dice, “olvídate de la carta, vuelve a tomar tu cargo”. Mi respuesta a su carta anunciando mi salida de la radio había sido dura. La presión era muy fuerte, yo encabezaba un equipo grande, con mucha mística.

La gente no se acuerda mucho, pero durante los dos siguientes años al golpe, ’74 y ’75, las radios Cooperativa y Chilena aún no cumplían el rol que jugaron en la fase siguiente, la única voz de resistencia política era la radio Balmaceda.

En ese momento en Chile había muchas cosas bien terribles de las que hablábamos en la radio. La dictadura había creado el Programa de Empleo Mínimo, el PEM, donde se ganaba una miseria a cambio de trabajos bastante inútiles. Además, tenían que pagar la movilización y en eso se les iba buena parte del salario, que era mínimo. Como hoy día, porque 30 pesos por cuatro veces al día es mucho. El año 1949, tenía 13 años y me acuerdo, fue la Revolución de la Chaucha, cuando sube la micro 20 centavos, o sea, una chaucha, como le decían a la moneda de 20. Se armó una rebelión como en Chile no se había conocido, fue enorme la movilización de trabajadores y estudiantes protestando. Por eso uno dice que no hay que olvidar la historia. Estoy de acuerdo que no hay que quedarse en la historia, hay que mirar hacia el futuro, pero sin olvidarse de la historia.

Son muy pocos los padres que tuvieron la experiencia de Kramer, el de la película con Dustin Hoffman y Meryl Streep, de criar ellos a sus hijos. Tienes un hijo y tres hijas que criaste tú después de la separación. Cuéntanos cómo fue esa experiencia, porque en esa época era muy raro que los niños se quedaran con el papá y éste se hiciera responsable.

La madre entró a estudiar a la universidad y se metió al MAPU, después al MAPU-Garretón. Nos separamos. Anulamos el matrimonio y se fue. Yo me quedé con los niños entonces. Mis niños crecieron conmigo. Felipe tenía tres años, Ana María 5, Pilar 7 y Mariluz 9. Fue una experiencia fantástica, aprendí a conocer sus pensamientos, a sentir lo que cada uno requería y necesitaba, también el cariño, tocarlos. Los niños requieren alguien que les transmita amor. No es que racionalizara mucho esto, me nacía hacerlo con mis hijos y a ellos conmigo. Crecieron conmigo.

Tu participación en radio Balmaceda, luego como presidente del directorio de la revista Análisis, te ponían en situación de peligro. Y una cosa es el miedo respecto de lo que le va a pasar a uno y otra cosa el miedo de lo que le puede pasar a los niños. ¿Viviste eso con fuerza?

Con mucha fuerza. Miedo tuve los 17 años de dictadura, para qué lo voy a negar. Viví con miedo, me levanté con miedo, salía de la casa con miedo. No sabía si volvería a ver a mis hijos. Porque a veces me seguían. También mis hijos se veían afectados por lo que yo hacía. En marzo del ’74 me llama el interventor del colegio Saint George, el coronel Verdugo, un día antes del ingreso a clases, para decirme que mis hijos no podían entrar al colegio. Sabiendo lo que me había pasado a mí en el Patrocinio San José, que me echaron porque mi familia no había pagado el último trimestre, fui con todos los papeles para demostrar que estaba al día. Según el coronel Verdugo, mis hijos eran políticos y le hacían mal al colegio. “Esto es una estupidez, le dije, si son niños”, el menor estaba en pre-kinder y la mayor en 6° básico, creo. Me dijo que mejor me fuera, que por lo dicho ya podía meterme preso. Me fui rogando que no me fueran a detener a la salida. Cuando llegué a la casa, mis hijos estaban preparando su uniforme y todas sus cosas para el día siguiente, fue terrible tener que decirles que los habían echado por culpa mía, a pesar de ser excelentes alumnos. Descarté escuelas y liceos porque los rectores del gobierno eran lo mismo que el coronel Verdugo y podía pasarles cualquier cosa, conseguí a través de un conocido que me ayudara a matricularlos en el Santiago College, que estaba ahí en Providencia.

