Todo indica que de Moraes no consideró un detalle: que lo que podía hacer con los políticos y empresarios de Brasil, no podía hacerlo con Elon Musk.

A mediados del 2020, en un curso sobre libertad de expresión en Derecho UC, analizamos las actuaciones que comenzaba a realizar el Supremo Tribunal Federal de Brasil (STF) al amparo del “Inquérito 4781”, sobre fake news y denuncias difamatorias al organismo, sus miembros y familiares.

El procedimiento era secreto, y casi no había información. Las investigaciones eran llevadas adelante en forma individual por los mismos jueces afectados de Tribunal, quienes además tomarían la decisión sobre la condena, sin la participación de la Fiscalía ni de ningún tribunal imparcial.

Un asunto de libertad de expresión

La prensa reportaba en esos días al menos 29 personas investigadas, que arriesgaban 20 años de cárcel y sanciones civiles ejemplarizadoras. Además de prisión preventiva, registro e incautación de teléfonos, computadoras, revisión de Whatsapp, violación del domicilio, entre otras.

El sólo hecho de que un juez supremo (Alexandre de Moraes) estuviera llevando esa investigación, generaba un efecto silenciador y amedrentador, incompatible con la libertad de expresión. Además de las groseras infracciones al debido proceso.

Junto a los alumnos, los ayudantes y un profesor externo reconocido por sus pares como el mayor experto en materias de libertad de expresión de la región (Pedro Anguita) decidimos poner a prueba el sistema de protección de DDHH de la OEA, activándolo con un requerimiento dirigido al Relator de libertad de Expresión. Para que tomara cartas en el asunto.

Hablé varias veces con él. Pero era la víspera de la elección Lula/Bolsonaro, y le complicaba meterse en un tema tan teñido políticamente. “En Brasil están todos locos, che” me decía.
Nosotros sosteníamos que cualquier sistema de protección de DDHH “muestra realmente su valor cuando defiende los derechos de todas las personas, sin importar su posición o color político. Ante este tipo de situaciones, la neutralidad deviene complicidad”.

Pero no pasó nada.

Todo el mundo sabía que la mayoría de los miembros del Supremo Tribunal Federal de Brasil habían sido nombrados por Lula, y que fueron también ellos quienes lo sacaron de la cárcel, sobre la base de argumentos procedimentales, para que pudiera competir. Estaban completamente jugados por el resultado de la elección, y como muchas veces sucede cuando hay poder en juego, la decencia y el respeto por el derecho retroceden varios peldaños.

Brasil representa por sí mismo buena parte de la población latinoamericana, y su importancia económica y geopolítica es evidente. Pese a ello, pocos analistas internacionales entienden portugués y muchos menos siguen sus noticias, lo que permitía que estas cosas pasaran desapercibidas, pese a su evidente obscenidad.

En la historia, buena parte de los males provienen de “cruzadas puritanas” (valga la redundancia). Ellas ocurren cuando un grupo cree, sin matices de duda, que es dueño de la verdad, y que tiene el deber sagrado de imponerlo al resto. Brujas, indígenas, homosexuales, judíos y una larga lista de “herejes” (religiosos o civiles) ha sufrido en carne propia estas campañas civilizatorias.

En los últimos años, no poca gente ha caído en estas tentaciones, por ejemplo, de la mano del buenismo y la cultura “woke”. De hecho, buena parte de los medios de comunicación (incluyendo Twitter y las Big Tech) han reconocido que han manejado algoritmos para ocultar o destacar noticias, especialmente en época de elecciones, olvidándose del fair play y de las reglas básicas de la democracia y la libertad de expresión.

Pero volvamos a Brasil.

Alexander de Moraes v/s Elon Musk

El juez Alexander de Moraes siguió por años haciendo sus campañas de censura e inquisición. Pero en las últimas semanas, se metió en las patas de los caballos y mandó cerrar numerosas cuentas de X (antes Twitter), con prohibición de informar sobre la medida y las razones que justificaban la misma.

Simplemente la orden era “hacerlas desaparecer” sin que nadie se enterara. “La ley habla por boca del juez”, y él era un juez supremo. Punto.

La lista de incidentes y afectaciones a la libertad de expresión es interminable. Pero en lo que importa, todo indica que de Moraes no consideró un detalle: que lo que podía hacer con los políticos y empresarios de Brasil, no podía hacerlo con Elon Musk.

Y no solo porque sea es el hombre más rico del mundo, y uno de los más influyentes. Tampoco porque haya demostrado que aquello de la “batalla cultural”, y en especial la “libertad de expresión”, le importa más allá que cualquier suma de dinero.

La verdadera ruina del STF y de Moraes es no haber anticipado que para una personalidad tan intensamente “mercurial” como la de Musk, esta pelea sería un mega divertimento.

La suerte está echada

Alguien podría decir, sin faltar a la verdad, que esta es una “noticia en desarrollo”. Pero cualquiera que esté al tanto de los detalles sabe que la suerte está echada, con amplia ventaja para Musk, que no le tiene miedo a de Moraes y juega con él como lo haría un niño travieso con un compañero poco aventajado.

Ha dicho que no le importa perder todas las inversiones de Brasil, “pero la libertad de expresión no se toca”. Tampoco parece importarle que los funcionarios de Twitter sean perseguidos y deban abandonar Brasil, o que se le acuse de no respetar órdenes judiciales. De hecho, ha publicado en su cuenta personal de X las órdenes remitidas por de Moraes, y que se prohibía divulgar.

En las semanas que vienen, el tema se teñirá políticamente.

Muchos partidarios de Lula caerán en la tentación tribal y defenderán a de Moraes. Algunos twiteros (menos que antes) amenazarán con irse a Mastodon. La prensa publicará una serie de verdades a medias, y se repetirán sin mucho filtro notas hechas por agencias de noticias, del tipo “Justicia brasilera investiga a Musk por fake news”.

Pero sólo queda la cuenta regresiva. El tema ha sido levantado. El mundo entero ha comenzado a enterarse quién es y qué ha hecho el STF y Alexander de Moraes.

Es solo cosa de tiempo.

Alexander de Moraes: Game Over.