Durante mi último vuelo, parte integral de mi terapia contra la aerofobia, decidí ir un paso más allá, o mejor dicho, varios pasos más allá, y atreverme a cruzar el avión para ir al baño (el ser humano no sospecha cómo puede superar sus límites animado por su vejiga).
Ya habiendo salido del apuro y rodeado de un trío de hermosas azafatas que preparaban el ‘catering‘ (un jugo + un quequito), decidí satisfacer mi curiosidad haciéndoles dos preguntas que me rondaban hace tiempo.
Pregunta 1: ¿Saben? Este es el segundo avión al que subo donde al momento de despegar, se produce un fuerte ruido de traqueteo así como “tac-tac-tac”, como si el avión fuera a hélice, pero que cuando ya ascendemos, va desapareciendo hasta ser inaudible. ¿A qué se debe?
Respuesta de Azafata 1: “Eeeeh… pueden ser hartas cosas”.
Respuesta de Azafata 2: “Es el tren de aterrizaje que se levanta”.
Yo: “No, pero si dura bastante más. Incluso todavía se escucha un poco”.
Respuesta de Azafata 3: “Son… bueno, varias cosas. Nada importante”.
En ese momento aprendí que -al menos esas azafatas- aprenden las labores para las que se las entrena y nada más. Me sorprendió que ni siquiera sintieran un poquito de curiosidad por cómo funciona el transporte que las hace saltar de ciudad en ciudad cada día.
Eso… a menos que me estuvieran ocultando algo. Mi mente aerofóbica comenzó de inmediato a elucubrar respuestas.
Respuesta aerofóbica de azafata honesta: “Mire, ese ruido se debe a que el fuselaje del avión tiene una trizadura que lo atraviesa. Para poder despegar a tiempo, los mecánicos le pusieron Poxipol, pero como aún no fragua, lo afirmaron con grapas. Por eso vibra. Pero no es nada importante. Si algo falla ni siquiera alcanzará a sentir el golpe…”.
Por fortuna y cual Rick Harrison, tengo un amigo que es ingeniero aeronáutico, así que tras llegar a Concepción le pegué un llamado.
Respuesta real: “Pueden ser varias cosas (duh) y necesitaría más detalles del avión para darte una respuesta exacta, pero lo más probable es que hayan sido vibraciones de las válvulas del sistema de presurización mientras el avión ascendía“.
Mi amigo me explica que como a 10 mil metros de altura el ser humano no respira muy bien que digamos por la falta de oxígeno, el interior de la nave se presuriza pero no a nivel del mar, sino que simulando una atmósfera a 3 mil metros de altura (por eso a uno de todas formas se le tapan los oídos). En algunos aviones, el sistema batallando a toda máquina por mantener nivelada la presión vibra y hace ese sonido, que desde luego desaparece o amaina una vez que el avión deja de ascender y se estabiliza. Suena lógico.
Pero volviendo al baño, o mejor dicho, a mi salida del baño, tenía una segunda pregunta para las azafatas.
Pregunta 2: Otra cosa, ¿por qué cuando despegamos y aterrizamos, dicen que la autoridad aeronáutica obliga a bajar las luces del área de pasajeros?
Respuesta de Azafata 1: “Eeeeh… eso es automático”.
Yo (en pensamiento): Evidentemente no porque cada vez que lo dicen veo a la o el jefe de tripulación reducir las luces manualmente desde un panel.
Respuesta de Azafata 2: “Sí estas luces se apagan cuando baja el tren de aterrizaje”.
Yo (en pensamiento): Dale con el tren de aterrizaje.
Respuesta de Azafata 3: (Estaba demasiado ocupada comiendo un sandwich para responderme).
Nuevamente, mi mente tuvo que fabricar una respuesta.
Respuesta aerofóbica de azafata honesta: “Verá, lo que pasa es que los controladores aéreos son unos vagos. Llegan ebrios a trabajar y muchas veces se quedan dormidos en el trabajo, por lo que los pilotos se tienen que guiar solos. Por eso, como nos caen mal porque ganan más que nosotros, apagamos las luces del avión para hacerles más difícil el trabajo y que al menos tengan que levantar el culo del asiento para vernos”.
Me fui dándoles las gracias por mantener mi ignorancia intacta. Al llegar a casa busqué en internet sobre el tema y ni siquiera fue necesario molestar a mi amigo para obtener la razón.
Respuesta de Google: como norma internacional, los aviones deben reducir la luminosidad interior de sus aparatos al momento del despegue y aterrizaje. Esto se debe a que siendo los dos momentos más críticos del vuelo y por tanto, donde hay más probabilidades de que se produzca una emergencia, es necesario que los ojos de los pasajeros estén acostumbrados a la oscuridad o luz externa para que puedan guiarse en caso de una evacuación.
Adicionalmente, bajar las luces permite que los carteles que indican las salidas de emergencia (ÉXITO) puedan verse con mayor claridad, facilitando también la evacuación.
Por último, se considera una cortesía hacia otros vuelos apagar la mayor cantidad de luces del avión, para evitar que sus pilotos se encandilen o distraigan mientras realizan maniobras, sobre todo de noche.
Perfectamente lógico, ¿eh?
Además aprendí que en algunos aeropuertos como el de Kabul en Afganistán, obligan a apagar prácticamente TODAS las luces del avión al despegar o aterrizar, a fin de que un talibán no te derribe con un misíl tierra-aire.
Recuérdenme no viajar allá.
Christian F. Leal Reyes
Director – BioBioChile