Y es que esta visión es incompleta. Las campañas no se desarrollan en el vacío: habitan un escenario, un espacio social específico, con valores dominantes y marcos interpretativos que no son eternos, sino contingentes. El espacio social no está vacío, no es como el espacio del universo físico. El escenario social y político no es solo un telón de fondo. Es un ecosistema con su propia atmósfera simbólica, sus coordenadas cardinales, sus zonas de luz y sombra. Y, como todo ecosistema, favorece a ciertas especies y dificulta la supervivencia de otras.
En algunos períodos históricos, el aire que se respira es propicio para las promesas de transformación; en otros, para la defensa del orden; en otros, para la antipolítica y el descrédito general. Lo decisivo no es cuán brillante es el mensaje, sino cuán bien sintoniza con la frecuencia dominante del momento.
El espacio social y la narrativa restauradora
El ciclo político chileno entre 2011 y 2021 tuvo como valor central la transformación. Las movilizaciones estudiantiles, las marchas feministas, el estallido social y la apertura del proceso constituyente se anclaban en un imaginario expansivo: ampliar derechos, redistribuir poder, repensar las reglas del juego y un proceso de destrucción de las bases institucionales a partir de un alma destituyente de la transición.
Ese ciclo terminó abruptamente en 2022 con el cierre fallido, en el horror político, de la Convención Constitucional. Desde entonces, el contexto cambió: el nuevo escenario se ordena alrededor de valores defensivos, contractivos, que priorizan la seguridad, la certeza, el orden y la simplicidad. Por cierto, siempre queda algo. La nueva derecha, por ejemplo, terminó aceptando la crítica a la transición. Hoy la izquierda y la derecha con mayores probabilidades de pasar a segunda vuelta son críticas de la transición y de los acuerdos.
El espacio político y social se configura. No se trata de una coyuntura efímera: hablamos de un ciclo de contexto, una etapa que puede durar varios años y que define los puntos cardinales del mapa político. En este tipo de contextos, los candidatos no compiten en igualdad de condiciones. Quien logra encarnar la estructura simbólica dominante o, al menos, da vida a una respuesta pertinente a la crisis existente, tiene mayores probabilidades. Hoy es un hecho que la restauración del orden frente al caos percibido está siendo fundamental. Es lo que dispone de un viento a favor que no se neutraliza con mejores slogans ni con un mayor gasto publicitario.
Pero, ¿puede cualquier candidato acercarse a esto? No. Es el problema en donde mueren candidaturas. Se observa que esa respuesta funciona y todos entran allí. Es el error publicitario, es el problema de no saber de política o tener tanto miedo que (se asume) lo mejor es jugar en las coordenadas dominantes. Es el lugar típico donde mueren los candidatos: la cancha que no es propia. ¿Por qué es habitual el error? Porque es cierto que es muy difícil modificar el contexto y, por tanto, todos los profesionales alrededor sugieren adaptarse. La tesis es que una adaptación total al contexto es suficiente. Pero no.
La conjunción de candidato y contexto supone un pliegue: los valores del candidato y los del contexto se encuentran en un punto y comienza un ejercicio de plegamiento que puede terminar en un ballet o en un choque.
Y es que la política no solo disputa contenidos; disputa el perímetro mismo de lo que es pensable, deseable y legítimo. Y ese perímetro no lo define la voluntad individual de los candidatos, sino la sedimentación de experiencias colectivas, traumas y expectativas acumuladas. El que quiera ganar debe, o bien adaptarse al perímetro vigente, o bien modificarlo. Lo primero es difícil; lo segundo, rarísimo.
En el Chile actual, la atmósfera simbólica favorece el relato restaurador. La inseguridad, la fragmentación y la desconfianza funcionan como un campo magnético que atrae cualquier discurso hacia el eje “orden = legitimidad”. Todo aquello que no se conecta con esta frecuencia se evapora. Y ahí aparece la gran lección estratégica: no basta con hacer una buena campaña; hay que saber si el escenario mismo está diseñado para que tu propuesta florezca o para que se marchite.
Si observamos el actual ecosistema político chileno desde la matriz de valores dominante —seguridad, orden, certeza y simplicidad—, descubrimos que no todos los candidatos están respirando el mismo aire. El espacio social en el que se juega la elección no es neutro: está configurado para favorecer a quienes puedan narrar la crisis en clave restauradora, y en este momento, José Antonio Kast es el único que lo hace de forma completa y coherente. Y si alguien quiere hacer la misma lectura, solo le regalará más votos a Kast. Es entrar en su territorio. Es lo que hizo Matthei desde hace meses, primero con Kaiser y luego con Kast, jugando en territorio enemigo y sin construir su propio espacio.
