Este 4 de septiembre es el plebiscito de salida. En él se sabrá si la mayoría de los votantes aprueban o rechazan la propuesta de nueva Constitución. Las encuestas conocidas dan por ganador al Rechazo.

El resultado del plebiscito, este 4 de septiembre es trascendental. Cambiará es destino del país. Sin embargo, hay algunos “triunfos” del Apruebo, de la propuesta de nueva Constitución, que, independiente del resultado, parecen ya logrados.

Son “triunfos” culturales, que se vienen gestando hace años, que hoy se han materializado en la propuesta de nueva Constitución.

La propuesta tiene, entre sus ejes trasversales, los siguientes: un Estado social, los Derechos Humanos, la paridad, el medioambiente, la descentralización y el reconocimiento de los pueblos originarios. Podemos a ellos sumar elementos como el reconocimiento del derecho a la vivienda (digna y oportuna) y la ciudad, a la cultura.

Los puntos mencionados representan cambios culturales profundos. Se han ido gestando, a distintos ritmos, hace mucho tiempo. Pero materializados en un texto, parece difícil que, independiente del resultado del plebiscito, no sean considerados. Porque además suscitan apoyos importantes.

Hoy, la fuerza que han adquirido y siguen adquiriendo las mujeres y grupos feministas hacen impensable no considerar la paridad en cualquier cambio constitucional (sea en una nueva Constitución o modificando la actual). Pueden haber énfasis, distintos alcances. Pude ser paridad u otra fórmula. Pero es inevitable.

Algo similar puede decirse respecto al medioambiente, tema central impulsado por gran cantidad de movimientos sociales, Ong´s y líderes. Pero también por un cambio climático que cada vez menos niegan. El medioambiente es hoy un tema central para la sociedad, y debe incluirse en la Constitución.

El reconocimiento de los pueblos originarios -con reconocimiento o no de autonomías y de ser un país plurinacional- es algo que parece obvio. Sin embargo, no se ha hecho. Algunos -pocos a estas alturas- insisten en una identidad única del país. Afirmación que se cae por sí sola. Vinculada a este tema, es urgente una descentralización real (que cuestione los límites políticos internos del país). Hoy, la concentración del poder (en grupos económicos, en Santiago, en élites de distintos tipos) son cada vez más rechazadas. El desarrollo y diversidad del país llevan en ese sentido.

Durante más de 40 años Chile se ha regido teniendo como mayores indicadores los de la macroeconomía. El malestar social, la salud mental de las y los chilenos, el estrés, la felicidad y tantos más, son indicadores que claman, de manera trágica, por la necesidad de miradas más amplias y complejas. Y en una sociedad tan desigual (en cada zona pero también a nivel territorial), la necesidad de un Estado social, y no sólo subsidiario, es una idea que gana terreno en forma acelerada. Los abusos y colusiones han convencido a muchas personas de que el mercado (al menos como funciona en Chile), por sí solo, no basta. No es un buen distribuidor de riqueza, no fomenta la equidad, la inclusión, no tiende a incorporar minorías, diversidad.

Los Derechos Humanos, en especial a nivel de Occidente, son un consenso mayoritario. En especial en los países desarrollados (aunque los violen fuera de sus fronteras). Los cuestionamientos tienen relación a las dificultades de los propios países, a nivel institucional, para cumplirlos. Por ejemplo, es la propia ineficiencia y falta de capacitación profesional de Carabineros los que, creo, los lleva a violarlos. Y su pérdida de autoridad ha sido impulsada, entre otros factores, por los reiterados casos de corrupción de sus dirigencias. O a un Estado que no es coherente, que no puede generar las condiciones para que se cumplan los DDHH, como es dar asistencia adecuada a las víctimas, tener una justicia eficiente y eficaz (difícil con la escasa inteligencia policial), cárceles que apunten a la rehabilitación, cuando sea posible, entre otros.

Los puntos anteriores, a mí juicio, son temas ineludibles. Creo que hay consenso de gran parte de la población en muchos de ellos, más allá de las diferencias -no menores- que puede haber entre los distintos grupos.

Lo anterior, sin embargo, no será fácil. Chile es un país conservador, con serios problemas para asumir sus identidades, temeroso a los cambios. Eso, con algunas excepciones, viene desde la Independencia, en especial desde 1833 (con la Constitución de ese año) y 1834 (cambio del Escudo de Armas).

En el fondo, hay un choque cultural profundo cuya línea de lucha no está entre el Apruebo y el Rechazo. Es mucho más complejo. Hay conservadores (de manera desequilibrada) e innovadores en ambos lados

¿Podremos cambiar nuestra historia?