Si bien, en el mundo, se ha conseguido progresar ampliando la disponibilidad de agua potable y saneamiento, existen miles de millones de personas que aún carecen de acceso a este servicio básico. De hecho, una de cada tres personas no cuenta con agua potable salubre y dos de cada cinco personas, no disponen de algo tan necesario como una instalación simple, destinada a lavarse las manos con agua y jabón.

A ello se suma el grave impacto del cambio climático en el ciclo del agua, en diversos lugares del planeta, como la fuerte variación de precipitaciones, cambios en la evaporación y la temperatura del agua, con graves consecuencias para los ecosistemas, la biodiversidad, la salud y la subsistencia de cientos de millones de personas.

La escasez de agua afecta a más del 40% de la población mundial y se prevé que este porcentaje aumente. Chile se encuentra en el 18º lugar del ranking mundial de riesgo hídrico según el World Resources Institute, lo que significa que estamos frente a un estrés hídrico de proporciones, por lo que debemos cuidar hasta la última gota de agua en el uso doméstico, industrial y de riego.

Este crítico escenario implica desafíos en materia de gobernanza, regulación y gestión del agua. Debemos con urgencia y en conjunto, desarrollar técnicas sostenibles que conlleven a preservar, proteger, reducir, mantener y ahorrar el agua para las futuras generaciones. El enorme desafío consiste en dar prioridad a la búsqueda de soluciones alternativas reales y al alcance de todos, para que haya suficiente agua para nuestras necesidades, mejorando la planificación a largo plazo y una gestión eficiente, capaz de garantizarla.

Sabemos que estamos al límite en la actuación hídrica, y la desertificación en nuestro país avanza sin contemplación, por lo que tenemos que trabajar en el uso responsable del agua y acelerar que esa gestión eficiente, establezca sinergias entre el mundo público y privado, porque más que tener abundancia de ella, que evidentemente ya no tenemos, lo importante es saber administrarla. En este sentido, la inteligencia en el uso del agua se debe aplicar en todos los sectores. Según expertos, una buena gestión puede resolver el 80% de los problemas hídricos de un país.

A ello, hay que agregar que, para mitigar, detener y combatir la desertificación, debemos tomar conciencia del uso sostenible de la tierra, con mucha responsabilidad. Prácticas agrícolas que impulsen la conservación del ecosistema del suelo, la protección del bosque nativo, la preservación de equilibrios hídricos como lagos, glaciares, campos de nieve, humedales, y salares, así como el manejo eficaz, y la implementación de su uso mediante nuevas tecnologías en el mundo minero. Todo ello es clave para limitar la pérdida de las necesarias condiciones del suelo y ralentizar el avance del desierto.

Afortunadamente, muchas organizaciones están convencidas que la sostenibilidad es un eje clave que debe continuar iluminando sus acciones en estos tiempos complejos. Cada una de las diversas visiones, en las ideas, en la gestión y sobre todo en una relación de colaboración con los gobiernos, la sociedad civil y la academia, deben converger, de modo de sumar conocimiento y ponerlo al servicio de la sociedad, dejando de lado intereses particulares, aspirando al bien común.

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