"Incentivar las buenas prácticas no significa llenarnos de nuevas leyes y burocracias, sino más bien, reconocer que las Organizaciones Sin Fines de Lucro existen para resolver problemas que no alcanzan a ser abordados por políticas públicas".

La tormenta que han enfrentado en Chile las Organizaciones Sin Fines de Lucro (OSFL) es digna de análisis, profundizada por la crisis de confianza que hoy por hoy ronda a las Fundaciones. Sin embargo, es importante considerar la resiliencia del sector, que en su totalidad ha sido desprestigiado por casos determinados, pese a que durante años ha sido un aporte en momentos álgidos e inesperados, como el estallido social y la pandemia.

Es bueno tener en conocimiento que actualmente existen casi 350 mil OSFL inscritas en el Registro de Organizaciones sin Fines de Lucro del Registro Civil y que dicho sector aporta al país en un 2,1% del PIB en términos de gasto, y emplea al 3,6% de la población activa del país, con una población de aprox. 19,49 millones de personas.

Lo anterior traspasa las fronteras. Ejemplo de ello es Estados Unidos, donde contribuyen con un 5,6% del PIB (GDP), generando empleo para el 10% de la población o España, país en el que representan el 2,4% del PIB y dan trabajo al 3,4% de sus habitantes.

Siendo un actor tan relevante en la sociedad ¿qué sigue ahora para el tercer sector? Para su buen funcionamiento deben cumplir con buenas prácticas, lo que implica contar con principios mínimos de transparencia y publicidad, gobernanzas sólidas, programas y actividades sustentadas en la teoría del cambio o con base empírica acreditada, con mecanismos de resolución de conflictos y manuales de ética robustos y conocidos por todos los miembros de la organización. Junto con ello, es esencial que estén al tanto sobre cómo miden su impacto y que este tenga una rentabilidad social positiva.

Incentivar las buenas prácticas no significa llenarnos de nuevas leyes y burocracias, sino más bien, reconocer que las OSFL existen para resolver problemas que no alcanzan a ser abordados por políticas públicas.

Entonces, ¿si en vez de hacer las cosas en secreto, motivamos un círculo virtuoso de cumplimiento legal de los procedimientos de donación (y de paso los mejoramos); promoviendo la transparencia, tanto de donantes como donatarios, pasando por la exigencia de la profesionalización del tercer sector, estándares de buenas prácticas, fortalecimiento de los gobiernos corporativos de las fundaciones y asociaciones, y exigimos evaluaciones de impacto social y rendiciones de cuentas? De manera tal que, conceptos mínimos sean conocidos por todos, como por ejemplo si realizas una donación, no puedes exigir una contraprestación por esa donación, pero sí puedes obtener ciertos beneficios tributarios.

Así, de una vez por todas, cambiemos el mindset imperante y comenzamos un círculo virtuoso, en el que exista real cultura filantrópica, tanto desde las mismas fundaciones y por parte del resto de los actores de la sociedad, impulsando el surgimiento de este tipo de organizaciones, exigiendo, pero a la vez, entregando confianza y apoyo para poder realizar sus nobles labores

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