“Pueblos Mágicos”, “Pueblos Acogedores”, “Pueblos con Encanto”, “Pueblos Bonitos”, “Aldeas Históricas”, o como quiera que se denominen; el caso es que la creación de redes entre pueblos y comunidades rurales es un concepto que se impone en países considerados como potencias mundiales en el turismo, como México, Portugal, Francia, Italia o España.

La tendencia recorre el mundo y la Organización Mundial del Turismo (OMT), en 2021, lanzó la iniciativa The Best Tourism Villages, que busca reconocer a los pueblos que demuestren su compromiso con el turismo y la sustentabilidad.

“El turismo puede ser un motor de cohesión e inclusión social, gracias al fomento de una distribución más justa de los beneficios en todo el territorio y el empoderamiento de las comunidades locales”, dijo Zurab Pololikashvili, secretario general de la OMT, en el lanzamiento del programa, que en 2022 elaboró su primer ranking de los Mejores pueblos turísticos del mundo.

En dicha lista se incluyó a la localidad chilota de Puqueldón, que tiene una marcada tradición artesanal y de vida en comunidad. Su alcalde, Rodrigo Ojeda, al recibir la nominación, señaló que entrar a una red mundial de pueblos “nos permitirá aprender y compartir experiencias con otras localidades que, desde la ruralidad y la identidad, construyen nuevas oportunidades de desarrollo”.

Sabias palabras. Chile se tiene que subir al carro del turismo que pone a las comunidades rurales en el corazón de la actividad turística, a través de la puesta en valor de pueblos y localidades pequeñas, con el objetivo de convertirlas en un ejemplo para otras localidades que ven en el turismo una fuente de oportunidades y un motor de desarrollo.

Las inequidades del turismo

Es verdad que el turismo trae consigo múltiples beneficios a un país y a un destino turístico, particularmente de índole económica, pero también es verdad que muchas comunidades no disfrutan de manera relevante de estos beneficios, debido -principalmente- a que, en ocasiones, los inversionistas y los turistas pasan por la puerta de sus casas, pero no la tocan.

A la exclusión se agrega la alteración de la cultura local y del entorno natural, como ha pasado con balnearios que pasaron de ser caletas de pescadores para convertirse en resort inmobiliarios.

Por otro lado, también es cierto que nuestro país no ha logrado diversificar de manera exitosa su oferta turística, concentrando la demanda en dos o tres grandes destinos en los mercados internacionales y saturando playas, balnearios y parques nacionales, particularmente en época estival, con turistas locales.

Visibilizar a nuestros pueblos y ayudarlos a mejorar su oferta turística sin duda que nos retribuirá en diversificar la oferta turística nacional.

Saturación, estacionalidad, inequidad, contaminación y excesiva dependencia del turismo internacional de nuestros principales destinos son algunas de las problemáticas que afectan a esta importante actividad económica y que, como país, necesitamos resolver, a fin de que el turismo sea una industria querida, sustentable y altamente beneficiosa para nuestros ciudadanos, particularmente para quienes viven en pequeñas comunidades. 

Red de pueblos chilenos

La creación de una red de pueblos podría ayudar a fortalecer la propuesta turística de nuestro país, impulsar la consolidación de destinos emergentes y constituir al turismo como una herramienta de desarrollo sustentable de nuestras comunas rurales, que constituyen el 80% de la superficie del país.

Hoy, con el creciente avance del teletrabajo y el alto costo de la vida en las grandes ciudades, muchos de nuestros profesionales podrían emigrar hacia ciudades pequeñas si vieran en estos lugares una oportunidad de mantener sus trabajos y mejorar su calidad de vida.

Todo un cambio de paradigma, si consideramos que en el siglo XX nuestros campos y localidades rurales se fueron despoblando con las consecuencias culturales, económicas, sociales y ambientales que esto conlleva.

No es nuestro caso, pero en muchos países de Europa, el despoblamiento de pequeñas ciudades se ha convertido en un grave problema que tratan de revertirlo con políticas de repoblamiento, incentivos económicos y campañas de marketing disruptivas que buscan atraer a jóvenes familias y emprendedores; con el objetivo de volver a darle vida a sus deshabitados pueblos.

Es verdad, no tenemos pueblos del nivel arquitectónico de los países europeos, nuestras caletas no tienen el encanto de las coloridas playas de pescadores de Brasil y las festividades religiosas y costumbristas no se comparan a las de México, pero nuestros pueblos son “nuestros”, es decir nos pertenecen y nosotros pertenecemos a ellos, porque son indisolubles a nuestra historia y a nuestro futuro.

Olvidarnos o ignorar a nuestros pueblos es como ignorar a nuestras familias, renegar de nuestro pasado y de los valores que nos hacen únicos en el mundo; razón por la cual poner en valor a nuestros pueblos es un acto de sobrevivencia nacional que contribuye a fomentar los valores identitarios, el patrimonio, la unidad nacional y el orgullo de ser chileno. Algo que en tiempos de crispación política es todo un desahogo.

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