La campaña presidencial se ha convertido en un compendio de lugares comunes, donde la discusión se hace insuficiente para los problemas reales de las personas. El ser humano no se agota en la satisfacción de las necesidades básicas, aunque sin satisfacerlas parece difícil avanzar hacia una meta de desarrollo integral. Pero sin una mirada y un proyecto que nos conduzcan hacia ese desarrollo, los discursos son sólo paliativos o vanas promesas.
Hablemos de felicidad
El periodista Juan Pablo Cárdenas, en un artículo reciente, echa de menos en los discursos de campaña la palabra felicidad.
Y así es: esta palabra parece estar prohibida en la política, sobre todo después de que, como él lo recuerda, se prometiera en 1988 que “la alegría ya viene”.
Esa vez estábamos alegres con la derrota del dictador, pero debimos aguantarlo un año y medio más, mientras la represión se mantenía en muchos niveles. En 1989 fueron derrotados los candidatos derechistas, pero quien fue dictador se mantuvo como comandante en jefe del Ejército primero y después como senador en virtud de haberse autodesignado “Presidente de la República”. Nunca fue elegido para ese cargo y la única vez que postuló lo hizo sin contendor, y como dijo el Fortín Mapocho, “Corrió solo y llegó segundo”.
Durante los primeros 16 años de la Concertación hubo momentos alegres e importantes avances cuantitativos (como la derrota de la extrema pobreza y otras importantes marcas macroeconómicas), pero ellos no se distribuyeron como la mayoría del país esperaba.
La disputa entre “auto flagelantes” y “autocomplacientes” de la Concertación, los que querían más y los que estaban satisfechos con ejercer el poder, terminó en un descontento que se fue acumulando hasta que explotó en 2019. En mi reflexión, cuando se optó por el camino de aceptar el plan de Pinochet en lugar de seguir presionando para su salida, anticipaba esa expresión de rebeldía, pero la imaginaba incluso antes.
La decepción creciente
Los que eran jóvenes en 1988 y los nacidos después, no lograban entender que no se consiguieran espacios democráticos profundos y que las personas se vieran sometidas a situaciones tan duras que les impedían desarrollarse.
La decepción se manifestó claramente en la campaña de 2006, luego de 16 años y tres presidentes, cuando a Michelle Bachelet le costó ganar (pero ganó); cuatro años después entregó el poder a Piñera, el candidato de la derecha. El desencanto con los políticos llevó a que Piñera, el derechista, devolviera el poder a Bachelet al terminar su mandato. Y como coronación, Bachelet le devolvió la banda presidencial al mismo líder de la derecha.
Y entonces vino la explosión de muchos sectores, con el sabido curso de los acontecimientos. Y Piñera le entregó el gobierno a Boric.
Se han perdido la esperanza, el entusiasmo, la alegría y la confianza. La decepción es continua, de unos y otros, simplemente porque el mundo de los políticos ha olvidado lo fundamental: las personas y su entorno. Y junto con eso se ha perdido de vista el derecho de las personas a ser felices, es decir, no sólo a satisfacer las necesidades básicas, sino sobre todo a ser capaces de expandir las propias posibilidades de realización, de sentirse con planes y proyectos, de vivir la experiencia de algo más que trabajar para poder comer.
No hay proyecto de sociedad
La alegría, el desarrollo de las personas de un modo integral, la expectativa de una sociedad más feliz, conlleva un proyecto de vida en sociedad que hoy todos han guardado en cajones o simplemente se han abierto paso los que carecen de una mirada más profunda de la realidad. Eso es lo que falta en esta campaña: proyectos de sociedad que involucren a las personas.
Hace unos días, en un debate de candidatos derechistas, uno de ellos, ya ni recuerdo cual, dijo: “Si en algo estamos de acuerdo los cuatro, es que hay que terminar con este gobierno fracasado”. Es decir, su objetivo no es mejorar sustantivamente la forma de vivir de los chilenos, sino simplemente terminar con un gobierno que ellos consideran que lo ha hecho mal. Su precario análisis no registra que el gobierno terminará de todos modos, porque se cumple el plazo.
Se presentan ante el país (“la gente”, se dice ahora, para no usar la palabra pueblo) ofreciendo soluciones para las urgencias y para los que sustentan sus campañas: menos impuestos, más asistencialismo, menos controles en el área económica, menos acción propositiva del Estado y más represión (para lo único que les sirve el Estado) fortaleciendo a las instituciones armadas, incluida la policía.
La sonrisa y el programa: algunas preguntas
Frente a ellos está Jeannette Jara, con su sonrisa y su amabilidad, tratando de generar una imagen positiva y suave, pese a que ganó su posición de candidata con un programa claramente radical, que respondía a las convicciones de los intelectuales del Partido Comunista.
