Imaginemos por un momento un planeta sin los Beatles. La invitación no es nada nueva. Fue la estrategia promocional del filme Yesterday (2019), dirigido por el británico Danny Boyle. Y como suele suceder en buena parte de su filmografía, la premisa inicial pierde fuerza en el transcurso del relato para centrarse en otro aspecto de la historia - en este caso, las convenciones de una comedia musical romántica.

Por Gerardo Figueroa Rodríguez

Magíster en Musicología Latinoamericana. Docente Licenciatura en Música, mención Producción Musical UAHC.

La omnipresencia de los Beatles en la cultura global nos hace darlos por sentado, al punto de olvidar el porqué: durante su trayecto mediático grupal, entre 1962 y 1970, excedieron con creces el ámbito de su disciplina para devenir en clave cultural. Su interés omnívoro por el entorno y su disposición a dar cuenta del mismo en forma casi instantánea hace que abordarlos como músicos, autores, compositores, intérpretes y productores quede corto. Muy corto.

Según el compositor canadiense John Oswald, “[l]os Beatles […], en su acelerada madurez, tendieron un puente muy interesante entre la música más popular del siglo XX y cosas bastante impopulares”, generando un paradigma que cobijó a innumerables proyectos posteriores, tales como Radiohead, por citar un ejemplo. Al asumirse como artistas más que entertainers, los cuatro de Liverpool encarnan una escala de valores inusual en la industria de la música pop(ular): convierten cada decisión y paso siguiente en parte de un opus mayor, trocan el hábitat del escenario por el estudio de grabación, transforman cada entrega discográfica en algo autónomo, independiente del formato (single/LP) y, de paso, empujan los límites de lo posible, no solo en lo sonoro-musical, sino en el arte de carátula y la promoción.

Es este el telón de fondo para una saga de tres episodios, abordaje cronológico y generosa duración (poco más de 8 horas), iniciándose a semanas de la publicación del álbum blanco – que, entre otras rarezas, contiene la pieza de música concreta más conocida en el mundo, “Revolution 9” –  y presentándonos al cuarteto ante una verdadera camisa de once varas: armar temas nuevos, estrenarlos en vivo frente a público y, a partir de ello, generar un libro, un disco y un especial para televisión. En menos de un mes.

Antes de profundizar en este pie forzado, quisiera mencionar otro cambio de paradigma que motivaron: una apertura total del proceso creativo al público interesado. Llama la atención la abultada cantidad de libros y documentales al respecto, eclipsando a múltiples individualidades y agrupaciones con recorridos similares. La observación exclusiva de audiovisuales realizados con su venia, como Let It Be (1970) – punto de partida de esta reelaboración o rework expandido -, hasta The Beatles Anthology (1995-96) y series más recientes, como McCartney 3,2,1 (2021), reflejan la insistencia en des-cubrir y des-velar cómo llegaron a cada solución o resultado. La norma era exactamente la contraria hasta su aparición: hermetismo y secretismo absolutos.

El arco temporal y la narrativa de este corpus lo convierten en un misterio al cual vale la pena volver, una y otra vez: la sincera ingenuidad con que cada Beatle comparte sus hallazgos se acerca más al recuento de una expedición en terreno o un trabajo de laboratorio donde, con el apoyo de un fiel equipo – y el aval de ser el grupo más vendedor de EMI a nivel mundial – superan con creces su intuitivo punto de partida. “Los Beatles son magos”, dijo en una de sus visitas a nuestro país Luis Alberto Spinetta, un equivalente en el rock continental.

En la actualidad, con tecnología casera que multiplica de manera exponencial las posibilidades técnicas de los Fab Four en su momento y avances en inteligencia artificial que encuentran cabida en las artes, lo que Peter Jackson y su equipo logran a través de estas últimas es ampliar la perspectiva, situarla en su contexto y entregar lo que su predecesora apenas logró esbozar. Y lo logran desde aquello que estas nuevas herramientas permiten con total propiedad: re-construir la historia.

Es en esta re-construcción donde experimentamos un proceso creativo en todas sus facetas, en permanente cuestionamiento, avance y retroceso; cada posibilidad se pone a prueba, se descarta y vuelve a revisar. No hay dudas ni certezas, porque ambas son parte del flujo. El camino se va haciendo y encontrando sobre la marcha, recorrido incomprensible a cabalidad desde la inmediatez por la cual suelen apostar nuestras redes sociales o prácticas donde atraer audiencia es la prioridad.

En este sentido, resulta igualmente tentador hablar de la dimensión económica en juego. La apuesta de Disney para instalarse en el mercado del streaming consiste en ofrecer lo que nadie más a verdaderas sandías caladas. Llegar a puerto con Apple Corps, sin embargo, no fue tan fácil. Las advertencias que la plataforma hace respecto a dichos y actos inadecuados en nuestros días son cosas que McCartney y Starr decidieron mantener intactas, así como el diseño entregado por Jackson y su equipo, quienes contaron con amplia libertad para desarrollar su labor. Una vez más, la excepción es la norma. Y se impone.

Valga una última observación: The Beatles Get Back no es Let It Be. Tampoco es la película que el cuarteto tenía en mente en aquel entonces. Es ni más ni menos que el pasado, en diálogo con el presente y sus herramientas/modos/estilos desde sí. Cierto es que toda película es producto de una selección de recortes y, como tal, inexacta e interesada. Pero, a la luz de este caso, se despliega fiel a un espíritu y una época. Mantener ese diálogo espacio-temporal es fundamental, para conocer-nos y, en última instancia, entender-nos.

Y cada vez que eso sucede, los Beatles regresan.