El tiempo y las amenazas avanzan vertiginosamente al 2030, pero el trabajo conjunto entre diversos actores, bajo un marco y objetivos claros, puede definir la diferencia respecto al futuro que queremos para Chile y el planeta.

Los esfuerzos por salvar la naturaleza, y con ello el bienestar humano, se han enmarcado en una serie de plazos y metas que enfatizan que estamos en una carrera contra el tiempo. Actuar rápido y decididamente, pero también con equidad, ciencia y participación, es la consigna frente a desafíos globales tan formidables como la crisis climática, la contaminación creciente y la pérdida de biodiversidad.

En este tráfago de iniciativas, y tras un nuevo Día de la Tierra, vale la pena detenerse en la llamada coloquialmente “meta 30×30”: un ambicioso compromiso que está guiando acciones cruciales a nivel internacional y también en Chile. Se trata de la Meta 3 del Marco Global de Biodiversidad, que busca revertir el declive de la naturaleza y ajustar las metas de conservación basadas en áreas.

30×30 en concreto

La meta 30×30 apunta a conservar el 30% de las zonas terrestres, de aguas continentales, costeras y marinas para 2030. Esto, mediante sistemas de áreas protegidas ecológicamente representativos, bien conectados, gobernados de forma equitativa y correctamente financiados, considerando también otras medidas eficaces de conservación basadas en áreas, y reconociendo los territorios indígenas y tradicionales.

No solo se trata de lograr un 30% de protección mundial o nacional, sino que ésta debe ser representativa, es decir, considerar los diversos ecosistemas y paisajes.

Por ejemplo, según el último Reporte del Estado del Medio Ambiente (MMA, 2024) en protección marina Chile exhibe un 46,64% de protección de su Zona Económica Exclusiva o “mar patrimonial”, lo que no quiere decir que hayamos alcanzado la meta.

Esto, porque en su mayoría se trata de Áreas Marinas Protegidas (AMP) en alta mar, pero existe un déficit respecto a las áreas costeras, y también en relación a determinadas zonas del país. En lo terrestre, el porcentaje de resguardo es de 25,23% del territorio nacional, existiendo también rezago en algunas zonas como la Depresión Intermedia y ecosistemas mediterráneos.

Otro punto a relevar es que existen diferentes formas de conservar este 30×30, con áreas del Estado, privadas y las llamadas OMEC: Otras Medidas Efectivas de Conservación basadas en áreas. La urgencia de soluciones para la crisis ambiental hace necesario utilizar todas las opciones disponibles.

Con estas definiciones sobre la mesa, alcanzar la meta del 30×30 no asegura el éxito ante la pérdida de biodiversidad. Porque un paso es contar con un 30% protegido, pero esto debe ser manejado adecuadamente para garantizar una conservación efectiva, lo que hace imprescindible contar con un financiamiento considerable y de largo plazo. Esta es una de las grandes brechas en Chile, como lo apunta un estudio del CEP de 2023, que estima una brecha operacional de entre $44 mil millones a $57 mil millones anuales solo para las áreas protegidas del Estado, en lo terrestre.

¿Qué pasará con el otro 70%?

Tampoco se puede pasar por alto el destino de ese 70% que en la visión de cumplir la meta del 30×30 podría quedar fuera de las zonas de protección, un espacio donde se producen alimentos, energía, minerales y un sinfín de otros productos para satisfacer las necesidades de ocho billones de personas globalmente.

La idea es que este 70% no se convierta en un páramo yermo y baldío, sino que las actividades humanas que se desarrollen en él procuren el mínimo impacto posible, considerando también elementos de biodiversidad, con cuidado de las zonas ribereñas y conectividad entre las áreas protegidas, entre otros aspectos.

En Chile, el Ministerio del Medio Ambiente (MMA) lidera la implementación del 30×30, camino en el que ya se han realizado diversas acciones, como las del “Plan Nacional para un Enfoque de Conservación Inclusivo y Eficaz para Alcanzar la Meta 3 del Marco Global de Biodiversidad”. En él, WWF Chile ha participado como entidad implementadora, con el fin de recoger insumos para consolidar una hoja de ruta para su aplicación.

El tiempo y las amenazas avanzan vertiginosamente al 2030, pero el trabajo conjunto entre diversos actores, bajo un marco y objetivos claros, puede definir la diferencia respecto al futuro que queremos para Chile y el planeta.

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