CONTEXTO | Agencia UNO | Edición BBCL

Chile: el país de la furia

21 octubre 2025 | 12:32

Chile no necesita más consignas vacías. Necesita ciudadanos con valores, dirigentes con coraje moral y una sociedad que se atreva a decir: basta de tolerar lo intolerable.

De la amabilidad al insulto, del diálogo al rayado. Este recién pasado 18 de octubre no vimos rebeldía ni protesta social: vimos la derrota de la convivencia.

Hubo un tiempo en que en Chile la gente se saludaba en la calle, los niños decían “permiso” y la diferencia de opinión no era sinónimo de enemigo. Pero algo se quebró. Hoy basta mirar lo que ocurrió este 18 de octubre para entender que, más que memoria o justicia, lo que algunos buscan es destrozar todo lo que simboliza convivencia.

Carabineros lo dijo sin eufemismos en sus redes: “delincuentes intentan vandalizar un bus del transporte público en las inmediaciones del Puente Purísima. Carabineros de Control de Orden Público intervienen de inmediato, logrando frustrar el hecho”. Las cosas por su nombre, porque quienes queman, saquean, destruyen o agreden no están ejerciendo derechos: están negando la libertad del otro.

La Fuente Alemana, recién restaurada, amaneció vandalizada apenas horas después de su reinauguración. Ese hecho, que puede parecer menor para algunos, es la postal más exacta del Chile actual: un país donde se confunde rebeldía con barbarie y democracia con anarquía.

¿En qué momento nos perdimos? ¿Cuándo dejamos de valorar lo que costó tanto construir?

No fue de un día para otro. La pérdida empezó cuando dejamos de enseñar respeto en casa y en el aula, cuando la política se volvió pelea y no servicio, cuando algunos eligieron la rabia como identidad.

Y esa pérdida se nota en lo cotidiano.

Falta de amabilidad

¿Se han dado cuenta de que ahora, cuando vamos a un restaurante, una farmacia o una zapatería, la atención es cada vez peor?

Pareciera que consumir y pedir que te atiendan bien fuera pedir un favor, no un derecho básico de trato y respeto. Esa desidia, esa indiferencia, son también parte del mismo mal: la falta de amabilidad. Chile no solo ha perdido tolerancia; ha perdido la capacidad de tratarse bien.

Y claro, cómo extrañarnos si hace rato dejamos de lado el civismo y ni qué decir de ese necesario curso llamado: “educación cívica.”

Decir las cosas por su nombre no es autoritarismo, es sentido común.

“Rebeldía juvenil”

En Chile los que queman, destruyen, atacan, generan terror social, no son “jóvenes idealistas que se expresan con rabia”, hay una minoría de desadaptados que se sienten con licencia moral para destruir lo ajeno. Y mientras el país mira con cansancio, esa cultura del daño va ganando espacio.

Democracia no es impunidad.
Democracia no es insultar al que piensa distinto.
Democracia no es incendiar buses, romper paraderos ni rayar monumentos.
La democracia es debate, respeto, diálogo, responsabilidad. Es construir, no arrasar.

Por eso sorprende escuchar llamados a la “rebeldía juvenil”, cuando lo que Chile necesita con urgencia no es más fuego, sino más respeto.

El presidente Boric insiste en invocar la rebeldía como energía transformadora; bien, pero sin valores esa rebeldía se convierte en descontrol. Y el descontrol no cambia el país: lo hunde.

Recuperar la amabilidad perdida

La gran tarea de Chile hoy no es tolerar más violencia, sino recuperar la amabilidad perdida. Volver a enseñar que saludar importa, que pedir permiso importa, que cuidar lo público importa.

Ojalá esta nota tenga eco en alguno de los 8 candidatos presidenciales. La convivencia no se impone con leyes, se practica con gestos.

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El 18 de octubre pasado no fue un aniversario, fue un espejo. Y lo que reflejó fue una nación cansada, fracturada, atrapada entre la indiferencia y el miedo. Con las mismas necesidades sociales de hace 6 años que consecuencia de la ola violencia se vieron deslegitimadas.

Si no volvemos a poner límites claros -sociales, éticos y culturales- seguiremos viendo cómo la furia se disfraza de causa y cómo la protesta se transforma en destrucción.

Chile no necesita más consignas vacías. Necesita ciudadanos con valores, dirigentes con coraje moral y una sociedad que se atreva a decir: basta de tolerar lo intolerable.

Porque no hay nada más revolucionario, hoy, que volver a ser un país amable, que respete y que antes de exigir sus derechos, cumpla sus deberes.