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Jara vs. Kast: el poder se disputará en vertical

04 agosto 2025 | 08:25

Y es que la aparición del eje arriba/abajo es una señal simple: se suspende la política moderna y volvemos al problema del simple poder.

En el año 2011, durante mi presentación en ENADE, sostuve que el tradicional eje izquierda-derecha comenzaba a desplazarse hacia un lugar secundario frente a un eje emergente, el eje arriba-abajo. Este nuevo eje interpretaba mejor el conflicto político y social que se estaba gestando a nivel global: una impugnación que ya no se dirigía principalmente contra las ideologías, sino contra las jerarquías. La confrontación no era horizontal, sino vertical.

Los acontecimientos de ese periodo lo ilustran con claridad. Los movimientos Occupy Wall Street en Estados Unidos, los llamados “indignados” en España y en Francia, así como diversas movilizaciones en Canadá y otros países. Por supuesto, no puede dejar de mencionarse a Chile, que ese año protagonizó las protestas más masivas y extensas del mundo, en un contexto donde estallaron manifestaciones en 55 países. Fue, junto a 1968, 1989 y 2019, uno de los cuatro grandes momentos de protestas globales desde la Segunda Guerra Mundial.

La Revista Time convocó ese mismo 2011 la figura del manifestante encapuchado (the protester) como el personaje del año. El editor de la revista Time vio en ellos la transformación de la historia. Más allá de su diagnóstico, todo el proceso se estructuró fuera de los límites de las categorías tradicionales de izquierda y derecha. Su impulso provenía de un malestar colectivo que desbordaba a los partidos y organizaciones políticas, un malestar que se expresaba como un reclamo contra las élites y las formas de poder concentradas.

Portada Time el protestante

Un giro con consecuencias profundas

Al principio proliferaron movimientos nuevos desde la izquierda. Como suele ocurrir, la capacidad de las fuerzas transformadoras para generar energía política y social —movilización, creatividad, denuncia— no se correspondió con una capacidad equivalente para generar estructuras estables.

El 2011 chileno se convirtió en el estallido de 2019, donde vimos el poder del caos. Los esfuerzos de conducir el proceso fueron premiados por la ciudadanía, pero el proceso constituyente desde la izquierda confirmó la clásica imputación de una izquierda caótica que no sabe gobernar. La energía sin estructura, al no encontrar cauces institucionales sólidos, terminó abriendo espacio para una reacción.

Y la reacción llegó. Su origen y articulación provino de la derecha. No se trató de la derecha tradicional que se posiciona simplemente en el polo derecho del espectro, sino de una nueva forma de acción política que reinterpreta el eje vertical. Frente a la presión de los movimientos que avanzaban desde abajo hacia arriba, esta nueva derecha construyó una respuesta desde arriba hacia abajo: un discurso que reivindica el orden, la autoridad y la jerarquía, sosteniendo que solo el predominio de las élites garantiza la seguridad y la gobernabilidad, mientras que los procesos políticos impulsados desde abajo conducirían inevitablemente al caos.

En distintos contextos, las movilizaciones que habían puesto en jaque las certezas institucionales —Occupy Wall Street en Estados Unidos, los indignados en España, los chalecos amarillos en Francia— fueron incapaces de consolidarse en proyectos políticos estables. La misma energía que los hacía expansivos y masivos se convirtió en una limitación a la hora de constituir estructuras. Allí donde estos movimientos dieron origen a partidos o candidaturas (Podemos en España, Syriza en Grecia), el éxito inicial derivó en tensiones internas, rupturas y pérdida de capacidad transformadora.

La consecuencia de este proceso fue la progresiva extinción de la promesa de gobiernos y proyectos que trabajaran desde abajo. Lo que permanece es la convicción —cada vez más extendida— de que “solo funciona todo desde arriba”. En otras palabras, la estructura que ha marcado el siglo XXI es la consolidación del eje arriba-abajo como coordenada central de la política, desplazando o reconfigurando la lectura tradicional del eje izquierda-derecha.

Esta fragilidad fue leída por las derechas como una oportunidad. En lugar de responder desde el eje clásico izquierda-derecha, comenzaron a construir un relato centrado en la dimensión vertical: se presentaron como garantes del orden y de la seguridad frente a la amenaza del caos que, decían, traían consigo los proyectos impulsados “desde abajo”. Este patrón es visible en fenómenos como la consolidación de líderes de derecha populista (Donald Trump en Estados Unidos, Jair Bolsonaro en Brasil, Giorgia Meloni en Italia) y también en derechas más institucionalistas que utilizan esta lógica para reforzar el poder de los aparatos estatales y limitar la participación ciudadana.

En síntesis, la década estuvo marcada por un reordenamiento: las fuerzas que emergen desde abajo actúan como motor de cambio, pero terminan provocando la reorganización del poder desde arriba, que se legitima precisamente en su promesa de contención.

El caso chileno: entre la promesa y la restauración

En Chile, el 2011 fue también un año bisagra. El ciclo de movilizaciones estudiantiles expresó con claridad la lógica del eje arriba-abajo: un reclamo por igualdad y democratización dirigido contra un sistema percibido como cerrado y jerárquico. En los años siguientes, estas energías sociales se mantuvieron latentes y resurgieron con más fuerza en el estallido social de 2019, donde el eje arriba-abajo desplazó definitivamente al eje izquierda-derecha en la interpretación política de los acontecimientos.

Sin embargo, el desenlace fue similar al observado a nivel global. La Convención Constitucional, nacida como expresión institucional del impulso desde abajo, se vio sobrepasada por la dificultad de traducir energía en estructura. Los errores de conducción, la fragmentación y la incapacidad de generar consensos amplios terminaron debilitando el proyecto. Como respuesta, se fortaleció un discurso que enfatiza la necesidad de un orden centralizado y un control político fuerte desde arriba.

En la actualidad, Chile muestra con claridad la lógica de esta década: un ciclo de movilizaciones y expectativas crecientes, seguido de un retorno al predominio de las élites, justificadas por su promesa de seguridad y gobernabilidad. La política se ha vuelto a articular en torno a la verticalidad, y las demandas por democratización y redistribución se enfrentan al escepticismo de quienes defienden que “sin control desde arriba, todo se desordena”.

El resultado global de este proceso es que, si bien las categorías izquierda y derecha continúan existiendo y condicionando los programas, el clivaje fundamental del siglo XXI parece estar en otro lugar: en la relación entre los de arriba y los de abajo, entre las élites que gobiernan y las mayorías que aspiran a participar. El siglo XXI, al menos hasta el presente, se ha caracterizado por una oscilación en este eje: irrupciones desde abajo que, a través de su propia debilidad organizativa, terminan reforzando la idea de que solo desde arriba se puede gobernar.

El cruce de los ejes en la elección presidencial actual

La elección presidencial que se aproxima en Chile estará marcada por la consolidación del eje arriba-abajo como fuerza organizadora del conflicto político. Los dos principales proyectos en disputa ilustran esta dinámica: Jeannette Jara propone un gobierno que, aunque no lo exprese de manera explícita, se inscribe en la lógica de la confrontación pueblo-élite; y José Antonio Kast, en cambio, ofrece una visión que reivindica sin ambigüedades el ejercicio del poder desde las élites hacia la ciudadanía.

En la propuesta de Jara, el poder debe ejercerse “desde abajo hacia arriba”, apoyándose en la energía social y en las demandas populares. Para Kast, por el contrario, el poder debe aplicarse “desde arriba hacia abajo”, con un énfasis en la conducción jerárquica y el restablecimiento del orden. Lo interesante es que en ambos casos el eje izquierda-derecha se convierte en un epifenómeno: un resultado derivado de cómo cada proyecto se posiciona en el eje vertical. La izquierda mira desde abajo y la derecha mira desde arriba.

