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Empleo público descontrolado: por qué Chile necesita una reforma real

Por Tu Voz

03 diciembre 2025 | 10:27

La ciudadanía lo siente en retrasos, trámites lentos y servicios que fallan en momentos críticos. No estamos frente a un problema presupuestario, sino ante un diseño institucional que ya no funciona

En medio de una ciudadanía que exige un Estado más eficiente, el empleo público en Chile sigue expandiéndose sin que ello se traduzca en mejores servicios.

A septiembre de 2025, la dotación estatal llegó a 534.807 cargos efectivos, creciendo un 10,8% anual. Aunque buena parte de este aumento se explica por los Servicios Locales de Educación Pública -incluso excluyéndolos-, la administración central sigue sumando miles de funcionarios cada año.

Este crecimiento forzado revela un problema estructural: el régimen de empleo público está obsoleto. El Estatuto Administrativo -diseñado para sostener una burocracia profesional y estable-, se ha ido desfigurando. Las plantas se congelaron, mientras que las contratas y honorarios crecieron sin control. Muchos llevan más de una década en cargos “transitorios” pero con estabilidad de facto gracias a la jurisprudencia que creó la “confianza legítima”.

A ello se suma un sistema de evaluación que perdió sentido. En 2024, 201 de 204 servicios públicos obtuvieron el 100% de la bonificación por desempeño, y casi todos los funcionarios fueron calificados como “sobresalientes”. En estas condiciones, la meritocracia es imposible: sin evaluaciones reales, la carrera funcionaria se vuelve una ficción y las decisiones terminan guiadas por la discrecionalidad.

Las consecuencias son visibles: contrataciones duplicadas, fiscalización débil, mayores costos y una burocracia en expansión que no mejora su rendimiento.

La ciudadanía lo siente en retrasos, trámites lentos y servicios que fallan en momentos críticos. No estamos frente a un problema presupuestario, sino ante un diseño institucional que ya no funciona.

Urgencia de reforma

El consenso técnico es amplio. Desde hace años, centros de estudio, académicos y organismos internacionales coinciden en la urgencia de una reforma profunda del empleo público.

Esa reforma debe partir por delimitar con claridad los cargos de carrera y los de confianza política; restablecer el mérito como principio rector del ingreso y ascenso; introducir movilidad funcional y geográfica; definir un régimen de egreso claro y evaluar si corresponde armonizar parte del empleo público con el Código del Trabajo, manteniendo resguardos propios de la función estatal.

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El obstáculo, sin embargo, ha sido siempre político: enfrentar a asociaciones de funcionarios, asumir paros o tensiones internas, y sostener reformas que no rinden frutos inmediatos.

Pero seguir postergando el problema tiene un costo mayor: un Estado que crece sin mejorar, que gasta más para hacer lo mismo (o menos) y que pierde capacidad de respuesta frente a las necesidades de los ciudadanos.

Reformar el empleo público ya no es una opción técnica: es una exigencia ética y democrática. Si queremos un Estado que funcione, primero debemos corregir un sistema que hoy se hunde bajo su propio peso.

Pablo Pérez
Economista del Instituto Libertad