En 2018, la pequeña Chloe Lennon comenzó el reto de usar calcetines diferentes en el Día del Síndrome de Down.

Este 21 de marzo se conmemora el Día Mundial del Síndrome de Down, una instancia que busca crear consciencia y enseñar a la población sobre las capacidades de las personas que viven con este trastorno genético.

Alrededor del mundo hoy se está hablando del tema, enseñando e informando sobre cómo ayudar, sin embargo, aún hay un largo camino por recorrer.

Así lo explicaron Ramón Pinna y María Rocafort Pérez, padres españoles de Emilie, una niña con Síndrome de Down de nueve años.

La pareja dedicó una sincera carta a Chloe Lennon, la pequeña inglesa de 10 años que creó la iniciativa de los ‘calcetines desparejados’, que suele usarse como símbolo para este día.

En el mensaje, Ramón y María cuentan que un conocido les preguntó para qué quieren que su hija aprenda matemáticas, cuando es talentosa en otras cosas.

Eso derivó en la larga reflexión sobre lo mucho que falta por entender acerca de este síndrome y las capacidades con las que cuentan estas personas, y lo importante que es para ellos que estudien matemáticas y todas las áreas que deseen.

Lee a continuación su reflexión sobre Síndrome de down:

Querida Chloe,

Tenemos la sensación de que por aquí por donde vivimos no eres demasiado conocida. Sin embargo, y aunque no te lo puedas creer, cada día se suma más y más gente a tu reto viral.

Solo han pasado cinco años desde que lo inundaste todo con aquel video fresco e infantil al que, sin pretenderlo, le diste un sentido tan hondo que, más allá de las oleadas de cariño y de fotos de Instagram, puede no haberse entendido por completo en el mundo de los adultos.

Tenemos una hija que es casi como tú. Se llama Emilie y diríamos que hasta se parecen. Apenas le llevas un año y las dos tienen el pelo claro, les encanta la gimnasia rítmica y miran la vida guiñando un poco los ojos para ver siempre el lado bueno de las cosas.

Cuando le dijiste al mundo que te ibas a poner los calcetines desparejados por el Día del Síndrome de Down, apenas tenías cinco años, y hace unos días ya has cumplido los diez.

Y es que el tiempo pasa, sí, pero en este mundo de frenesí y de ‘stories’ que van y que vienen, el tiempo pasa y nos traspasa hasta hacernos sentir que algo que sucedió hace tan poco como cinco años, fuera ya como de toda la vida.

Nuestra pequeña Emilie tiene nueve y está en segundo de primaria. Va progresando en sus sumas, en sus restas y en sus dictados, se sabe el nombre de todos los planetas y de las comunidades autónomas, y no deja pasar una noche sin leernos alguno de sus cuentos favoritos.

Irán pasando los años y con los años los cursos. Poco a poco irá teniendo claro lo que quiere ser de mayor, y poco a poco irá estando más cerca de poder llegar a serlo si sigue estudiando cada día y si la ayudamos a seguir creyendo en sus posibilidades.

Hace unos días nos preguntó una buena amiga:

– ‘Con el arte que tiene su hija, ¿para qué quieren que estudie matemáticas?’

La miramos a los ojos y le dijimos,

– ‘Pues verás, queremos que nuestra hija estudie matemáticas, exactamente por lo mismo por lo que tú quieres que las estudien tus hijos’.

Quizás, Chloe, alguien te cuente que las mates son muy importantes para hacer bien algunas ‘cosas de mayores’; que si temas de dinero, que si estudios superiores, que si economía, que si bla, que si bla y que si bla.

Pero no es así. Ni nuestra hija, ni tú, ni cualquier otro niño del mundo, con o sin síndrome de Down, estudian matemáticas por eso. Las estudian por algo mucho más importante.

Necesitan las matemáticas para que el pensamiento analítico y la capacidad de abstracción aniden poco a poco en ustedes y comiencen a acompañarlas, aunque resulte mucho más cómodo auto convencerse y tratar de convencernos de que no tienen capacidad ni para lo uno, ni para la otra.

Necesitan las matemáticas, porque la vida son problemas, Chloe, y tú también los tendrás. Y en este mundo de los problemas, las Matemáticas son el gimnasio en donde los niños entrenan sus cerebros para aprender a resolver primero los pequeños y después los más grandes, y aprendiendo, también, a buscar siempre la mejor solución, a evitar los errores y a no caer en los engaños.

