"El llamado del Presidente Boric a reflexionar sobre la Unidad Popular, alimentó recelos infundados. El Partido Comunista quiso abandonar la reflexión y quedarse en la trinchera... Por el otro lado,la derecha aprovecha la ocasión para retroceder a su propia trinchera, la que defiende el golpe y justifica la violación a los derechos humanos".

Compartí plenamente las palabras del Presidente Boric cuando, en la cuenta pública del pasado 1 de junio, llamó a los chilenos y chilenas a conmemorar los 50 años del golpe de Estado promoviendo una reflexión conjunta respecto de lo ocurrido en nuestro país, pero sin relativizar los crímenes cometidos.

Es precisamente en ese estrecho camino, reflexionar sin relativizar, donde el país parece haber retrocedido en las últimas semanas. Siento que mi deber es, por mi propia historia, aportar aunque sea con un granito de arena para que se retome el camino del reencuentro sobre la base de la verdad y la justicia.

En su discurso, el Presidente Boric citó un libro que ya había llamado mi atención: “La Búsqueda”, de Cristóbal Jimeno y Daniela Mohor, que relata la historia de Jimeno en la búsqueda de justicia para su padre, Claudio Jimeno, detenido y desparecido el 11 de septiembre de 1973.

A pesar de que no conozco personalmente al autor, su historia me conmovió por la similitud con mi propia historia. Ambos nacimos en 1970. Ambos tuvimos padres que se entregaron por entero a la causa de la Unidad Popular. Ambos socialistas. Ambos detenidos tras el golpe de Estado. Y ambos brutalmente asesinados por los militares.

Ambos éramos muy pequeños cuando mataron a nuestros padres y apenas guardamos imágenes y sensaciones difusas de haber estado en sus brazos. Los recuerdos vienen más bien de los relatos de nuestras madres y familiares, de las pocas fotos que atesoramos como recuerdo y que muestran un parecido físico que nunca deja de conmoverme.

Eso es lo que somos Jimeno, yo y tantos otros: Somos los hijos pequeños de las víctimas, quienes no pudimos gozar del cariño de nuestros padres asesinados cobardemente. Para nosotros, la relativización es sencillamente imposible. Pero para nosotros también la reflexión ha sido parte de nuestras vidas.

¿Qué pasó, papá? ¿Por qué te odiaban tanto? ¿Valía la pena, papá, arriesgar tanto y terminar dejándome solo? Son reflexiones duras, que buscan explicaciones, que buscan entender el contexto, que son exigentes con nosotros mismos, pero que en ningún caso avalan justificaciones.

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La discusión en estos días parece haber retrocedido. Porque algunos no quieren reflexionar, mientras otros quieren relativizar. Siento que antes habíamos avanzado. Chile con paciencia fue reconstruyendo un relato cada vez más compartido por todos. De los “presuntos desaparecidos” que se hablaba hace tres o cuatro décadas, hoy nadie niega los crímenes que ocurrieron. De los “excesos” de unos pocos, hoy nadie duda de que se trataba de violaciones sistemáticas perpetradas por agendes del Estado. Hace diez años, el Presidente de la República de entonces, máximo representante de la derecha política, hablaba de “cómplices pasivos” para referirse a los civiles que sabían o debían saber las atrocidades que se cometían.

Este avance ocurrió gracias a muchos. Desde organizaciones de derechos humanos y agrupaciones de víctimas que con valentía y tesón mantuvieron la causa viva en los momentos más difíciles, hasta la acción de quienes desde la política empujamos para hacer de la verdad y la justicia una base compartida para la construcción de futuro.

Pero el avance parece haberse detenido. El llamado del Presidente Boric a reflexionar sobre la Unidad Popular, alimentó recelos infundados. El Partido Comunista quiso abandonar la reflexión y quedarse en la trinchera. Con respeto les digo: Así no se avanza. Cuando los países pasan por este tipo de momentos traumáticos, no se trata de imponer versiones, no se trata de cancelar al que piensa distinto. Al contrario: el avance de los últimos años demuestra que es precisamente la reflexión la permite aflorar la verdad.

Por el otro lado, la derecha aprovecha la ocasión para retroceder a su propia trinchera, la que defiende el golpe y justifica la violación a los derechos humanos. La que considera a Pinochet un estadista, y que por momentos incluso niega hechos indubitados.

Probablemente la salida de Patricio Fernández como coordinador de la conmemoración de los 50 años sea lo adecuado. El lenguaje le jugó una mala pasada, pero más importante aún, no logró generar los lazos indispensables con las organizaciones de derechos humanos para, precisamente, reflexionar en conjunto, de modo que, de esa reflexión, los chilenos siguieran avanzando en la reconstrucción del ethos compartido que necesitamos como nación. Y al fracasar Fernández por ese lado, alimentó las visiones más retrógradas por el otro lado, las de la extrema derecha chilena.

Mi llamado es a retomar la serenidad. Reflexionar hasta el cansancio, sin relativizar los atropellos ocurridos. Ambas tareas son necesarias.

Se lo debemos a nuestros padres.