Vivimos tiempos de cambio y transformación. Si comparamos el Chile de hace dos años con el de hoy, las diferencias son grandes y profundas. Estamos en un punto de inflexión que definirá el futuro del país y sus habitantes, donde esperamos que nazca una nueva sociedad basada en lo humano, lo natural, lo creativo y lo espiritual.

Pero para llegar a ese ideal, antes debemos preparar el camino. Pensar hoy en una nación desarrollada implica considerar no sólo el crecimiento económico o perseguir los primeros puestos en rankings con parámetros impuestos hace décadas. Más que nunca es necesario ajustar la manera en la que estamos definiendo las cosas y considerar la participación de nuevos actores, donde el arte y la cultura ocupan un rol fundamental.

Lo primero es entender este rubro como algo mucho más tangible de lo que creemos. Todos somos consumidores de algún tipo de arte, ya sea teatro, danza, cine, música, poesía u otra. Si el 87% de las personas declara que las artes mejoran su calidad de vida de acuerdo a los resultados del informe The Social Impacts of Arts, ¿Por qué el arte y la cultura no está más presente en las políticas gubernamentales? ¿Por qué no es parte integral de las iniciativas del sector privado? ¿Por qué no es protagonista de los programas educativos y las propuestas que buscan generar cambios a futuro?

Parece haber una incongruencia entre lo que pensamos individual y colectivamente. Sabemos que el arte y la cultura importan, pero al mismo tiempo, el acceso a la cultura es una más de las grandes desigualdades que vive nuestro país. Teatros, cines y espacios para conciertos no están presentes en todas las ciudades y la diferencia entre oferta e infraestructura es abismante entre distintas comunas y regiones. 47% de los chilenos no tienen contacto con el arte de acuerdo a diversos estudios de participación, lo que a su vez aumenta las diferencias y barreras de entrada.

Tenemos la tarea pendiente de normalizar el consumo cultural, inyectarle mayores recursos y llevarlo a lugares donde presencialmente no llega. Y para eso, no basta con la buena intención de unos pocos, necesitamos un plan con políticas públicas destinadas a este fin. Un enfoque real en la economía naranja, conocida también como economía creativa y entendida como la generación de ideas que consiguen riquezas a partir de la propiedad intelectual como materia prima. Si trabajamos alineados en su desarrollo tendremos la gran oportunidad de diversificar y sofisticar nuestra matriz productiva y exportadora.

El talento artístico ya existe, está presente de múltiples maneras en todas las regiones de Chile, en cada barrio y en cada comuna. Pero sí falta promoverlo, cuidarlo, facilitarle el rumbo. Los artistas necesitan llegar a más públicos y las personas necesitan más arte y creatividad. Contamos con herramientas tecnológicas como grandes aliadas para lograr este propósito, pero necesitamos de más intermediarios del Gobierno, sector privado y sociedad civil, que dejen atrás sus zonas de confort, ayuden a generar estas nuevas conexiones y las hagan parte de sus objetivos de desarrollo.

Si somos capaces de crear entornos para masificar el arte y la cultura, éstas pueden ser una herramienta de movilización social positiva. Un país con más opciones culturales es uno donde florece la inclusión, la diversidad, la colaboración, el cuidado medioambiental, la preocupación por el otro, la participación cívica y el desarrollo urbano, entre varios otros atributos. A fin de cuentas, un Chile integralmente desarrollado.

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