Durante su infancia están moldeando el cerebro para el resto de la vida. Y en eso también aparecen las Matemáticas como impulsoras de la creación de las conexiones neuronales necesarias que consigan que su cerebro sea lo más dinámico, lo más flexible, y lo más capaz posible de adaptarse a la realidad que las rodea, hasta llevarlas al ‘preparados, listos, ya’ de las oportunidades que –sin duda- tendrán en la vida.

Qué importantes las Matemáticas, ¿verdad?. Qué importantes para ti, y para cualquier otro niño, incluidos nuestros otros dos hijos, aunque nunca nadie nos haya preguntado para qué queremos que las estudien ellos.

Y sí, Chloe, las matemáticas te costarán como le cuestan a la inmensa mayoría de los niños; pero con dedicación, con ayuda, con adaptaciones y metodologías de aprendizaje, y con esfuerzo, avanzarás y ayudarás a tu cerebro, a tu mente y a tu pensamiento, a llegar a ser quienes tienen que llegar a ser.

El problema es que no lo tienen fácil, querida mía; ni tú, ni nuestra pequeña Emilie. Y aquí volvemos a tus calcetines, y a ese mundo de los mayores tan difícil de comprender para los niños, y para los no tan niños que buscamos comprender.

A la mayoría de los mayores, incluso cuando se ponen calcetines desparejados, les pasan cosas muy curiosas.

La primera es que, a los mayores que mandan mucho, les da por enredarse en complejísimos debates ideológicos sobre si un sistema educativo es mejor que otro, o viceversa; sin pararse a entender que para que Emilie y tú tengan las mismas oportunidades que el resto de los niños, las escolaricen donde las escolaricen, los políticos tienen que movilizar muchísimos más recursos, mucho más dinero en definitiva, y supervisar más de cerca a quienes asignan ese dinero para que os acompañen, los formen y los ayuden a proyectar la versión más plena de lo que pueden llegar a lograr.

‘No’ al conformismo

Y esto, Chloe, esto no es nada fácil. No sé –siquiera- si nosotros lo veremos. Pero nos preocupa mucho más otra cosa que les pasa a los mayores, porque no solo le pasa a los que mandan mucho, sino a muchos.

A este mundo que gasta acelerado el siglo XXI, ‘ya le va bien’ con veros felices en el colegio, con saber que están cuidadas, con que vayan alcanzando los básicos del aprendizaje, o con que vuestros padres y vuestros profesores aspiren a que seáis lo que a ellos les parece que está bien para ustedes, más allá de sí a ustedes les motiva algo, poco o nada.

Sabemos que esto no te ha sonado ni fácil ni bonito, y si te resulta difícil de entender, es porque tiene que ver con los ‘mayores’, y con cómo miran los mayores.

De un niño ‘normal’ nadie va a pensar que no puede con algo, hasta que no pueda; pero de ti y de Emilie solamente van a pensar así sus madres, quizás sus padres, medio puñado de profetas de la evolución pedagógica y una minoría social no dominante, pero que crece poco a poco afortunadamente.

No sabemos cómo se vivió en Reino Unido, pero aquí lo de tus calcetines fue un bombazo. Millones de personas buenas se los vuelven a poner año tras año en vuestro día. Miles de empresas, colegios, marcas comerciales del textil, clubes deportivos e instituciones de todo tipo, lo han incorporado incluso en sus políticas de diversidad e inclusión y, como dicen los adolescentes, en las redes sociales, tus calcetines lo petan.

Lo petan y ya, Chloe.

Un ‘ya’ que, a muchos, nos sigue sonando a un muy poco más, pero con los calcetines puestos; y a esa foto que ya no innova de la rueda de pies de colores y lunares en el salón, justo antes de salir de casa el 21 de marzo.

Querida Chloe, llevas el apellido del ‘Beatle de Imagine’, de (John) Lennon; no dejes de imaginar un mundo diferente al que te he contado; un mundo en el que puedas ser lo que quieras ser y para el que, créeme, necesitas menos calcetines y más matemáticas, porque mientras solo sigamos abrigándonos los pies, a nuestro mundo se le irán congelando las ideas.

Firmado:

María Rocafort Pérez y Ramón Pinna