Cada 11 de septiembre, lejos de intentar reconciliarnos como sociedad, nos enfrascamos en una dinámica repetitiva y estéril: la del círculo polarizador. Año tras año, conmemoramos esta fecha como si fuese imposible hacerlo de otro modo que no sea con ideología, acusaciones y recriminaciones varias. Lo curioso es que estas recriminaciones muchas veces son de personas que no vivieron esa época, hacia otras que tampoco lo hicieron.
El ministro de Bienes Nacionales, Francisco Figueroa, dijo en estos días: “Septiembre en Chile no es un mes para guardar silencio”. Y tiene razón. El punto no es callar, sino preguntarse qué hay que decir.
Pese a que han pasado más de cincuenta años, los jóvenes siguen atrapados en un relato que no les pertenece. En la última romería al Cementerio General, hubo once menores de edad detenidos por desmanes. Muchachos que nacieron en democracia, que no vivieron ni los tiempos de la UP ni el gobierno de Augusto Pinochet, pero que reproducen hoy, en el 2025, la violencia propia de esa época.
La pregunta es incómoda: ¿Qué falla en nosotros, como sociedad, para que adolescentes que no cargan con esas heridas actúen como si fueran protagonistas de un quiebre social que terminó hace 35 años, con el retorno a la democracia?
El presidente Boric, siendo el mandatario más joven de nuestra historia, podría marcar un rumbo distinto. Podría asumir el liderazgo de una generación que no vivió el trauma, pero que sí debe aprender de este. Sin embargo, en lugar de abrir un horizonte a la recomposición social, insiste en discursos equívocos, que exacerban las fisuras y destruyen los puentes que necesitamos.
Chile ya no puede seguir atrapado en la dinámica de confrontación. Lo que falta es un relato de cohesión, una narrativa común, que le enseñe a las nuevas generaciones que no están condenadas a repetir el círculo polarizador.
El desafío es cultural y político: cortar el círculo polarizador exige que dejemos de usar la memoria como argumento de confrontación.
Los más adultos deben promover entre los más jóvenes que la democracia se cuida con respeto, que las diferencias nunca deben resolverse con violencia y que la reconciliación, lejos de ser es una claudicación, es todo lo contrario, un acto de valentía pensando en el futuro de Chile.