El extremista de ultraderecha noruego Anders Behring Breivik recordó el viernes con tranquilidad y sin emoción aparente ante un tribunal de Oslo como mató a balazos a 69 personas en la isla de Utoeya en julio del año pasado, disparándoles a la cabeza.

“Yo levanté mi arma y le disparé a la cabeza”, recordó Breivik con relación a su primera víctima, un vigilante que custodiaba un campamento de verano de la juventud socialdemócrata, donde había básicamente adolescentes.

Algunas personas, dijo, “se hacían los muertos, y es por eso que les daba un tiro de gracia”.

Entre sus primeras víctimas estaban el vigilante, un policía que no estaba de servicio y la responsable por el campamento, Monica Bosei.

Breivik aseguró que estaba “casi aterrorizado. Estaba verdaderamente preocupado. Yo no quería hacerlo, realmente”, dijo al recordar su llegada a la isla vestido como un policía y fuertemente armado.

Poco antes había hecho estallar un vehículo cargado de explosivos frente al edificio gubernamental donde tenía su despacho el Primer Ministro noruego, en un atentado que dejó ocho personas muertas.

Ese 22 de julio, Breivik mató en total a 77 personas en ataques que definió como un acto de “legítima defensa” para proteger a su país contra el multiculturalismo.

El asunto de la salud mental del extremista, juzgado penalmente irresponsable en un primer examen psiquiátrico y luego responsable tras un segundo examen, es central en este proceso que debe durar diez semanas.