Genaro Arriagada y Carlos Figueroa te invitan el ’88 a formar parte del Comando del No en un rol extremadamente preciso, a cargo de regiones. Luego Aylwin en su campaña te pide que hagas la misma función, dirigir la campaña en regiones, y después del triunfo, don Patricio, de manera sorpresiva para ti, que querías ir a TVN, te pide que seas el primer demócrata de regreso a La Moneda como subsecretario del Interior, y tienes el honor y orgullo de ser el primero que ingresa ahí y se reúne con el general Pinochet. Debe haber tenido una carga bien especial entrar a La Moneda y tener al frente al dictador, con la responsabilidad de organizar las cosas para la llegada de Aylwin y su gabinete. ¿Tu decreto lo firmó Pinochet?

Claro. Lo firmó Pinochet. Trabajé en La Moneda todo el gobierno de Aylwin y todo el gobierno de Frei con el decreto de Pinochet, es curioso, pero como seguí de subsecretario del Interior, fue con el mismo decreto. Cuando entré a La Moneda, en ese momento sentía que no era yo el que entraba, estaba representando todos los sacrificios que habían hecho los chilenos, a los torturados, a los que lucharon por volver a la democracia. Habíamos vuelto a la democracia. Mi primer nieto nace en democracia. Habíamos obtenido lo que queríamos. Tenía que ser una acción prudente, firme pero prudente. En un momento, como todos los ministros presentaron las renuncias, yo asumo todos los cargos, soy la única autoridad. Porque el subsecretario del Interior reemplaza al ministro del Interior y es el jefe del gabinete. Entonces prepara el decreto de los que llegan.

Estaba el tema de la seguridad para el cambio de mando. Acuérdate que estaba la fracción autónoma del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, lo que quedaba del MIR, el Movimiento Juvenil Lautaro, los restos del CNI y la DINA, había entonces 7 movimientos armados. En el traspaso de mando podía ocurrir cualquier cosa. Hubo que tomar todas las medidas apropiadas, reunirme con Carabineros e Investigaciones, ir a ver a Valparaíso, conversar con el presidente electo -nunca más le dije Patricio-, con Enrique Krauss, que iba a ser ministro del Interior, con Gabriel Valdés, que tenía experiencia. Para hacerse aconsejar un poco, uno no se las sabe todas. Sentía que en la parte de seguridad no podía pasar nada, yo era el responsable. Me movía con dirigentes del Frente Patriótico a los que conocía, con socialistas, miristas, en fin, a los que les pedía que diéramos un ejemplo, que el país amanezca tranquilo y contento, que pudiéramos hacer lo que había dicho Patricio Aylwin en su campaña. La respuesta fue positiva. No sucedió nada. Una cosa impresionante después de 17 años de dictadura, considerando que el dictador quiso desconocer el resultado del plebiscito. No sucedió nada.

Fue impecable el cambio de mando. Yo lo recuerdo como si fuera ayer. Fuimos a verlo a Valparaíso con unos amigos.

Claro, no sólo yo, toda la gente, los dirigentes sindicales, poblacionales y políticos, todos se movieron en función de eso. Era lo principal. Lo segundo era el sistema para designar a los ministros, cómo hacíamos el ritual, que hace 20 años que no se practicaba. Pero resultó todo impecable. Hasta el clima nos acompañó ese día.

¿Y cómo fue el trato con Pinochet?

