La primera semana de la conferencia climática global COP27 en Egipto estuvo marcada por anuncios importantes de los representantes de estados y gobiernos, en temas como deforestación, por ejemplo, que interesan a nuestra región latinoamericana. Se trata de señales políticas que buscan orientar lo que serán las negociaciones, que aún se encuentran en una fase inicial. Aquí algunos temas clave donde hay expectativas más positivas son pérdidas y daños, adaptación y la nueva meta de recursos financieros.

En pérdidas y daños, discusión que será facilitada la próxima semana por la ministra de medio ambiente de Chile, Maisa Rojas, se debe destacar que por primera vez se ha abierto la negociación para la creación de un mecanismo financiero para pérdidas y daños, que es algo que ha venido siendo demandado desde hace muchos años por los países más vulnerables, en especial los estados insulares. Claro que aún se trata de opciones abiertas, con diferentes propuestas en cuanto al modelo de mecanismo y gobernanza a adoptar, por lo que serán discutidas durante los próximos días.

Hay luces también de que se podrían lograr avances en la llamada meta global de adaptación, tema que en su debate ha tenido un problema histórico en cuanto a la falta de una métrica que posibilite medir los progresos de lo que entendemos por resiliencia. Eso es lo que busca esta meta global y por eso es relevante: establecer una forma de medición que permita el monitoreo y la mejora. Se respira optimismo sobre esto, aunque algunas voces plantean que recién podría resolverse el próximo año, en la COP28 de Emiratos Árabes Unidos.

Menos ágil, de todas formas, se mueve la definición de la nueva meta cuantificada de recursos financieros. Establecida en el Acuerdo de París en la cifra de 100 mil millones de dólares anuales al 2020, esta meta hasta ahora no se ha cumplido, y recae el desafío de fijar la nueva meta global, proceso en el que los países desarrollados han mostrado, al menos inicialmente, poca voluntad de avanzar en una meta ambiciosa, pero también realista.

La ciencia nos ha dicho que las contribuciones nacionales (NDC) o los planes climáticos de los Estados no son suficientes para encaminar el rumbo a no superar el 1.5°C a fines de siglo, y la COP26 de Glasgow trazó una línea orientativa al respecto. Pero a pesar de todo, han sido muy pocos los países que han cumplido con la actualización de sus compromisos y la elaboración de sus estrategias a largo plazo, los planes climáticos al 2050. En Latinoamérica, 27 países actualizaron sus NDC entre 2020 y 2022, algunos no en un nivel de ambición esperado, pero quedan alrededor de seis que incluso aún no lo han hecho y deben realizarlo en línea con el objetivo de 1,5°C, entre ellos Uruguay, Ecuador y Guyana.

Así, otro punto crítico es el inicio de las negociaciones del llamado Programa de Trabajo de Mitigación, el cual debería fijar reglas y mecanismos más claros, para no solo empujar las actualizaciones, sino que asegurar que sean ambiciosas y que puedan determinar metas sectoriales. Con ello, se podrá medir cómo se incrementa, o no, la ambición de los compromisos climáticos.

La primera semana en Sharm el-Sheikh comienza a cerrar con destellos de tímido optimismo, considerando el complejo escenario económico, social y geopolítico que rodeaba a esta cumbre, y a pesar también de los múltiples problemas logísticos que han tenido lugar durante su desarrollo. Sin embargo, más allá de las primeras impresiones del arranque, como el mencionado avance en pérdidas y daños, es difícil todavía visualizar cuál podría ser el gran logro colectivo al que estarían arribando los cerca de 30 mil delegados que en estas dos semanas participan de esta COP27. La conferencia del clima es, todavía, una noticia en desarrollo.

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