En apenas seis meses, Chile pasó de elegir a una Convención Constitucional con una amplia mayoría de fuerzas transformadoras y progresistas, a un escenario en que un candidato presidencial de ultraderecha que reivindica la dictadura militar logra la primera mayoría relativa en primera vuelta, y con posibilidades reales de ganar la segunda vuelta. ¿Cómo se explica este vuelco?

En estos últimos seis meses, el clima social del país cambió profundamente. Algunas encuestas lo predijeron acertadamente a pesar de sus deficiencias metodológicas. Si el gobierno de Piñera y la élite política y económica no vieron venir el estallido social, el progresismo no pronosticó este reflujo del ímpetu transformador en el ánimo social. Aquí una serie de eventos que sucedieron en los últimos meses y que podrían dar luces sobre este cambio:

1. La instalación de la Convención Constitucional, que “institucionalizó” el estallido y lo sacó de la calle.
2. El caso Rojas Vade, que desmitificó uno de los símbolos del estallido social y significó un duro golpe para la credibilidad de la Convención.
3. La crisis migratoria en el norte, que detonó el sentimiento antiinmigración irregular en buena parte de la población, especialmente en sectores populares.
4. La poca o nula relevancia que tiene el orden público en el discurso hegemónico del progresismo ante el avance de la violencia de la Araucanía y el crecimiento del narcotráfico.
5. El derrumbe de la candidatura de Sebastián Sichel debido a las inconsistencias de su discurso, lo que posibilitó que la candidatura de José Antonio Kast creciera en la derecha sin contrapeso.
6. El aumento del costo de la vida producto de la inflación y la precarización debido al empleo informal.
7. Los errores comunicacionales del equipo más cercano a Boric, menospreciando la estabilidad y el crecimiento económico, elementos que las clases populares valoran en momentos de incertidumbre y estrechez económica.

En resumen, el eje de la discusión pública se desplazó desde las demandas transformadoras e igualitarias hacia orden, trabajo y seguridad, temas que la izquierda torpemente regaló a la derecha. Adicionalmente, se desvaneció el “hechizo” del estallido social. Hubo un giro hacia demandas materiales que están muy lejos del discurso de la Convención Constitucional y de la izquierda en los últimos meses. No es extraño ese desplazamiento hacia las urgencias sociales del pueblo: Chile es objetivamente más pobre y desigual hoy que antes del 18 de octubre de 2019.

Debido a lo anterior, la candidatura de Gabriel Boric no prendió en las grandes mayorías sociales. Boric obtuvo prácticamente los mismos sufragios que quienes votaron en la primaria de Apruebo Dignidad en el mes de julio. Su campaña no logró sumar a votantes fuera de su coalición, porque no se hizo cargo de los temas que movilizan a la gente a las urnas. Apenas hubo menciones al combate al narco, la delincuencia, a controlar la inmigración irregular, a fomentar el empleo y el crecimiento económico, todos tópicos en los que Kast hizo énfasis.

Por eso no es casualidad que Boric haya obtenido sus mejores resultados en la Región Metropolitana, que es donde se concentra la élite cultural y universitaria del país. Tampoco es casualidad, aunque es muy preocupante, que tanto Boric como Yasna Provoste hayan tenido un rendimiento tan mediocre en el norte del país y en la región del Biobío, tradicionalmente bastiones electorales de izquierda y centroizquierda. En esas regiones la candidatura de Franco Parisi logró una votación importante, apelando a un discurso antielitista, antipartidos y antiinmigración. Parisi canalizó parte del sentir del estallido social, ese mismo sentimiento de hartazgo que explicó la sorpresiva votación de la Lista del Pueblo en las elecciones de convencionales constituyentes. A pesar de ser la candidatura que mejor conectaba con el “nuevo Chile” que supuestamente emergió tras el estallido social, la campaña de Boric no supo recoger ese sentimiento de impugnación a las élites. Peor aún, ni siquiera logró ganar en los reductos tradicionales de izquierda.

El alejamiento entre la izquierda y su base electoral tradicional no es un fenómeno exclusivo de Chile, sino que ya ha ocurrido en Europa y Estados Unidos. El auge del populismo de derecha se explica porque la izquierda ha dejado de hablarle a la gente común para abrazar los valores de una élite cultural, que vive en grandes centros urbanos y forma sus redes en el ámbito universitario y académico. Esa élite cultural, que ya tiene solucionadas sus necesidades materiales (trabajo, seguridad, certidumbre económica) ha permeado progresivamente el discurso del progresismo, orientándolo hacia las políticas de identidad y los valores posmateriales. A mayor influencia de estas temáticas, más fuerte ha sido el avance del populismo de derecha.

El riesgo de un gobierno de Kast es real. Es un candidato que representa al pinochetismo, con un programa reaccionario que significa un retroceso profundo en justicia distributiva, libertades y derechos. Probablemente resulte incomprensible cómo después de dos años del estallido social, un candidato de las características de Kast tenga posibilidades de ganar la presidencia. No obstante, hay ejemplos históricos similares: basta recordar la derecha triunfó en las elecciones que siguieron al mayo de 1968 en Francia y al movimiento de los indignados en España en 2011. Así como el péndulo que va y viene, la ciudadanía tarde o temprano se agota y se produce un retroceso del ímpetu transformador, a veces incluso en forma de reacción conservadora.

Para ganar a Kast, la campaña de Boric debe cambiar profundamente su discurso y programa. No servirá apelar al “no pasarán” y agitar el fantasma del fascismo. El electorado de Kast no es fascista: son personas que, aunque son en su mayoría de derecha, tienen demandas y miedos concretos que conectan con parte del sentir social mayoritario. El desafío para la campaña de Boric es comprender mejor la realidad y sintonizar con el ánimo social, que quiere acabar con injusticias y desigualdades, pero también desea orden y estabilidad.

Estamos en un momento crucial de nuestra historia. La segunda vuelta será estrecha y hay mucho en juego. Con una Convención Constitucional en pleno funcionamiento y demandas sociales crecientes, un gobierno de Kast no sería fuente de gobernabilidad, sino todo lo contrario. Es momento de que la candidatura de Boric ofrezca un programa de transformaciones con estabilidad, con énfasis en economía y seguridad pública, y que represente los valores de las clases populares del país.

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