Cuando entro a La Moneda no me dejan entrar. Me paran los carabineros para preguntarme dónde voy. Yo iba con mí abogado Héctor Muñoz, que iba a ser mi jefe de Gabinete, y la periodista Ximena Gattas, que iba a ser la jefa de prensa. Piden los carnés y me dicen que no estoy registrado. Cuento corto, llamaron a Gonzalo García, el último subsecretario del Interior de Pinochet. Pasamos a saludar al ministro del Interior, Carlos Cáceres, y subimos juntos al Salón Azul, donde nos esperaba el presidente. Se levantó a saludarme y cuando Cáceres me presenta, Pinochet dice, “pero si lo conozco, me hija Lucía me ha hablado muchas veces de él, y bien, aunque tuve que mandarlo dos veces a veranear a Putre. Ella siempre se preocupó de usted en momentos muy difíciles”. Estuvimos un rato conversando, luego le agradece a Gonzalo García sus esfuerzos en el cargo y le pide que me informe de lo necesario. Él se queda conversando con Cáceres.

Yo bajé con García a la subsecretaría, que me explicaba cómo funcionaba todo, me muestra los archivos del ministerio, con sus divisiones, sus funcionarios, la planta absolutamente copada, y un archivo con el organigrama del gobierno. Los demás archivos estaban todos vacíos, no existían detenidos desaparecidos, ni narcotráfico, no existía nada de nada.

En los casi diez años que estuviste ahí -eres el alto funcionario más duradero de todas las autoridades de la democracia- tuviste que lidiar con muchísimos temas distintos, derechos humanos, desarme de los grupos armados, narcotráfico, el asesinato de Jaime Guzmán, la Colonia Dignidad, el caso Tompkins, donde revivió tu sentido de la geopolítica, en fin. Luego de esos nueve años estuviste un periodo en Portugal y, cuando todos creían que habías entrado en la fase de retiro, regresaste al corazón más candente de la política, que es el Ministerio del Interior. Fuiste ministro del Interior casi dos años con Bachelet, donde viviste la tensión con Rodrigo Peñailillo de un lado y Andrés Velasco del otro.

Fue difícil para mí. Porque nunca tuve el nivel de confianza con la presidenta Bachelet que se requiere desde el cargo de ministro del Interior. Chocaba mucho con Velasco, por un lado, por su visión más académica, tecnocrática, y yo siempre ponía las restricciones de la política y de la realidad. Y, por otro lado, tenía a Peñailillo, que desde su condición de jefe de gabinete de la presidenta y gozando de su absoluta confianza, se metía mucho en las cuestiones de Interior, en los temas del día a día.

Tengo el recuerdo de la discusión por el Transantiago en la víspera de su implementación y, siendo presidente subrogante del PPD ese verano, soy testigo y partícipe de una reunión a fines de enero, donde tú planteas probablemente una de las últimas objeciones a que se ponga en marcha el Transantiago porque no estaban todos los factores alineados para su éxito mínimo.

Eso es efectivo. Recuerdo perfectamente esa reunión. Estaban Andrés Velasco y Sergio Espejo, los ministros de Hacienda y de Transportes, que defendían vigorosamente la decisión de comenzar en febrero con el nuevo sistema de transporte integrado. Yo venía planteando mis objeciones desde hace rato. Tenía mucho temor de que perdiéramos la sintonía con la gente, porque le estábamos exigiendo un cambio muy brusco de sus hábitos y sin haber garantizado que todo funcionara adecuadamente, ni siquiera de acuerdo a lo diseñado.

¿Cuál es tu mirada de la Democracia Cristiana hoy día?

