En reuniones sociales, no me sorprende que mujeres adultas se pregunten si podrían tener Trastorno por Déficit Atencional con Hiperactividad (TDAH) al recibir el diagnóstico de una hija o hijo. No es extraño escucharlas decir: “En la escuela comenzaba una tarea y me costaba terminarla”; “No soporto las sobremesas. Me siento inquieta en las sobremesas“, “Puedo enfocarme intensamente en una cosa, pero dejo todo lo demás sin hacer” o “Hago planes que quedan en nada”. Estas conductas en su conjunto son propias del TDAH, un trastorno neurobiológico común y heredable, que se caracteriza por un patrón persistente de falta de atención e hiperactividad-impulsividad.

La literatura identifica tres subtipos de TDAH: con predominio inatento, hiperactivo-impulsivo y combinado. Estos síntomas comienzan en la niñez y continúan hasta bien entrada la edad adulta, incluso hasta la vejez. De hecho, las investigaciones actuales señalan que al menos el 80% de las niñas con TDAH también tendrán síntomas siendo mujeres. Durante décadas el diagnóstico fue dado principalmente a los niños hiperactivos, quedando muchas niñas en el limbo del infra diagnóstico. Si bien actualmente ellas son diagnosticadas, lo es en un porcentaje mucho menor y a una edad más tardía.

Si bien los síntomas de desatención, hiperactividad e impulsividad son los mismos para ambos géneros, en ellas la falta de atención es generalmente más común que la hiperactividad e impulsividad. Al ser una conducta silenciosa y sutil a diferencia de la hiperactividad, que es más estridente, su falta de atención muchas veces pasa desapercibida, especialmente cuando tienen buenos resultados académicos o tienen un buen comportamiento social. También puede suceder que padres, madres, profesionales de la educación y la salud lleguen a subestimar la gravedad de los síntomas hiperactivos/impulsivos en las niñas a diferencia de los niños, lo que conlleva a que no sean derivadas oportunamente para una evaluación y, por lo tanto, no reciban apoyo oportuno para comprenderlas y apoyarlas.

Con el transcurrir del tiempo y como una forma de controlar el TDAH, las niñas utilizan como mecanismos de defensa estrategias de afrontamiento que les permite seguir adelante, como “hacer sobreesfuerzos para mantener altas calificaciones y hacer lo imposible por encajar en el contexto en el que se desenvuelven”, enmascarando no solo los síntomas durante un tiempo o una parte importante de sus vidas, sino también, ciertos problemas que pueden llegar a presentar en el ámbito académico, social, laboral y en las relaciones familiares o de pareja.

Frente a la demora de un diagnóstico e intervención del TDAH, en las niñas aumentan las probabilidades de mostrar síntomas más graves en comparación con los niños, materializándose de manera dramáticamente diferente. Por ejemplo, muestran más síntomas de internalización como la ansiedad y/o depresión (trastornos que pueden acompañar o no el TDAH) siendo el doble que los niños, que a diferencia de ellas, presentan niveles altos de síntomas de externalización (trastorno de conducta). Los trastornos internalizantes en las niñas, arrastran el riesgo de autolesiones e intentos de suicidio, siendo de cuatro a cinco veces mayor que el de las niñas sin el trastorno. Esto conlleva a que, terminan siendo mal diagnosticadas y tratadas con fármacos contra la ansiedad o la depresión al malinterpretarse como trastornos primarios.

De hecho, el diagnóstico más común de una mujer antes de recibir el diagnóstico de TDAH son los trastornos emocionales. También existe evidencia de la coexistencia de síntomas somáticos como dolor y fatiga, encontrándose que los síntomas de TDAH son más elevados en cohortes clínicas con fibromialgia. Los síntomas de desatención, hiperactividad e impulsividad pueden aumentar por los vaivenes hormonales durante el ciclo menstrual (después de la fase de ovulación), el embarazo y la menopausia.

La carga adicional de roles de género restrictivos y la presión (impuesta o autoimpuesta) “de tenerlo todo bajo control”, conlleva a que muchas internalicen sus síntomas como un “fallo personal”. Al no tener una explicación (neurobiológica), se quedan petrificadas en la culpa de no poder “hacer las cosas bien a la primera”, y terminan sintiéndose perdidas y abrumadas emocionalmente. Esto es porque a menudo también luchan contra las dificultades en las Funciones Ejecutivas (FE), las cuales involucran un conjunto de habilidades (la flexibilidad cognitiva, el control inhibitorio, la memoria de trabajo y la fluidez verbal, son algunas de ellas) que de forma articulada permiten implementar acciones dirigidas a un objetivo deseado. Las FE nos dan la oportunidad de iniciar y completar tareas, establecer metas y conseguirlas, focalizar la atención, planificar y organizar actividades, sostener el esfuerzo y perseverar frente a las dificultades, formular un plan alternativo cuando un evento ocurre inesperadamente o no se logra una meta, o controlar las emociones. Cuando no se manejan estas habilidades, se crea un caos a nuestro alrededor al no lograr manejar las demandas del contexto como responsabilidades educativas, ocupacionales, financieras, familiares y sociales, entre otras.

Lo que no debemos perder de vista es que, las personas con TDAH no pueden evitar ciertos comportamientos. No debemos molestarnos, por eso, estamos en presencia de un trastorno neurobiológico y no podemos actuar cuál electricista para cambiar el cableado del cerebro. Al fin y al cabo, todos tenemos “conectores y voltajes” distintos. La neurodiversidad como concepto lo explica muy bien: el TDAH, así como, el Trastorno del Espectro autista (TEA) y las Dificultades Específicas de Aprendizaje (DEA) entre otras condiciones biológicas, no son más que simplemente variaciones neurológicas. En este sentido, el TDAH ni es un defecto ni una deficiencia, es una de las muchas formas en las que un cerebro puede funcionar. Es esta variabilidad cognitiva la que define nuestra individualidad como seres humanos. Desde esta perspectiva, gran parte de lo que dificulta la vida de las personas neurodivergentes no tiene mucho que ver con ellas: es que la sociedad no se construyó para adaptarse a la diversidad de cerebros, formas de pensar y de ser.

Amar a una niña o mujer con TDAH no es nada difícil, y aunque a veces pareciera que vivir con ellas es otra cosa, su vida no será un caos por siempre, cuando llegue a obtener el diagnóstico, por fin podrá encontrar respuestas y dar sentido a los problemas que ha debido sortear hasta ahí. Pero por, sobre todo, tras la evaluación profesional y con opciones de intervención farmacológica y/o psicoterapéutica, aprende a establecer nuevas prioridades basadas en la autoaceptación, a elegir entornos donde reconozcan su potencial y enfaticen sus fortalezas y talentos, sitios que brinden apoyo a las diferencias.

En definitiva, el diagnóstico oportuno del TDAH es el paso inicial para que ellas reviertan su sistema de creencias, que les entregue, por una parte, una explicación neurobiológica de por qué las cosas son tan difíciles a veces y paralelamente lograr la validación necesaria que les permita ser dueñas de su neurodivergencia.

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