En abril de 2020, en medio del desconcierto global provocado por la irrupción del COVID-19, recibí del embajador Juan Martabit una propuesta visionaria: promover una convención internacional para el manejo de pandemias. El presidente Sebastián Piñera comprendió de inmediato su importancia estratégica y decidió activar una ofensiva diplomática de alto nivel.
Coordinamos la iniciativa con el Ministerio de Salud y, en cuestión de días, enviamos cerca de ochenta comunicaciones a cancilleres de distintos continentes. El propio Presidente Piñera sostuvo conversaciones con mandatarios extranjeros, entre ellos el presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, quien respaldó decididamente el llamado chileno. La Organización Mundial de la Salud (OMS) acogió positivamente la propuesta, que comenzó a ganar tracción en foros multilaterales, declaraciones conjuntas y entre expertos de renombre.
Tratado internacional para pandemias
Ese impulso inicial se tradujo en noviembre de 2021 en una resolución de la OMS que dio origen a un proceso formal de negociación. Finalmente, el 20 de mayo de 2025, culminó la aprobación del segundo tratado global de salud pública, el Tratado Internacional para Pandemias. El primero fue el Convenio Marco para el Control del Tabaco, adoptado en 2003, bajo la presidencia chilena en Ginebra. En un mundo marcado por conflictos armados, desplazamientos masivos y crisis climáticas, la concreción de este tratado demostró que aún es posible construir consensos globales, y que países de tamaño medio, como Chile, pueden ejercer liderazgos anticipatorios en temas cruciales.
Uno de los legados más evidentes de la pandemia es que la salud dejó de ser un asunto estrictamente doméstico. Hoy forma parte integral de la arquitectura de seguridad internacional, especialmente para una sociedad como la chilena, que avanza aceleradamente a un envejecimiento poblacional. El COVID-19 desnudó vulnerabilidades estructurales y obligó a repensar las prioridades globales. La salud se ha convertido, a la vez, en terreno de cooperación, herramienta de poder blando y fuente de tensiones geopolíticas.
Con la firma del tratado, comienza para Chile una nueva etapa: pasar del impulso diplomático fundacional a la implementación estratégica. Ya no basta con haber tenido la iniciativa; ahora debemos sostenerla con acciones coherentes. Frente a un escenario donde algunos actores utilizan el suministro médico como instrumento de presión y otros rehúyen la cooperación transparente, es imprescindible que nuestro país defina una estrategia clara y anticipatoria en salud global.
Tres tareas prioritarias para Chile
Primero, fortalecer la cooperación regional sudamericana a través de alianzas amplias y no condicionadas, explorando las capacidades de cada país con el fin de alcanzar modelos de provisión de insumos médicos eficientes, efectivos e interdependientes, tratando de acoplarse a países desarrollados que aboguen por una arquitectura sanitaria abierta y libre de manipulaciones políticas. Esto permitiría responder con mayor eficacia a las necesidades sanitarias del continente, evitando nuevas dependencias.
En segundo lugar, es imprescindible ofrecer alternativas prácticas a la competencia estratégica global, promoviendo la producción local de insumos críticos, el intercambio técnico y programas que generen beneficios reales a países socios.
Tercero, blindar las cadenas de suministro sanitario. Chile debería diversificar proveedores, impulsar capacidades regionales y establecer reservas estratégicas como parte de una política sanitaria de largo plazo.
La OMS y una diplomacia constructiva en salud regional
En este marco, resulta preocupante la reciente decisión de algunos países de abandonar la OMS. