“Ceda, me decían, ceda, si el papá de la niña no llama, usted llámelo”. Soy Erika Allendes, periodista, y el 2019 decidí convertirme en familia de acogida externa de una pequeña de 3 años. Y lo que acaban de leer, fue parte del diálogo que sostuve con unas de las trabajadoras sociales que interviene nuestro caso. Les contaré nuestra historia, un camino nada fácil, que no estoy dispuesta a abandonar porque el amor de familia, no solo está dado por el parentesco sanguíneo.
Hoy lucho para ganarme su cuidado. Siempre supe que sería difícil, pero lo que no me imaginaba era que mis principales adversarios serían las propias instituciones del Estado, entre ellas el tan cuestionado Sename.

Mi hija, sí, porque para mí es mi hija, llegó a nuestro hogar marcada por los traumas que le ocasionaron la violencia entre sus padres, el abandono y el abuso del cual fue víctima mientras estaba en la casa de familiares, quienes tuvieron su cuidado provisorio por las constantes vulneraciones de las cuales eran víctimas ella y sus hermanas. Ahí estuvo 8 meses, luego de eso llegó a vivir con nosotros.

Recibimos una niña llena de miedos, con una mirada perdida, fue un trabajo arduo poder ayudarla a sanar cada una de esas heridas y entender cada uno de sus llantos, los más profundos que hasta ahora he escuchado. Hoy en sus casi 6 años de vida, es otra niña, en su rostro no falta la sonrisa y menos las palabras de amor. Me siento orgullosa de verla crecer tan feliz.
Hemos debido participar de diferentes instancias, tanto legales como de intervención de programas de la red Sename y, a pesar de que todos reconocen lo bien que ella está en nuestra familia, aún no puedo asegurarle que estará por siempre con nosotros. Me encantaría darle estabilidad desde el punto de vista legal, es decir, asumir sus cuidados definitivos e incluso, tener la posibilidad futura de adoptarla, pero esa es una decisión que no depende solo de mí.

El sistema está orientado a buscar la reunificación familiar, es decir, que los niños vuelvan con los mismos padres que vulneraron gravemente sus derechos, y donde no se asegura el bienestar de quienes, a tan corta edad, ya cargan con graves heridas emocionales.

Las palabras que más he escuchado durante los últimos años es la de potenciar las habilidades parentales, confieso que me gustaría escuchar con más ímpetu, propiciar que nuestros niños y niñas sean sujetos de derechos, en donde las oportunidades vayan realmente dirigidas a ellos.

Recuerdo claramente que, durante una audiencia, la consejera técnica nos dijo: “Este papá ha esperado mucho por ver a sus hijas”… Pero él no tuvo contacto con la niña por casi un año. Tenía órdenes de alejamiento, una de ellas fue por un supuesto abuso en contra de su otra hija, causa que hasta el día de hoy está archivada en Fiscalía y nunca se comprobó ni descartó tal situación. Es más, hoy él vive con esa niña porque recuperó sus cuidados y al parecer, a nadie pareció importarle.
Mi hija está en el sistema Sename desde que tiene poco más de un año de vida y su caso ha sido intervenido por programas PPF, Cepij y FAE. Tiempo suficiente para que sus padres hayan mostrado un real interés en ella, generando cambios, pero desde el amor y la constancia, no solo cuando se acercan las audiencias, porque ella no se merece un amor a medias.

Años llenos de oportunidades, orientaciones y sugerencias dirigidas a los adultos que le fallaron. Me pregunto, ¿Cuántos niños y niñas han sido devueltas a sus familias, sin que ellas hayan generado reales cambios?, ¿Cuántos niños y niñas hoy lo están pasando mal, no solo en las residencias, sino en sus propios hogares porque no reciben el amor que tanto necesitan?, ¿Cuál es el fin de mostrarles una nueva vida a esos niños, si con el tiempo deben volver al mismo circulo?, ¿Dónde quedan sus oportunidades?

Durante este tiempo, el lazo de amor que nos une pareciera tener cada día más fuerza, pero me pesa que aún no puedo asegurarle que nosotros, a quienes ella considera su familia, lo seguiremos siendo, porque eso depende de la decisión de muchas personas.

Se han sugerido regímenes comunicacionales que no se cumplen. Como cuidadora estuve casi un año enviando cada semana el link de conexión por zoom para que su papá la contactará. La mayoría de las veces simplemente no se conectaba, o llegaba hasta media hora tarde. Y ella ahí, esperando que él se presentara. Las excusas eran siempre las mismas: “olvidé conectarme”, “estaba trabajando” o simplemente “no la contacto porque no me llevo bien con su cuidadora”.

No era mi responsabilidad coordinar esas llamadas, pero así funciona el sistema. “Ceda por la niña”, es decir, disfrace la realidad y cree faltas expectativas, que el día de mañana traerán quizás más consecuencias que beneficios para su vida, porque el amor no se fuerza.

“Es difícil que asuma sus cuidados definitivos porque hay un padre presente”, es otra frase que constantemente escucho. Para mí un padre presente es aquel que llama cinco minutos antes de la hora estipulada, que se acuerda de las fechas importantes como cumpleaños y Navidad. No un padre que deja de llamarla por meses, argumentando que no perderá a su hija por eso.

Esa seguridad la ha alimentado el mismo sistema. Mientras tanto, las familias de acogida seguimos ahí, en el limbo, esperando que alguien decida que ya es suficiente, ¿No sería mejor que todos accionáramos hacia el mismo fin? resignificar las heridas de nuestros niños y niñas vulneradas, dándoles nuevas oportunidades de vida.

Para mí, son niños y niñas que han sido prácticamente abandonados por el sistema, en donde uno como familia de acogida debe buscar sus propias redes de apoyo para proteger sus derechos, labor que deberían cumplir los tribunales y Sename, que siguen directrices que hoy son fuertemente cuestionadas por la opinión pública.

Sin duda esta es una lucha agotadora, sueño con el día que pueda dar por finalizado este proceso, y espero que en el futuro contemos con un sistema, donde los niños y niñas sean realmente lo importante y las oportunidades vayan dirigidos a ellos.

Nos conmocionamos al escuchar casos como el de Ámbar Cornejo y Lissette Villa, historias en donde seguramente, si alguien hubiera hecho más, no habrían tenido el triste desenlace que conocemos. Por eso hoy me atrevo a contar mi historia, nuestra historia, porque sé que mi hija no es la única invisibilizada por el sistema, estoy segura que hay muchas más, que no tienen quiénes alcen la voz por ellas.

Erika Allendes
Periodista

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