José Antonio Kast y su modelo restaurativo
José Antonio Kast es el habitante natural del escenario actual. Su modelo es el restaurativo. El país aparece como destruido o amenazado y la misión es devolverlo a un orden perdido. Esta narrativa no solo es clara, sino que está alineada con la frecuencia emocional del momento: miedo al caos, nostalgia de estabilidad y desconfianza hacia cualquier experimento. Es muy interesante porque no ofrece un futuro, sino que ofrece el pasado. Y sin embargo, su solución es al menos una respuesta al momento histórico y por tanto, aun cuando su respuesta sea pobre (no es futuro), es el único que tiene una respuesta.
Kast ofrece un paquete simbólico cerrado —familia, trabajo, autoridad, mérito— que da a sus votantes una “seguridad cognitiva” frente a la desorientación política. No importa si su propuesta es técnicamente deficitaria o cargada de contradicciones: en este escenario, la coherencia interna y la simplicidad narrativa pesan más que la viabilidad de las políticas.
Incluso episodios que podrían dañarlo, como la reciente crisis de los bots, terminan reforzando su imagen dentro de la derecha, porque el marco interpretativo dominante lo protege. El caos, en su relato, siempre confirma la necesidad de un restaurador.
Jeannette Jara y su épica del ascenso
Jeannette Jara es la épica del ascenso, pero no tiene solución a la crisis. Jara representa un modelo proyectivo a partir de su propia historia y experiencia. Habla desde una historia personal (ascenso social) y de la historia política, de avances truncados por los de arriba. Jara promueve un horizonte de bienestar y justicia. Su base identitaria es sólida en sectores progresistas y su biografía popular le permite hablarle al “pueblo” con credibilidad.
Sin embargo, su narrativa choca con el clima actual: para un electorado dominado por el miedo al crimen organizado y la búsqueda de certezas, la promesa de transformación se percibe como un riesgo. Esto obliga a Jara a extremar la prudencia, pues cualquier error puede ser amplificado en un ambiente hostil. Pero no puede cuidarse, porque está perdiendo en segunda vuelta y debe tomar riesgos para ganar.
Su desafío es hacer que la justicia social parezca una condición de estabilidad, no de cambio abrupto. Y sus últimos errores han restado credibilidad, que es el corazón de su capital para despegar.
Pero lo más importante es que, más allá de sí misma, no ha logrado construir un escenario simbólico que compita con el escenario que favorece a Kast. De momento, ni siquiera lo ha intentado. Chile vive una crisis desde 2011 y la izquierda se quedó sin respuestas después de la Convención Constitucional. A Jara no le sirve una buena campaña. Necesita una respuesta histórica, un reconocimiento de los errores de la izquierda, pues necesita que población contraria al proyecto constitucional de la izquierda pueda abrirse a votar por ella. Nuestra era se define por el estallido y sus consecuencias.
El problema de fondo, lo que inquieta, no es la delincuencia en sí mismo, sino su señal de decadencia, caos y pérdida de certezas. Jeannette Jara apostó los primeros días a disputar el poder con José Antonio Kast, pero en realidad el diálogo que podía tener no era contra él. Era su objetivo, pero no necesariamente el objeto de su acción.
Evelyn Matthei vive entre dos mundos sin relato propio
Matthei flota entre el campo restaurador y el popular-identitario, pero no domina ninguno. Su capital político está en la gestión y la autoridad técnica, no en una épica movilizadora. Esto le da flexibilidad para atraer apoyos cruzados, pero la deja vulnerable a la percepción de tibieza o falta de relato. Su posición es correcta, pero sin tracción.
En un escenario ácido como el actual, esa neutralidad no es virtud: es vacío simbólico. Para competir con José Antonio Kast tendría que plegar elementos del orden (sin caer en el autoritarismo) y de la justicia social (sin sonar rupturista), construyendo una nueva narrativa —algo así como “la guardiana de lo posible”— que pueda respirar en el mismo ecosistema sin quedar atrapada en la gramática apocalíptica de Kast y Kaiser. Necesita promover y equilibrar una base de optimismo y el despliegue de una convicción de un camino para Chile. Matthei debe ofrecer una respuesta a la época. Al igual que Jara, no puede vivir en el mundo de Kast.
Franco Parisi
Parisi es el outsider sin estructura. Encarna el modelo frustrado o escéptico, capitalizando la decepción ciudadana, pero sin proponer un proyecto estable. Es un apéndice de Kast. Es útil para castigar a la clase política, no para conducir un país. En este escenario, puede obtener apoyos tácticos, personas que buscan dar cuenta de su voto de protesta, pero no pretende ni podría consolidar hegemonía. La volatilidad de su electorado y su densidad simbólica baja lo convierten en un actor satélite.
