Como psicólogo clínico me llama mucho la atención que todos mis pacientes del Bío Bío esta semana me han referido una afectación emocional asociada a los incendios. Existen miles de damnificados; algunos han tenido perdidas directas, otros conocen amigos o familiares que sufren las consecuencias de los incendios.

En las zonas más afectadas, al ser comunas rurales y pequeñas, es mucho más común tener una relación con alguien que ha perdido su casa, su campo o algún ser querido. Esto llena a las personas de muchas emociones que necesitan ser expresadas. Ahora todas esas personas están procesando estas experiencias y buscando maneras de rearmar su vida; sin embargo, suelen existir consecuencias más silenciosas pero igual de limitantes que vienen a mediano plazo: el estrés postraumático.

Creo que como profesional de la salud mental, es donde podemos dar una mejor ayuda a las personas damnificadas directa o indirectamente. Sobre todo a los niños, que muchos no saben como procesar estos eventos de crisis y sus padres tampoco tienen las herramientas para hacerlo. Es necesario que una vez pasada la catástrofe, y dándole a los damnificados lo esencial para reconstruir sus proyectos de vida, se pueda intervenir en las comunidades afectadas con instancias para hablar de este tema, en donde las personas puedan expresar su experiencia y facilitarles la expresión emocional.

Mientras antes se les pueda ayudar a las personas a procesar la experiencia de crisis, menos probabilidades hay de generar un estrés postraumático. No convirtamos la catástrofe en un tabú del que no se pueda hablar. Si no se habla, no se puede expresar… por ende, no hay duelo. Si queremos prevenir mayores niveles de depresión y ansiedad en estas comunidades, una intervención eficaz seria facilitar instancias de expresión y contención.

Es necesario hacer un proceso de duelo para poder darle un sentido a la experiencia de crisis. Sin duelo, solo queda represión y sus nefastos síntomas para la salud mental.

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