Aunque no lo crean, déjenme contarles algo por lo que puedan sentirse orgullosos del gobierno de Piñera, de los gobiernos anteriores y del pueblo chileno, a la vez.

Como probablemente sepan, en Francia está la escoba. Con 21.000 nuevos casos de covid, los galos están escalando una quinta ola de contagios desde que, junto a italianos y españoles, fueron los primeros en mostrar al mundo el horror que podía desatar la pandemia.

De ahí mi sorpresa al enterarme de que pese a ello, en Francia sólo un 42% de la población se ha vacunado (Chile lleva 62%). En el país de la liberté, esta parece ser demasiada. Me impactó saber que Macron tuvo que obligar al personal de salud a vacunarse (los primeros que pusieron el brazo en Chile), entre otras restricciones. No le ha sido fácil, pues ha enfrentado protestas masivas que lo acusan de una “dictadura sanitaria”.

Rusia es otro país castigado. Pese a ser los inventores de una de las primeras vacunas contra el covid, la Sputnik V, apenas un 15% de su población está inoculada, lo que ha llevado a sufrir un récord de muertes, con más de 700 fallecidos por día.

Pensé que Putin habría privilegiado ganar influencia distribuyendo su vacuna al mundo (no lo culpen, tampoco zares ni soviéticos tuvieron escrúpulos en sacrificar a su propio pueblo en pos de la grandeza de la madre Rusia), pero no. Aunque el Kremlin ha instalado puestos de vacunación en las cadenas de retail, ofrecido bonos en efectivo y sorteado autos, los rusos parecen ser en extremo desconfiados de cualquier programa gubernamental. Algo comprensible si tienes por costumbre envenenar a tus opositores.

Una situación paradojalmente análoga vive EEUU, donde el covid otra vez está al alza en un país tan dividido como sus vacunaciones: 49%. Gringolandia ha convertido la pandemia en un tema político, con el bando republicano negándose a seguir las medidas de autocuidado y acusando de represor al “régimen” de Biden. Su nivel de parlamentarios está dejando a los nuestros como eruditos. Una muestra es la representante (diputada) Taylor Green, una trumpista adepta a las teorías de la conspiración, a la que incluso Twitter suspendió su cuenta tras calificar los programas de vacunación de “nazis” y asegurar que las vacunas no son necesarias porque el covid sólo afecta a los mayores de 65 años (¡fake news!).

Y entonces… están los japoneses. Oh, boy. Nunca pensé que los admirables japoneses fueran capaces de tal nivel de ineficiencia. A dos días de unos fantasmagóricos juegos olímpicos y con apenas 23% de su población vacunada, el suyo es realmente un caso de estudio.
Según un reporte de la corresponsal de AP en la isla, los japoneses están ávidos por vacunarse (sólo un 11% manifiesta dudas), pero su exceso de cautela les está pasando la cuenta.

En la tierra del sol naciente comenzaron a vacunar recién en febrero (Chile, en diciembre del año pasado), porque el recelo de los estudios y medicinas extranjeras les llevó a rechazar las pruebas clínicas de Pfizer sobre 44.000 personas y exigir pruebas propias… en una muestra de apenas 160 japoneses, retrasando absurdamente todo el proceso.

Luego, usaron sus recursos e influencia para hacerse con más de 340 millones de dosis (casi 3 veces su población)… las que en su mayoría están almacenadas en frigoríficos por falta de personal de salud que las aplique. Sucede que la legislación japonesa sólo permite a médicos y enfermeros inyectar, por lo que su sistema de salud está colapsado ante la demanda. Los dentistas, únicos otros profesionales autorizados, no han sido llamados por las autoridades pese a la emergencia.

Francamente, saber que una nación acapare tal cantidad de vacunas sin usarlas, es una bofetada a la indefensión de los países pobres como Paraguay, que apenas ha logrado vacunar un 2% de su población por falta de acceso a medicinas.

Ahora, pensemos en Chile. Un país del que nunca espero nada pero aún así me desilusiona, según la ley de Dewey.

No esta vez. Piñera usó por fin sus verdaderas capacidades -como negociante- para conseguir vacunas cuando el mundo literalmente se las arrebataba en los aeropuertos. Luego, nuestra red de salud pública, construida y fortalecida desde los tiempos de Allende y todos los gobiernos democráticos sucesivos, demostró ser más capaz que la de los japoneses (vaya, Mañalich no estaba tan loco, ¿eh?). Y finalmente, la gente. La que esperaba que sucumbiera a los discursos antivacuna como Francia; que pudo caer en una negación antigobierno, como Rusia o EEUU… cumplió en masa, convirtiéndonos en uno de los países más vacunados del mundo -incluso más que Israel- con efectos de protección que por fin parecen comenzar a percibirse.

¿Estamos a salvo? Difícilmente. Esto es sólo un round más y habrá que ver cómo sigue esto tras el retorno de las vacaciones. Pero por un momento dejemos el cinismo y los odios de lado y reconozcamos lo bueno que cada parte ha hecho.

Chile medalla de oro frente a EEUU, Rusia, Francia y Japón. ¿Quién lo habría pensado, eh?

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