Este 24 de noviembre, se celebra el Día Nacional del Carmenere, esto en honor al día en que se redescubrió esta cepa hace 26 años en los campos chilenos.

El Carmenere es una cepa de gran potencial enológico, pero requiere un manejo delicado; sus plantas son más sensibles a la calidad de los suelos y generalmente se producen menos que otras variedades.

Su historia se remonta a mediados del siglo XIX, momento en que tuvo lugar en Chile un intenso proceso de transformación vitícola: se reemplazan las tradicionales parras españolas por las nobles vides francesas.

Dentro de los ejemplares introducidos había algunos oriundos de Burdeos. Y así fue como, sin siquiera ser percibido, el Carmenere fue adoptado en Chile bajo la falsa apariencia de un Merlot “chileno o tardío” – dado que los racimos recién podían ser cosechados en otoño.

Este es de un color rojo-púrpura profundo y de intenso aroma a fruta roja, con notas a berries, cerezas y ciruela y taninos suaves y de gran elegancia.

“El Carmenere es una cepa única en el mundo y eso tiene un valor importante y es un factor diferenciador de otros países productores. Se puede hacer grandes Syrah, grandes Cabernet Sauvignon en muchos lugares del mundo pero Carmenere no existe en otro lugar. Además, la reputación de los vinos chilenos sin lugar a dudas también repercute en cómo el mundo se predispone a conocer esta cepa y a dejarla entrar en los distintos mercados”, explicó Marcio Ramírez, enologo de Concha y Toro.

“Hoy con nuestros Carmenere estamos haciendo grandes vinos, cada uno en su línea. Si uno prueba desde Frontera hasta Carmín de Peumo, son vinos distintos, pero tienen varios puntos en común, como el color rojo muy intenso”, añadió.

De hecho el vino queda bien con la comida chilena o con una buena empanada.