Sin embargo, este eje vertical no actúa solo. Lo que realmente está en disputa es el cruce entre dos coordenadas:

    1. Eje vertical (arriba-abajo): elite vs. pueblo/ciudadanía.
    2. Eje horizontal (gobernabilidad-caos): orden y estabilidad vs. ingobernabilidad y desestructuración.

La intersección de estos dos ejes genera cuatro cuadrantes. El cuadrante superior (élite + gobernabilidad) es el espacio donde la derecha busca posicionarse, mientras que el cuadrante inferior (pueblo + gobernabilidad) representa el objetivo de las propuestas que emergen desde abajo.

Este modelo ayuda a comprender por qué los proyectos que se proponen desde abajo enfrentan una dificultad estructural: la energía que movilizan es potente, pero, si no logra traducirse en estructura, conduce a escenarios percibidos como ingobernables. Esto fue evidente en el ciclo iniciado por el estallido social, donde una voz masiva y transformadora se tradujo luego en un proceso constituyente que terminó debilitado. La nueva derecha ha capitalizado esta experiencia para construir una narrativa en la que solo “desde arriba” se puede gobernar.

En consecuencia, la campaña de Jara deberá convencer al electorado de que es posible transitar desde el pueblo hacia la gobernabilidad, sin caer en la fragilidad institucional. Su desafío es moverse horizontalmente, desde el cuadrante inferior izquierdo hacia el superior izquierdo.

Kast, en cambio, deberá demostrar que su proyecto de gobernabilidad desde arriba no incurre en la rigidez normativa o el autoritarismo que terminan generando su propio tipo de ingobernabilidad , esta vez por exceso de reglas y por buscar que no se mueva una hoja sin que el gobernante se entere. Su reto es mantenerse en el cuadrante superior derecho.

De este modo, el clivaje central de la elección no será izquierda contra derecha, sino gobernabilidad versus caos, cruzado por la tensión vertical entre élites y pueblo. La política chilena, siguiendo la tendencia global, entra así en una etapa en la que los posicionamientos tradicionales pierden peso frente a la pregunta decisiva: ¿desde dónde —arriba o abajo— y con qué promesa —orden o desorden— se ejercerá el poder?

Cuatro ejes del 2025

Jara y Kast: la ingeniería de detalle será fundamental

El mapa clave no es simétrico. Si Jara empata o pierde por poco en gobernabilidad, gana la elección. Porque es natural que el grueso de la población acepte un nivel de gobernabilidad razonable con un gobierno sin elites históricas. Pero naturalmente Jara comienza lejos de gobernabilidad por la suma de PC + Proceso constituyente 1 + gobierno de Boric.

Por otro lado, Kast puede reivindicar el eje arriba – abajo en la medida que logre alejarse de un poder autoritario, arbitrario y rígido.

Matthei perdió gobernabilidad en su imagen (que era su capital) por una campaña innecesariamente intensa que la llevó a entrar en el campo de batalla de candidatos más chicos, lo que bajó la imputación de capacidad de producir orden institucional. ¿Podrá recuperarlo? Se ve difícil. Sobre todo porque Chile Vamos parece dar movimientos descoordinados y eso no ayuda en nada al proceso.

Lo más probable es que lleguemos con todos los candidatos sin gobernabilidad adecuada para la primera vuelta (y para la segunda). Después de todo, lo que hemos visto es un triunfo total del malestar social, que ha logrado continuar destruyendo bases institucionales. En ese caso, la ingeniería de detalle será fundamental para el triunfo final.

Pero el triunfo, sea de quien sea, será otro mar incomprensible, otra bruma insensata, otro viento huracanado, otro clima invivible. Y es que la aparición del eje arriba/abajo es una señal simple: se suspende la política moderna y volvemos al problema del simple poder.
- Alberto Mayol