El matrimonio de Alondra y Abayomi fue atípico, no tan sólo porque no todos los días una chilena se casa con un egipcio, sino también porque el novio estaba a más de 12 mil kilómetros de distancia de la pequeña sala del Registro Civil donde se celebró el trámite. Pese a estar legamente casados, la cónsul chilena en El Cairo denegó la visa de residencia a Abayomi y con ello la posibilidad de que ambos pudieran reencontrarse y formar familia en Chile. Un fallo de la Corte Suprema, sin embargo, lo cambió todo.

El Cairo, enero 2020. Alondra baja de su habitación y enfila rumbo a la recepción. Hace algunos días se hospeda en el Hilton Ramses, un distintivo hotel egipcio que se alza frente al río Nilo y cuyo edificio se impone de sobra entre las otras construcciones de menor tamaño que lo rodean.

Necesita cambiar dinero, pero no se ubica, decide consultar. Se acerca a un huésped, un hombre de unos 35 años, moreno, pelo rizado y corto, rostro amable. Se identifica como Abayomi, es abogado y también está de paso, debe asistir a una conferencia por su trabajo. Esto último se lo explica a través del traductor de su teléfono: él no habla español ni ella árabe egipcio. Ella retruca que es chilena, está de vacaciones y le explica su situación.

-Necesito cambiar dinero -le detalla. Él nuevamente se ayuda de su teléfono y le indica cómo llegar. Congenian. Bien podría decirse que es amor a primera vista. Pero el amor es complejo, especialmente para aquellos que no sólo deben sortear barreras idiomáticas o culturales, sino también las burocráticas.

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Siempre apegados a sus improvisados traductores, es decir, sus celulares, la conversación continúa. Alondra le cuenta de Chile, de sus costumbres, de religión, política, actualidad. Abayomi hace lo propio. Le habla de sus tradiciones, familia, negocios.

Pasan el tiempo juntos. Las miradas se cruzan y coquetean, pero ella tiene un itinerario fijo y debe seguir su periplo por Egipto, país en el que su estadía se prolonga por poco menos de un mes y del que se declara enamorada y una ávida estudiosa.

-Volvamos a vernos, juntémonos otra vez -confabulan.

Quieren conocerse mejor, no perder lo que habían construido en los pocos días que estuvieron juntos.

La nueva cita cambia el paisaje: de la vista del río Nilo pasan al Mar Rojo, en Hurgada, uno de los destinos turísticos predilectos de Egipto, cuya disposición la componen tres secciones: el Dahar, algo así como el casco histórico; el Sekalla o centro, lugar que alberga a pequeños hoteles y hostales; y el Memsha , la parte moderna de la ciudad.

Año a año, sus casi 250 mil habitantes ven pasar por sus calles y por los más de 30 kilómetros de playas que conforman la ciudad a visitantes de todas las latitudes, especialmente europeos, quienes aprovechan la conexión directa que el aeropuerto local les ofrece.

Una de esos viajeros es Alondra. Allí, en Hurgada, vuelve a reunirse con Abayomi. La cita -que se prolonga por algunos días- es un éxito y terminan concretando el inicio de una relación, “ya no de amistad, sino algo más serio”, según le confesaría más tarde a la cónsul chilena en El Cairo.

Lo de “algo más serio” no es casualidad. Como en Egipto las relaciones han de ser siempre (o casi siempre) bastante formales, Alondra y Abayomi deciden casarse. El plan inicial era contraer matrimonio por el civil bajo las leyes egipcias, mientras que la boda religiosa se concretaría en Chile. Pero nada de eso pasó como estaba planeado y todo quedó en stand by. Primero por el coronavirus y luego por decisión del Consulado Chileno en El Cairo.