Johannes Kaiser
Kaiser ha ingresado a una etapa de incomparecencia simbólica. En este corpus, ni siquiera logra activar marcos narrativos potentes en el electorado popular. Su ausencia simbólica lo deja fuera del perímetro de disputa. Aunque tenga presencia mediática en ciertos nichos, no ha construido una figura presidencial viable en el actual ciclo. Su enorme crecimiento hace cuatro meses no solo se detuvo, sino que demostró que su crecimiento comunicacional carecía de conexión de época. Existiendo en la misma zona Kast, capaz de leer el momento, se queda con poco.
Hay un único corredor con pendiente a favor: José Antonio Kast
El núcleo estratégico está hoy en Kast, pero ese escenario no solo es fortaleza, sino que puede ser trampa bajo ciertas condiciones (de todos modos improbables). Y es que hoy Kast tiene el único relato que respira con naturalidad en el ecosistema político chileno. Los demás están adaptando su mensaje a un clima que no es suyo. Esto significa que la verdadera disputa no está en quién hace la mejor campaña, sino en quién puede cambiar las coordenadas del escenario.
Si nadie lo hace, la ventaja estructural de José Antonio Kast seguirá intacta. Si alguien logra alterar los valores cardinales del debate —por ejemplo, desplazando la seguridad desde la represión hacia la estabilidad institucional con justicia social—, el predominio restaurador podría volverse discutible. Solo el futuro puede cambiar el escenario, no hay más. Pero mientras eso no ocurra, el aire seguirá siendo ácido para los rivales de Kast. Y por ello no podrán equivocarse, e incluso acertando, estarán hablando en un idioma que no es el suyo.
En resumen, la política chilena de hoy se parece menos a un debate de ideas que a un juego en un tablero inclinado. No todos los jugadores están peleando en el mismo terreno, ni con las mismas reglas invisibles. Hay un único corredor con pendiente a favor, y ese es el de la narrativa restauradora. José Antonio Kast corre allí. Los demás suben cuesta arriba.
Esto no es fruto de un diseño maquiavélico ni de la casualidad: es el resultado de un cambio de ciclo. Del 2011 al 2021, el aire se llenó de expectativas transformadoras; del 2022 en adelante, ese aire se espesó de miedo, fatiga y demanda de certezas. Cambió el perímetro del debate. Cambiaron los puntos cardinales. Hoy, orden, seguridad, certeza y simplicidad no son solo demandas: son las llaves simbólicas para entrar en la conversación nacional.
Kast posee un relato que encaja como pieza exacta en esa cerradura. No necesita inventar un lenguaje nuevo: habla el idioma del momento. Su mensaje no discute las premisas del escenario, las encarna. Por eso, incluso en crisis, sobrevive; y en cada crisis que ha vivido (como los bots), puede fortalecerse.
Los demás candidatos, en cambio, o bien intentan traducir sus ideas a un idioma que no es propio —como Jara tratando de vestir la justicia social con ropajes de estabilidad—, o bien se refugian en la técnica y la gestión, como Matthei, sin dotar a su figura de una épica que respire en el mundo ácido actual. Parisi y Kaiser, por su parte, viven al margen de la gramática central, operando más como síntomas del malestar que como arquitectos de soluciones. Ambos construyen pilares o cavan trincheras para Kast.
Todos los asesores de campaña están ayudando a Kast… y ni se enteran
El riesgo para el país es evidente: un escenario sin disputa estructural es un escenario sin política real. Y un escenario donde solo una narrativa es plenamente viable es, por definición, un escenario empobrecido. El verdadero desafío para quien quiera disputar el poder electoral a Kast no está en ganarle un debate televisivo ni en viralizar un video, sino en mover el perímetro, en alterar el magnetismo que ordena el mapa simbólico. Esto requiere algo más que táctica comunicacional. De hecho, exige una operación de alta política, capaz de resemantizar los valores dominantes. No se trata de negar la importancia del orden y la seguridad, sino de transformar su significado.
En la historia reciente, quienes han logrado estos cambios no han sido los que gritaban más fuerte, sino los que supieron leer el momento y reescribir su gramática. La Concertación lo hizo al transformar el “Nunca más” en alegría y alivio; Michelle Bachelet lo hizo al convertir la autoridad en cuidado; Gabriel Boric lo intentó al vestir el cambio de épica generacional. Pero hoy ese guion se ha agotado.
Chile vive atrapado en un guion restaurador que solo favorece a un actor. La pregunta para los demás es simple y brutal: ¿van a seguir jugando en un tablero que no está hecho para ustedes, o se atreverán a construir otro? Mientras esa pregunta no se responda, las campañas seguirán compitiendo en creatividad, gasto y forma… pero no en el único terreno que realmente importa: el terreno del escenario, el terreno a la respuesta acuciante de un país que suma catorce años de crisis.