Hay algo patético en la escena: un economista sentado detrás de un escritorio invisible, con los brazos cruzados y el ceño fruncido, mientras una candidata presidencial, con cara de profesora básica enfrentando la PSU, intenta no escribir “nacionalización de los recursos naturales”.
Aunque está ficcionado es consistente con lo que plantó el economista Luis Eduardo Escobar que examinó a la candidata presidencial de la coalición de centro izquierda, y determinó que aprobaba la calificación de socialdemócrata.
La pregunta que se hicieron muchos es porque no recibió una merecida patada en el trasero después de tal nivel de arrogancia.
Las planillas mataron al relato
La razón es que los economistas se han convertido en las estrellas de este festival electoral. Las planillas mataron al relato. Y los economistas pasaron de ser asesores en las sombras a transformarse en evaluadores públicos de idoneidad presidencial. El mensaje no es sutil: no basta con ganar una primaria, ni con tener un proyecto político. Hay que convencer al gremio de los economistas.
Hay algo que no cuadra. Según todas las encuestas —CEP, Criteria, Cadem, Datavoz y hasta las más truchas que inflan y desinflan candidaturas— el principal problema del país es la seguridad ciudadana. No la inflación, no el déficit, no el tipo de cambio. La gente tiene miedo: a que le roben, la asalten, la secuestren. Y, sin embargo, en esta campaña presidencial, los que llevan la batuta son los economistas. ¿Qué pasó? ¿Desde cuándo ellos tienen más peso que los expertos en crimen, justicia o seguridad pública?
No hay debate importante donde no aparezca un economista con cara de decepción, explicando por qué la propuesta de tal o cual candidata es irresponsable, “no cuadra”, “no tiene sustento”, “no es seria”. En contraste no hay presencia suficiente de expertos en criminalidad que evalúen realmente qué hacer y cómo en el principal asunto de la elección presidencial.
La clave no está en la política, sino en la economía financiera. Más precisamente, en el teorema de Modigliani y Miller, que alguna vez enseñaba Franco Parisi cuando era economista. No es como se financia un país, sino cuál es el riesgo percibido.
Los riesgos de Jara y Kast… según el mercado
Hoy Jeannette Jara, según la casa de apuestas Polymarket tiene 21% de probabilidades de ser presidenta. No es favorita, pero es un porcentaje con el que cualquier operador financiero tiene que cubrirse. Y para los empresarios, su figura representa un cambio en la estructura del sistema.
Por más que apruebe el examen de socialdemocracia del profesor Escobar, sigue siendo el cuco. Y eso, en la lógica de Modigliani y Miller, aumenta el riesgo percibido del “activo Chile”. Y ahí sí que hay miedo, como hacía ver Maquiavelo sobre que duele más perder al padre que al patrimonio.
Pero muchos de los que temen ese peligroso 21% duermen tranquilos con José Antonio Kast, que en las mismas casas de apuestas sobrepasa el 60% de probabilidad de ser presidente, pese a que sus fórmulas para hacer crecer a Chile son desconocidas. Lo que sí sabemos es que promete más cárceles, más gasto en seguridad, menor carga tributaria y más presencia militar, sin decir cómo lo financiará.
No funciona la motosierra tipo Milei, porque el Estado chileno tiene mucha menos grasa que el argentino. No quiere decir que le vendría bien una reforma profunda tanto al empleo público como a programas que no funciona, pero no es el ñoqui rioplatense.
Y por cierto que Kast también es riesgoso. Porque si seguimos el razonamiento de Daron Acemoğlu, los verdaderos efectos de un liderazgo político en la economía no dependen solo de su política fiscal, sino de su impacto en la calidad institucional. Kast propone un orden autoritario que engancha con los temores, y al parecer ocupará en toda su expresión el sistema presidencialista a punta de Decretos Supremos, para ganar popularidad en los primeros días.
Como hizo ver Ignacio Briones en una entrevista reciente en Cooperativa cuando se está en ese extremo, la oposición bloquea todo y termina en polarización y tensiones a la convivencia democrática. Eso, en perspectiva, también afecta la estabilidad del modelo y el riesgo país, como se ha visto en países donde el autoritarismo conservador erosiona la inversión y el Estado de derecho.