Está claro que o no leyó su programa o no entendió lo que leía. Y ese “programa ganador”, hoy trata de ser acomodado por los demás integrantes del comando, aunque Carmona no le da tregua, culminando sus insistencias al decir que en el programa que se está presentando no hay más que lineamientos generales, pero que ellos no han renunciado a todo lo demás contenido en su propuesta original.
¿Cómo se condicen la reforma que fortaleció el sistema previsional pinochetista, que le dio a las AFP un 60% más de ingresos y más plazos, con la idea de eliminar las administradoras privadas? ¿Puede ser la candidata de continuidad del gobierno alguien que milita en un partido político que no cesa de oponerse a proyectos del actual mandatario y criticar a quienes han conducido la política económica? ¿Será su gobierno, si gana, algo parecido a la Concertación, a los gobiernos de Bachelet y lo aplicará sin ministros que respondan a lo que su partido propone?
La coalición electoral sin contenidos
La Democracia Cristiana y el autodenominado “socialismo democrático” (PPD, PS y radicales) han renunciado a proponer sus contenidos doctrinarios, a formular propuestas que tengan lo que ha sido propio de ellos en el pasado: una visión de sociedad.
Si no sabemos hacia dónde vamos como país, puede dar lo mismo a quien elijamos, porque en definitiva será alguien que tratará de aplicar paliativos ante los problemas sin enfrentar la solución desde la raíz. Y así, uno tras otro, podrán ir prometiendo eficiencia, eficacia, “hacer las cosas bien”, sin que nada de eso permita avanzar hacia una nueva realidad como sociedad.
Esta coalición nueva es una aproximación pragmática para obtener resultados electorales, tratando de ganar diputados y senadores, pero con la casi certeza de que su candidata a la presidencia difícilmente ganará. Pues si consigue pasar a segunda vuelta, lo que es muy probable, no tendrá de donde sacar apoyos para incrementar su votación.
En busca de un sueño que se haga realidad
Cuando propuse a la Democracia Cristiana ser su candidato presidencial en representación de un sector del partido, ubiqué a las personas y sus comunidades en el centro de la propuesta, entendiendo que desde allí se construye lo nuevo, lo justo, lo liberador, apuntando a una solidaridad activa que pueda permitir conseguir satisfacer necesidades básicas, reorientando recursos, para trabajar por la felicidad como meta.
Son las personas concretas las que requieren de una convocatoria a construir soluciones, en las cuales el resultado se consigue en acciones comunitarias. Eso para todo: desde la seguridad hasta la salud, desde la educación hasta el desarrollo productivo, desde el respeto a la ley hasta la expansión de la creatividad.
Hoy no hay contenidos con visión de futuro y todo se queda en ciertas consignas que acomodan lo vigente, mejorando un poco las condiciones de “la gente”, así vagamente, olvidando a las personas que están tras cada rótulo.
Quizás los candidatos sin partido podrían proponer un proyecto que vaya más allá de la convicción de que cada uno de ellos es el líder capaz de modificarlo todo y aunar a todas las fuerzas políticas detrás de sus proyectos.
El pueblo intuye que esos lideres no sirven y que lo que se requiere es una fuerza organizativa con liderazgo social, con personas que se comprometen a trabajar desde las bases mismas modificando las formas de relacionarse.
No basta con ciertas consignas y titulares carentes de todo realismo.
Más de lo mismo
Pero esta campaña, tanto como las anteriores revelan que los políticos (“clase” política), han renunciado a la posibilidad de construir algo nuevo y se están concentrando en “hacer mejor las cosas”, pero sin modificar lo sustancial. Todos prometen hacerlo mejor.
Una mujer con la que conversaba me decía que votaría por determinado candidato porque promete “hacer bien las cosas”. Es que nadie propone hacerlo mal, le dije. Es posible que algunos hagan bien ciertas cosas que otros hicieron mal. Está baja la vara desde hace ya más de una década. Pero el tema es algo más que eso: ¿hacia dónde queremos ir?
Esa dirección es lo que falta en la campaña presidencial. Salir del compendio de lugares comunes, de la repetición de promesas que no se van a cumplir, de hablar sólo del crecimiento como si ese fuese la panacea, de una discusión que es insuficiente para los problemas reales de las personas.
Insisto: el ser humano no se agota en la satisfacción de las necesidades básicas, sino que requiere de una mirada y un proyecto que nos conduzcan hacia el desarrollo integral. Sin eso, todo queda en placebos o conceptos vacíos.