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"La culpa es de los matinales"

13 julio 2025 | 08:00

No hay que creer que todo es un montaje televisivo o una estrategia de la derecha. O que, si apagamos el matinal, vuelve el Chile seguro de los noventa.

La crisis de seguridad en Chile ya no se mide por percepciones: se mide en muertos, balaceras, encerronas, funerales narcos y barrios sitiados por bandas que no solo desafían al Estado, sino que lo reemplazan.

Y esto incluye los vicios también, pues más de la mitad de los cigarrillos consumidos en Chile provienen del contrabando, según un estudio de MIDE UC, con una pérdida en impuestos de 800 millones de dólares. Y ese monto sí lo recauda el Tren de Aragua, agravando el daño. No es solo menos recaudación para un Estado cada vez más incapaz, sino más dinero para la megaorganización criminal que nos exportó Maduro.

Como escribió Carlos Basso en su libro “Nuestro pedacito de cielo”, la criminalidad organizada ya no es una amenaza futura ni importada: es una realidad chilena, profundamente instalada, con redes, territorios, soldados y hasta códigos culturales. La primera parte de su libro narra una historia peor que el Juego del Calamar, donde si caes en manos de secuestradores, o bandas criminales, eres secuestrado, torturado, mutilado, y -si tienes buena suerte- terminas con un balazo en la cabeza.

Los últimos episodios con narcomilitares muestran que las organizaciones criminales llegaron antes que el Estado a las Fuerzas Armadas, mientras todavía se debate si se les ocupa o no en las tareas de seguridad ciudadana.

“La culpa es de los matinales…”

Frente a este derrumbe, las autoridades parecen seguir en la fase negacionista. La respuesta más habitual de sus partidarios en redes sociales no es una política pública, sino una excusa comunicacional: “la culpa es de los matinales que quieren más rating y exageran”.

Fue el propio ministro Luis Cordero, quien dijo que la gente tenía una “percepción aumentada” por la televisión y redes sociales.

El diputado Gonzalo Winter añadió: “los medios amplifican los hechos aislados y generan una sensación de inseguridad que no corresponde con la realidad estadística”.

Y no solo ellos, sino el coro en redes sociales de las cuentas oficialistas repite la misma cantaleta. Para qué decir el enredo gubernamental sobre el expediente del caso del tráfico en la FACH, incluyendo performance en La Moneda.

Las cifras, sin embargo, no tienen síndrome negacionista ni antimatinales. La tasa de homicidios en Chile se duplicó en una década, pasando de 3,1 en 2012 a 6,7 por cada 100 000 habitantes en 2023. En algunas regiones es más aún, como en Tarapacá, dónde el indicador supera los 17. Se suele decir que estamos mejor que el resto de los países de América Latina, pero eso no es un argumento para quienes comparan el país donde no se puede salir de noche, con el que vivieron hace solo 10 años, con ciudades repletas de vida nocturna.

Se ha instalado el temor y las evasivas oficialistas echan a perder la esperanza. El miedo, como decía Drew Westen, se mete por el sistema límbico, y en Chile se ha convertido en una forma de vivir.

Para reforzar el negacionismo, el presidente sale en bicicleta rodeado de una cápsula de seguridad, mientras en espacios públicos aumentan los asaltos, incluso en barrios tranquilos como Ñuñoa o los alrededores del Mercado Urbano Tobalaba, y ocurren secuestros horribles como al exalcalde de Macul.

¿Habrá alguien en los equipos comunicacionales bien pagados en La Moneda que le diga que en Chile la gente tiene miedo a salir en bicicleta a lugares apartados y que sus selfies son manifestación del privilegio?

Ese asesor, antes que lo echen, puede recordarle que en Chile, según datos de Bicicultura se roban más de 300 bicicletas al día. También advertirle que en el año 2024 en el mismo cerro San Cristobal asaltaron a 14 ciclistas. También tiene a su disposición datos más generales como que en una década han aumentado en un 25% los asaltos y más de un 100% los secuestros, casi todos en la vía pública.

Entre Bane y el Espantapájaros

En la “Ciudad Gótica” de las películas de Cristopher Nolan, el crimen entraba por las cañerías y circulaba como vapor por las calles. Gotham colapsa no porque los supervillanos disparen más fuerte, sino porque las policías, los jueces y los políticos se rinden, se venden, colapsan o se enamoran de sí mismos como Dos Caras.

En el “El Caballero de la Noche Asciende”, hay una solución al crimen de la mano de Bane, el único que derrota a Batman. Convertido en el comisario de la ciudad, instala un populismo de izquierda con una revolución “desde abajo” con igualdad y tribunales populares para acabar con el crimen. En contraste, en la primera versión “Batman Begins”, el Espantapájaros convierte el miedo en herramienta de control, justificando el terror en nombre del orden, ocupando gases por las mismas tuberías.

Chile se dirige directo a esa bifurcación: entre los Bane de izquierda que ofrecen “control territorial popular” y los Espantapájaros de derecha que prometen orden a cualquier precio, incluso a costa de los derechos humanos y nuestra propia estructura legal.

La democracia como un lujo

Si no se hace nada ahora —partiendo por reconocer que tenemos un desborde completo de seguridad, con el narcotráfico penetrando en las instituciones y la noche convertida en el paraíso del miedo—, esas soluciones extremas parecerán razonables.

Para un comerciante de Meiggs que paga impuestos, pero no puede vender por los toldos azules; para un barrio que no puede tener internet porque se roban los cables y nadie hace nada; o para jóvenes que salen a divertirse y son víctimas de manadas, la democracia se vuelve un lujo.

No hay soluciones simples, no hay atajos para resolver el problema del crimen en Chile, sino trabajo concienzudo, no partisano y metódico.

Es difícil en año electoral, pero justamente el gobierno puede convertirlo en una oportunidad si cambia el discurso de negacionismo y convoca a los candidatos principales a la Moneda para construir en conjunto una solución sostenible políticamente.

Sería un paso audaz, y permitiría consensos en tareas urgentes como la cárcel de alta seguridad, la deportación de criminales peligrosos, una reforma seria a las policías, una mayor inteligencia financiera dando atribuciones mayores a los fiscales en materia de secreto bancario y tolerancia cero con los toldos azules aplicando la fuerza que permite el Estado de derecho.

La crisis de seguridad es también una crisis de Estado. Es más grave que un terremoto, que un crash bursátil, que un intento constitucional fallido. No basta con más carabineros si no se enfrentan los carteles que ya tienen un poder de fuego superior mayor al que habría tenido el FPMR si no le encuentran las armas en Carrizal Bajo.

No sirve una nueva ley si los fiscales no dan abasto con las causas y se pierden 1000 millones en un sistema informático que no funciona. No basta más cárceles si por la corrupción en Gendarmería se convierten en los nuevos cuarteles generales, como pasó en el penal de Tocorón en Venezuela.

Por cierto, el único lugar donde ha bajado la tasa de homicidios per cápita en los últimos años ha sido en el sistema penitenciario. Cuando usted adivine por qué, el horror será mayor.

No hay que creer que todo es un montaje televisivo o una estrategia de la derecha. O que, si apagamos el matinal, vuelve el Chile seguro de los noventa. El crimen no necesita cámaras: necesita espacio. Y ese espacio, el Estado ya lo cedió.
- Carlos Correa Bau