Por Javiera Fernández Bravo
Trabajadora social
Concepción
Una tarde cualquiera, durante una caminata con mis perritas, me enfrenté a una pregunta que nunca antes me había formulado, pero que hoy considero urgente: ¿quién responde por la fauna silvestre herida fuera del horario administrativo?
En el suelo, inmóvil y con sangre en el pico, una pequeña ave —una hembra de pato rana de pico corto— respiraba con dificultad. Estaba viva, en estado de shock. Actué como lo haría cualquier persona preocupada: llamé al Servicio Agrícola y Ganadero (SAG), revisé sus páginas web, probé el canal de WhatsApp que, según indican, funciona 24/7. No hubo respuesta. Eran más de las 18:00 horas y las oficinas estaban cerradas.
¿La vida animal en situación de riesgo solo importa de lunes a viernes entre 9:00 y 18:00?
Decidimos socorrerla. Con guantes, mascarilla, una caja y ropa vieja, la llevamos a casa. Me turné durante la noche para mantener el calor de su pequeño cuerpo con bolsas de agua caliente. La llamamos Patricia. Pero mientras ella luchaba por vivir, yo no podía dejar de pensar en los vacíos institucionales: ¿y si fuese una especie protegida por convenios internacionales? ¿Qué hace alguien sin redes, sin dinero para una veterinaria exótica, sin contactos con el SAG?
La protección de la fauna silvestre suele quedar relegada frente a otras urgencias sociales. Y aunque existe una ciudadanía dispuesta a actuar, el sistema institucional chileno no responde en tiempo real ante estas situaciones. Esto no es solo una anécdota aislada, sino una señal de alerta: hay una falla estructural en la respuesta estatal ante emergencias que ocurren fuera del horario de oficina.
Chile es un país que firma tratados ambientales, promueve campañas de protección y actualiza su normativa ambiental. Sin embargo, la práctica cotidiana nos revela una institucionalidad desfasada: oficinas que siguen operando con lógicas del siglo XX, sin coordinación con redes de apoyo externas ni capacidad de reacción ante hechos que no respetan el reloj burocrático.
¿Quién protege a la fauna silvestre después de las 18 horas?
La fauna silvestre no espera. Las intoxicaciones, colisiones, ataques por animales domésticos o brotes infecciosos no distinguen horarios ni feriados. Este tipo de emergencias puede tener consecuencias para los ecosistemas, la salud pública y también para las personas que, movidas por la empatía, intentan brindar ayuda sin saber muy bien cómo.
El Estado sí tiene protocolos, pero ¿de qué sirven si no son accesibles ni operativos cuando más se necesitan? La ciudadanía no solo necesita orientación técnica, sino una respuesta concreta y oportuna. De lo contrario, se instala un sentimiento de abandono institucional que debilita el vínculo entre el Estado y quienes intentan actuar de buena fe.
Frente a esto, se requiere voluntad política y una reestructuración administrativa que permita atender este tipo de situaciones con la urgencia que merecen. No se trata únicamente de recursos: muchas veces es un problema de diseño. Se pueden implementar turnos rotativos, canales de emergencia realmente activos las 24 horas, y sistemas de colaboración con municipalidades, clínicas veterinarias y organizaciones civiles que cuenten con la experiencia y disposición.
Patricia no logró sobrevivir
Patricia no logró sobrevivir. Murió de madrugada, tras horas de cuidados improvisados. A las 09:00 me comuniqué con el SAG. Me informaron que evaluarían si correspondía el retiro del cuerpo. A esta hora, sigo esperando.
Hoy tengo en mi casa el cadáver de un animal silvestre protegido por la Ley de Caza, sin orientación institucional ni sanitaria, sin indicaciones sobre cómo proceder. Esto ya no es solo una situación ecológica o ética: representa un riesgo sanitario real. ¿Qué ocurre si este cuerpo entra en descomposición? ¿Quién asume la responsabilidad si esto deriva en una situación más grave? ¿Está preparada la institucionalidad para responder con la misma celeridad que se le exige a la ciudadanía?
Lo más crudo es que, incluso muerta, Patricia sigue sin respuesta del Estado. En esa indiferencia no solo se pierde la vida de un ser que también habita este territorio, sino que se fractura el contrato social entre las personas y las instituciones que deberían resguardar el bien común.
No podemos seguir dependiendo exclusivamente de la voluntad de quienes, como yo, no se resignan a mirar hacia otro lado. La protección de la fauna silvestre no puede descansar en la conciencia individual, sino en un sistema estatal articulado, sensible y capaz de responder con responsabilidad.
Entonces, si mañana tú encuentras a un animal silvestre herido después de las 18:00 horas, ¿qué vas a hacer? ¿Y a quién vas a llamar?
Es momento de exigir que la institucionalidad esté a la altura del compromiso que declaramos con nuestra biodiversidad. Porque proteger la fauna silvestre no puede seguir siendo una función “part-time”.