En efecto, al explotar la pandemia en todo el mundo, Alondra vuelve a Chile sola y Abayomi queda en El Cairo. El virus, lejos de retroceder, simplemente imposibilita la chance de un reencuentro rápido, como estaba planificado. Pero, en lugar de desistir de la idea de casarse, ambos mueven sus piezas y lo hacen de todos modos.

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El casamiento del 19 de noviembre de 2020 -sin temor a exagerar- está fuera de todos los cánones. No sólo porque no es asiduo que en la pequeña sala del Registro Civil de Futaleufú una chilena contraiga matrimonio con un egipcio, sino también porque al novio no se le podía ver por ninguna parte: se encontraba a unos 13 mil kilómetros de distancia, en El Cairo.

Para concretar el vínculo marital Abayomi debió enviar un poder legal a Chile a nombre del hermano de Alondra. Éste último, con papel en mano, ofició de novio en el trámite al que sólo asistió un puñado de personas: la novia, su ya citado hermano y dos amigas cercanas que sirvieron de testigos.

La diligencia ante el Registro Civil sirvió para que Abayomi iniciara rápidamente el papeleo y solicitara una visa que le permitiera reencontrarse con su flamante esposa y formar una familia en Chile.

Fue así como el 18 de diciembre de 2020, Abayomi llega al Consulado de Chile en El Cairo, para entrevistarse con funcionarios de esa repartición. Toma asiento, responde las preguntas y se retira confiado en que todo fue un éxito. Pero no lo fue.

Recházase la solicitud de visa -queda estampado en la resolución firmada el 1 de febrero de 2021 por Jacqueline Rodríguez Vega, cónsul chilena.

Entre los argumentos, se apunta que Abayomi no cumple los requisitos económicos para ingresar a Chile. Podía constituir una carga social, explican.

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Una vez más, ante el rechazo, la pareja mueve sus piezas. Ahora, Alondra contrata una abogada y presentan un recurso ante la Corte de Apelaciones de Santiago. Ambas detallan latamente que Alondra posee recursos suficientes para mantener a su cónyuge, tiene una profesión, un buen puesto laboral y su pasar económico es inmejorable. Gana bien. Abayomi también es profesional, mantiene una cuenta bancaria con ahorros. Acompañan cartolas, documentos, etcétera.

Pero en el tribunal tampoco triunfan. Peor aún, a lo largo del proceso, la Dirección General de Asuntos Consulares -quizá empujada por lo atípico de toda esta historia- califica de “dudoso” el matrimonio, con lo que le cierran nuevamente la puerta a Abayomi.

En último intento, Alondra y su abogada apelan a la Corte Suprema. A través de un recurso ingresado el 11 de marzo recién pasado, exponen los mismos argumentos: ella puede hacerse cargo de él, tiene dinero suficiente, gana bien. Vuelven a acompañar cartolas, documentos, etcétera.

Cuatro días después, cuando la esperanza se desvanecía y cuando incluso armaban planes para que fuera ella quien finalmente migrara a Egipto, triunfan.

-Se acoge la acción de amparo y (…) la autoridad de la oficina consular de Chile en Egipto deberá otorgar en el más breve plazo la visa de residencia temporaria (a Abayomi)-versa el fallo dictado por la Segunda Sala en el que se le da la razón a Alondra y a su esposo.

A juicio de la Corte Suprema, “las razones por la cuales se deniega la visa del amparado se basa en la calificación de ‘dudoso’ del vínculo matrimonial, sin que dicho cuestionamiento se haya justificado, de modo que no ha podido ser catalogado como tal, pues no existe un reparo serio por parte de la autoridad”.

Derrota definitiva para la burocracia, alegría total y final feliz para Alondra. Abayomi no tarda en llegar.

A petición de los protagonistas, los nombres, profesiones y localidades que aparecen en esta crónica fueron modificados para resguardar sus identidades. Según confiesa Alondra, varios pasajes de esta historia permanecen -por ahora- desconocidos para sus cercanos, por lo que espera la llegada de Abayomi para darlos a conocer.