Yo pertenezco siempre al sector Chascón de la Democracia Cristiana. Estoy contento de haber participado en el acuerdo para mantener unida la Democracia Cristiana el ’71 y después del Golpe Militar. Creo que hoy día hay que hacer el mismo esfuerzo porque está muy dividida. Hay algunos que en estos días se han ido, incluso parlamentarios. Yo habría preferido que se mantuvieran dentro para dar la pelea al interior de la DC. En lo que sea menester. Creo que lo que acuerda la bancada de diputados no se condice con lo que piensan algunos senadores. El presidente del Partido, Fuad Chahín, por más esfuerzos que haga, no va a lograr convencer a algunos parlamentarios ni del Senado ni de la Cámara. Veo mal a mi partido, tenemos que luchar por mejorarlo. Tenemos un 10.4 por ciento de la votación. Con el sistema electoral que existe en Chile, no sacaríamos ni un alcalde ni un gobernador. Habrá 4 o 5 que salen por sí solos, porque la gente los quiere y los necesita. Aunque nos aliemos con los radicales, llegaríamos al 15 por ciento. No nos sirve. Tenemos que revisar nuestra posición política, discutirla a fondo. Tenemos que renunciar a algunas cosas que son propias de los democratacristianos, que tratan de sentirse superiores en algunas cosas a otros partidos. El camino propio no me identifica para nada. Cuando Gutenberg Martínez dijo, cuatro o cinco juntas nacionales atrás, que debíamos llevar candidatos a alcalde en las 345 comunas, eso era el camino propio, destrozar la posibilidad de establecer relaciones con otros partidos como los que conformaron la Concertación y la Nueva Mayoría. Tenemos que llegar a eso. Yo estoy dispuesto y disponible. Desde comunistas a democratacristianos. Porque ninguno tiene toda la verdad. Yo creo en la libertad. No me voy a ir del Partido porque permanecí en él en los momentos más difíciles y voy a seguir haciéndolo.

¿Y tu balance de todos estos años? Empezaste en la política por ahí por el ‘57, han pasado más de 60 años y tú lo decías, tienes una trayectoria única por lo diversa. Trabajador concreto desde abajo hasta lo más alto en una empresa estatal de verdad, empresario privado luego, hombre de radio, subsecretario récord de duración, amigo de Fidel Castro, democratacristiano con relaciones en todo el espectro político, conocedor profundo de Cuba, es muy difícil que alguien junte todas esas características en su vida. ¿Qué has echado en falta o echas de menos no haber realizado en tu vida?

Confieso que no me he aburrido, como diría Neruda. Pero en lo político, me habría gustado mucho ser alcalde, porque el alcalde está en contacto con la gente y viendo día a día lo que hace, el resultado positivo o negativo de sus acciones. Me gusta la gente. Creo más en la gente que en los partidos. Parece una contradicción en alguien que ha sido dirigente partidario, pero es lo que siento. Me gusta la gente. Me gustan las viejas de mi partido. Creo que el partido se ha equivocado mucho. A veces uno dice, hasta aquí nomás llego, pero sigo militando. Y ya a esta altura de mi vida voy a seguir. Aunque sea el último de los mohicanos. Voy a ser, soy y seré democratacristiano.

Tú eres un hombre de cariños y de lealtades. Partiendo por el cariño a tus hijos, que los criaste y mantienes una relación muy estrecha con ellos. 42 años con Christiane, tu mujer, la permanencia de tus relaciones de amistad con algunos camaradas de la Democracia Cristiana y más allá de la DC, porque siempre fuiste un hombre muy transversal. Pero marcado por esa característica, la lealtad, la cercanía y la amistad.

La verdad es que he vivido todos estos años en base a relaciones que he ido hilando. Y una amistad verdadera se mantiene, sirve no porque uno pida favores, sino porque tiene donde afirmarse, donde tocar. Si no, no habría podido hacer todo lo que he hecho y todo lo que he vivido. Desde Mao Tse-Tung, a quien tuve la posibilidad de conocer, a Fidel Castro, con quien pude conversar largamente muchas veces. Son situaciones que te deparó la vida y las aprovechaste cabalmente. Tuviste que hacerlo. Importa hacer lo que en ese momento te puso la vida por delante. Enfrentarlo y llevarlo a cabo de la mejor forma posible. A veces puedes herir a alguna persona, pero el objetivo no es ése, es la búsqueda del bien de los demás. Y bueno, uno responde por lo que hizo. Hay cosas de las que uno se arrepiente, a lo mejor pude hacer más, sobre todo en los 17 años de dictadura, pero también tenía que cuidarme un poco porque tenía a mis hijos. Uno responde por lo que hizo en su vida.

Uno responde por lo que hizo. Esa afirmación es una muy buena manera de finalizar esta conversación.