La energía, la pasión y la emoción de la victoria del Apruebo en el plebiscito estuvieron donde ha estado desde hace un año: en la calle, en las plazas, en las esquinas de los barrios, en la intimidad de las reuniones familiares cercadas por la pandemia. No estuvo, para nada, en las sedes de los partidos políticos, incluso aquellos que, con visión, propiciaron el acuerdo que posibilitó el camino del proceso constituyente.

La noche del domingo eso fue evidente; esos partidos celebraron en una soledad abismante, porque incluso sus militantes que salieron a celebrar optaron por la plaza y no por su sede partidaria.

El arrollador triunfo del Apruebo marca el fin de una época y el inicio de otra. Un cambio signado, fundamentalmente, por un profundo quiebre generacional. El período que termina tiene sombras y luces. El que viene está por escribirse y nace con el mismo peso que la época anterior al cargar con una enorme suma de expectativas. Será su mayor escollo. Hay que anotarlo: los estados de bienestar europeos no están definidos en sus Constituciones, sino que son el resultado de políticas públicas.

Si a la etapa que termina, con algo de saña e injusticia, se la increpa cuestionándola porque “la alegría no llegó” -casi olvidando que el paso de la dictadura a la democracia no fue poco y que el eslogan de la alegría ya viene era eso, un eslogan-, a la que se inicia ¿en qué momento ya se le empezará a reprochar que no ha satisfecho las múltiples demandas que, atomizadas, se han desplegado en estos meses?

Como sea, el parto del domingo no sólo es un proceso constituyente. También es el inicio de un proceso destituyente de buena parte de las figuras que, en muchos ámbitos, han representado al poder.

Hay una pulsión que no quiere que se repitan los mismos nombres, particularmente en la política, porque el domingo se explicitó un ánimo de jubilar a buena parte de los que han tenido las riendas de ese poder en los últimos años, aunque en ese rubro nadie se da por muerto, hay resurrecciones impensadas y las zagas familiares resisten el paso del tiempo.

La mejor prueba de esa resistencia de la política a la obsolescencia es el despliegue, en estos días, de nombres de candidatos (presidenciales, pero también a cualquier otro cargo) desde los partidos políticos. Nadie duda que la experiencia será necesaria en el proceso que se inicia. Pero el voceo inmediato de nombres que se repiten y se han reiterado por años es la prueba, al menos, de una falta de renovación sistémica de esos partidos.

Nibaldo Mosciatti
Periodista