Shirley duerme en la calles de San José, recoge comida de la basura y comparte el tubo de crack. El covid-19 no le asusta. Aceptó ser vacunada en una campaña del gobierno a cambio de ropa limpia y comida.
“Para los que vivimos en indigencia el covid no existe. Yo he visto gente comiendo pan agarrado de la calle, donde pasan ratas, cucarachas y moscas, y no les ha pasado nada”, comentó.
Shirley Sánchez tiene 40 años. Salió de la cárcel en diciembre de 2020 tras cumplir una condena de cinco años por venta de drogas. Sin hallar trabajo, se quedó a vivir en la calle, en plena pandemia de coronavirus.
“Aquí todo mundo se pasa el tubo de crack, la colilla del cigarrillo, la botella de guaro (alcohol)”, dijo “Pelota”, como la conocen sus amigos en las calles de la capital de Costa Rica, donde divaga, se droga y duerme.
Su única familia es una hermana, también en situación de indigencia, y un hijo de 23 años que hace mucho no ve.
Por las mañanas vende cigarros sueltos y en la noche se entrega a la adicción, aunque confiesa que quiere dejar las drogas.
Nunca consideró la posibilidad de ser vacunada, porque “es más importante pensar en cómo pagarse algo de comer o un cuarto para dormir, porque las dos no se pueden”.
“Jamás pensé en vacunarme”
La necesidad de aseo, vestimenta y el hambre animaron a Shirley a hacer la fila de la vacunación exclusiva para indigentes a cargo del gobierno y de la ONG “Chepe se Baña”, que desde 2017 asiste a una población que cada día crece más en este país.
Una de las causas de ese incremento, según las autoridades, es la pandemia.
Shirley es parte de las 4.000 personas en “situación de calle” que el gubernamental Instituto Mixto de Ayuda Social (IMAS) tiene identificadas en Costa Rica, de las cuales 1.900 se movilizan en el centro de San José.
Sin embargo, la entidad calcula que realmente son unos 7.000 indigentes en este país de 5 millones de habitantes.
En el parque general José María Cañas de San José, el gobierno y “Chepe se Baña” instalaron un bus optimizado con ducha y baño, un grupo de médicos y unos 150 voluntarios para recibir a los indigentes.
“Jamás esperé ir a una clínica a inyectarme [la vacuna]. A como yo ando, jamás pensé ir a vacunarme. Yo sentía en mi corazón que tenía que venir”, expuso Shirley.
Tras tomar un baño y recibir ropa limpia, Shirley fue inmunizada y luego almorzó un plato con mucho arroz, frijoles y chorizo.
En cada parte de este proceso, Shirley lloró. A pesar de no “importarle el covid”, dijo que se sintió valorada. Al menos lo suficiente antes de regresar a su rutina habitual en la esquina donde está su dormitorio al aire libre y colchón de cemento.
Menos riesgo
Elvin Torres, de 35 años, también llegó hasta la plaza al enterarse que había comida y baño.
“A nosotros eso (el covid-19) no nos da miedo. De tanta cochinada que hacemos, ya el cuerpo está inmune. Yo no he oído que un indigente se haya muerto de covid”, consideró Elvin.
“Si nos enfermamos, no nos damos cuenta por la droga. La enfermedad está como dormida”, dijo, sentado en una de las bancas del parque.
Elvin nació en Nicaragua pero llegó a Costa Rica muy niño, junto con su familia. Hace 10 años que vive en la indigencia y se acuesta en una acera de la localidad Barrio Luján, apenas con una cobija.
Dice que está harto de la vida que lleva. Tiene tres hijas, la mayor de 12 años, pero no las ve hace mucho.
Confesó que “hizo mucho daño” pero que aprendió la lección y ya no roba.
Busca su alimento en la basura y esporádicamente ayuda en una construcción, pero usualmente el dinero lo gasta en droga y alcohol y se queda sin comer.
Al igual que Shirley, tampoco consideró que sería inmunizado en algún momento.
Costa Rica fue uno de los primeros países de América Latina en iniciar la vacunación anticovid, y ya ha inoculado a 2 millones de habitantes, 800.000 de ellos con dos dosis.
“En esta vida a uno lo menosprecian, no lo toman en cuenta para nada. Uno agradece que hayan personas como las que nos ayudan. Uno anda metiendo la mano en todo lado y con esta vacuna será un poco menos el riesgo”, admitió.