El segundo semestre se inicia en la educación superior con más actividades presenciales que en los tres semestres anteriores. Se plantea un estricto cumplimiento de exigencias de aforo, protocolos de higiene y trazabilidad entre otras medidas, ya que persiste un grado de incertidumbre respecto a la evolución de la pandemia. Parece claro que aún no es posible retornar a la normalidad, sobre todo si vemos el panorama del hemisferio norte. La experiencia propia y de otros países, recogida en estudios, nos permite extraer lecciones para la apertura de los campus.

Durante este periodo, las instituciones de educación han debido ser flexibles para abordar el complejo escenario de la pandemia. La capacidad de adaptación de estudiantes, profesores y directivos se ha puesto a prueba constantemente, como en el caso de los jóvenes que ingresaron en 2020 y todavía no conocen cara a cara a sus compañeros, y como en el de los hogares de todos ellos, que han debido enfrentar un estrés inédito. El retorno a los campus involucra desafíos complejos con una lección aprendida: el centro de la preocupación debe ser siempre el estudiante. Es necesario proporcionarle un retorno seguro para alcanzar, de manera gradual y creciente, una vida universitaria normal. Esto implica la adecuación de espacios e instalaciones para cumplir las normas sanitarias y una etapa de formación híbrida, la cual requiere la capacitación de los docentes en el manejo de dos modalidades de educación al mismo tiempo: presencial y online, y la generación de estrategias de evaluación pertinentes para verificar que el aprendizaje se cumplió. Pero, junto a la preocupación por el aprendizaje efectivo, surge el tema de salud psicoemocional de los estudiantes.

Un sondeo de Unicef sobre el impacto del Covid-19 en la salud mental de adolescentes y jóvenes de Latinoamérica y el Caribe, mostró que un 73% necesitó pedir ayuda para su bienestar físico y mental. Además, uno de cada dos de ellos reportó menos motivación para realizar actividades que normalmente disfrutaba. Otro estudio, realizado en 2020 a 33.000 estudiantes de 36 universidades de Estados Unidos, mostró que 39% declaraba sentirse depresivo y 34% ansioso. Expertos de ese país sugerían que al retomar la presencialidad, los estudiantes podrían sufrir un “eco de la pandemia” por angustia, dolor y pérdidas que pudieron haber sufrido. En el retorno, cabría esperar que las universidades chilenas estén preparadas para apoyar psico-emocionalmente a sus estudiantes, por ejemplo, reforzando asesorías psicológicas e incentivando actividades de convivencia viables. Se ha comprobado que la interacción con compañeros y profesores es un estímulo para superar las dificultades.

Los anteriores, son desafíos primordiales para considerar en un plan de retorno a los campus. Pero las lecciones de la pandemia van más allá. También podemos rescatar y proyectar las innovaciones desarrolladas en los procesos de aprendizaje híbrido y online, así como las nuevas formas de trabajo y gestión exitosas, generadas por la centralidad que han alcanzado la infraestructura y las capacidades tecnológicas para atender a los estudiantes en condiciones de aislamiento. Muchos de los cambios empujados por la pandemia global representan avances que deben permanecer en el tiempo. Como lo señala Unesco en su campaña “La Nueva Normalidad”, todo empieza con la educación, la ciencia, la cultura y la información.

Nuestra sección de OPINIÓN es un espacio abierto, por lo que el contenido vertido en esta columna es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial de BioBioChile