Veinte años después del fallido golpe de Estado de los conservadores soviéticos en 1991 contra la Perestroika de Mijail Gorbachov, Rusia conmemora estos días un hecho histórico que propinó la estocada mortal a la URSS, que fue disuelta en diciembre de ese año.

Los ciudadanos soviéticos no se sorprendieron el 19 de agosto de 1991 cuando miles de tanques tomaron las calles de la capital, la televisión estatal anunció que Gorbachov no podía gobernar “por motivos de salud”, y que había sido creado un comité para el estado de emergencia: hacía tiempo que circulaban rumores sobre un golpe de Estado contra la URSS.

Gorbachov lanzó en 1985 la política de la Perestroika (reconstrucción) y de la Glasnot (transparencia), que abrió las puertas a la libertad y provocó los deseos de independencia por parte de las repúblicas de la Unión Soviética.

Lituanos y georgianos tomaron la iniciativa declarando su independencia, estallaron enfrentamientos étnicos en el Cáucaso y Asia central, las cajas del Estado se vaciaron y la población hizo interminables colas para abastecerse de productos de primera necesidad.

Desde hacía meses, Gorbachov se encontraba tironeado entre los conservadores del partido, que exigían una rectificación de sus políticas, y los demócratas, que reclamaban acelerar la vía de las reformas y las libertades.

Bajo tanta presión, el dirigente soviético terminó por renunciar a finales de 1990 a un plan de liberalización económica y en enero de 1991, las tropas de élite del KGB se enfrentaron a separatistas en Vilna (este), con saldo de 14 muertos.

El presidente de la República de Rusia, Boris Yeltsin -cuya popularidad estaba en ascenso-, exigió la dimisión de Gorbachov, mientras el ministro de Relaciones Exteriores Eduard Chevardnadze -uno de los pilares de la Perestroika- abandonó su cargo.

A principios del verano, y para evitar el despedazamiento de la URSS, el presidente soviético aprobó la elaboración de un nuevo “Tratado de la Unión”, que concedió una gran autonomía a las Repúblicas.

Esta decisión colmó la paciencia de los conservadores: tras reunirse con Gorbachov en su residencia de verano en Crimea para exigirle una rectificación de su postura, ocho hombres -entre ellos el jefe del KGB Vladimir Kriuchkov, el ministro de Defensa Dmitri Yazov y el ministro del Interior Boris Pugo- pusieron en marcha un golpe de Estado.

El 19 de agosto, Gorbachov quedó aislado del mundo en Crimea, junto a su esposa Raisa y su familia, al tiempo que se decretó el Estado de excepción durante seis meses y vehículos blindados tomaron posiciones en Moscú.

Pero los golpistas dudaron o no consiguieron llevar a cabo sus acciones.

En una entrevista publicada esta semana en el diario oficial Rosiskaia Gazeta, Gorbachov reconoció que su homólogo estadounidense, George Bush, le advirtió sobre una tentativa de golpe de Estado en su contra.

“Bush me llamó. Su información provenía del alcalde de Moscú Gavril Popov. Pensé que era una estupidez jugarse el todo por el todo, pero lamentablemente resultaron ser estúpidos”, comentó acerca de los golpistas.

Yeltsin, que no fue detenido, encabezó la movilización desde Moscú, donde recibió el apoyo de miles de moscovitas y el de unidades militares.

Un choque entre soldados y manifestantes dejó tres muertos, los únicos de este histórico acontecimiento.

Los rusos también se movilizaron en Leningrado, la segunda ciudad del país y que no retomó el nombre de San Petersburgo hasta la llegada a la alcaldía del demócrata Anatoli Sobchak, cuyo consejero era Vladimir Putin.

Washington y Londres expresaron su apoyo a Yeltsin, mientras Alemania se mantuvo junto a Gorbachov.

El 21, el golpe había fracasado. El 22, Gorbachov regresó a Moscú, pero su poder se tambaleaba ante Yeltsin.

Ese día, miles de moscovitas desmontaron la inmensa estatua de Félix Dzerjinski, fundador de la primera policía política soviética -la Cheka-, situada en la plaza de Lubianka, ante la sede del KGB.

Las repúblicas soviéticas proclamaron una tras otra su independencia.

Los instigadores del golpe fallido fueron detenidos tres días después, y salvo Boris Pugo, que se suicidó el 22 de agosto, los otros fueron indultados por Yeltsin.

Gorbachov dimitió y la URSS quedó disuelta en diciembre de 1991.