Lamentablemente, este 2022 fue un año decepcionante en Educación. Múltiples actores educativos advertimos, desde marzo inclusive, la necesidad de acometer con urgencia y fuerza una acción decidida que hiciera frente a la situación del sistema educativo, que venía de dos años de clases telemáticas y cargaba con sus históricos problemas estructurales. Esperanzados en los nuevos bríos que siempre trae un nuevo Gobierno, esperábamos justamente una acción potente que marcara un cambio con la gestión anterior. Quedamos decepcionados.

Advertimos desde el inicio de año de la urgente necesidad de abordar los graves problemas de infraestructura de escuelas y liceos, que hicieron que niñas, niños y adolescentes volvieran a clases presenciales a salas sin ventanas o calefacción, en pleno invierno. Recién ahora, a fin de año, se empieza a materializar la entrega de fondos para resolver estos temas urgentes y aún falta por ver las obras terminadas.

También en marzo dimos aviso de las gravísimas situaciones de mala convivencia que desembocaron en preocupantes casos de violencia al interior de comunidades educativas y llamamos a las autoridades a potenciar la contención emocional y preparar una llegada a clases presenciales que diera el tiempo y el espacio para asumir la nueva realidad que les tocaba vivir a los estudiantes y trabajadores de la educación. Volvimos a clases como si fuera un año normal, con SIMCE incluido, y los resultados son los conocidos.

Señalamos, también, el ausentismo y la deserción en todo el sistema escolar, que son a largo plazo las problemáticas más graves que sufre la Educación del país y vemos que, por ahora, solo hay como medida paliativa un proyecto de ley presentado hace varios años sobre subvención de reingreso, la que aún debe pasar un largo trámite legislativo en el Congreso.

Esos son solo tres de los muchos problemas y desafíos que enfrenta la educación chilena, pero grafican bastante bien la situación en general, tanto en las problemáticas que hay como en la falta de iniciativa de parte de las autoridades del Mineduc para enfrentarla. Repetimos aquí lo que ya hemos dicho antes: en la actual gestión del Ministerio de Educación encontramos ideas interesantes, discursos valiosos, una actitud de escucha genuina y receptiva, pero falta mucha, muchísima, capacidad ejecutora y de llevar a la acción y la práctica lo que se dice.

Por ello, creemos que después de un año completo de instalación, en un Gobierno que dura apenas 4 años, el 2023 tiene que ser sí o sí un período decididamente materializador. No podemos pasar otros doce meses esperando que tal vez en el año siguiente sí se concrete aquello que sabemos de hace tiempo que debe enfrentarse. Como mínimo, el Mineduc debería poner en acción un Plan Nacional que enfrente la deserción, la convivencia escolar y la infraestructura, que son las urgencias más acuciantes de nuestro sistema escolar, sin descuidar el necesario avance en temas históricos y estructurales.

Llegó la hora de que el Gobierno asuma, por fin, la urgencia en la que está la Educación y, con ello, asuma la urgencia necesaria en su propia acción.

Nuestra sección de OPINIÓN es un espacio abierto, por lo que el contenido vertido en esta columna es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial de BioBioChile