Hace algunos años, Juan Carlos Bodoque —el conejo periodista de 31 Minutos— soltó una polémica frase: “El cobre es una porquería y es muy fácil sacarlo”. Era parte de un guion humorístico, pero el programa terminó convirtiendo esa ironía en una lección: Bodoque tuvo que ir a una mina, aprender el proceso y reconocer su error.
Era una caricatura. Pero también era verdad. Muchas veces hablamos sin saber, repetimos ideas sin entender. Y solo cuando bajamos al fondo del pique (literal o figurado), entendemos lo que realmente significan las cosas.
Con esa escena como punto de partida, quiero hablar de un problema aún pendiente: la falta de educación minera en Chile.
Chile es el mayor productor de cobre y renio del mundo, y segundo en litio y molibdeno. Pero la mayoría de las personas no sabe qué tipos de minerales existen en Chile o cuán complejo es procesarlos.
En los colegios no se enseña qué es la minería, cómo funciona, cuáles son sus riesgos ni cuál es su impacto. No se trata de formar ingenieros desde la básica. Se trata de enseñar una parte fundamental de lo que también nos define: la actividad productiva.
Así como en zonas rurales, debiera enseñarse sobre la agricultura, o en zonas costeras, sobre la pesca, a nivel nacional, deberíamos enseñar sobre minería. Así, por ejemplo, saber de dónde viene el cobre, cuánto cuesta extraerlo y por qué lo necesitamos, son aspectos fundamentales para la educación chilena.
Hoy el mundo enfrenta un desafío urgente: dejar atrás los combustibles fósiles. Y para eso, elementos como el cobre y el litio son críticos, ya que son la materia prima para producir autos eléctricos, paneles solares y muchas de las tecnologías que necesitamos para avanzar hacia las energías limpias y reducir el calentamiento global.
Pero acercándonos al día a día de nosotros, el cobre también está en lo que tienes en la mano ahora mismo. Tu celular tiene cobre, oro, plata y tierras raras. Tu computador también, tus audífonos, tus electrodomésticos, casi todo. Y las cifras son claras: para 2035 se proyecta una falta de abastecimiento global de cobre de un 30%. Entonces no, el cobre no es una porquería. Es una pieza clave del presente y futuro sustentable que queremos construir.
En Chile se repite: ¿por qué no refinamos más cobre en vez de vender el concentrado? Suena lógico, casi obvio. Pero la mayoría no sabe que, hoy, la forma de hacerlo es mediante fundiciones, esas mismas que todos conocemos por ser altamente contaminantes.
Y si la pregunta fuera: ¿queremos más fundiciones en nuestro país? Lo más probable es que la respuesta sea un rotundo no. Entonces, ¿cómo esperamos refinar el cobre sin ellas? Ahí está la contradicción: demandamos algo que, en el fondo, no queremos.
Y mientras no entendamos cómo funciona el proceso, seguimos atrapados en ese doble discurso.
Aquí la clave es la innovación, porque la salida no está en quedarnos con el “no se puede”, sino en apostar por lo único que puede cambiar el proceso: educación e innovación. Quizá en futuro cercano sí sea posible, ya hay mucha gente trabajando en ello, pero para eso necesitamos nuevas tecnologías que nos permitan procesar cobre de forma más limpia, eficiente y viable económicamente. Y eso requiere de personas formadas, críticas, creativas, capaces de inventar lo que todavía no existe.
La frase de Bodoque fue una broma. Pero también representa lo que se lee y escucha habitualmente en redes sociales. Porque cuando no sabemos, podemos caer en repetir información errónea o incompleta. Y cuando eso se vuelve costumbre, dejamos de hacernos las preguntas importantes. Y un país que no se hace preguntas, difícilmente encontrará respuestas.
Por eso creo que en Chile deberíamos enseñar desde la escuela lo básico sobre minería. Porque de ahí saldrán las personas capaces de pensar distinto, de inventar lo que aún no existe, de desarrollar tecnologías para una minería más sustentable y proveer los recursos que el mundo necesita para la transición energética.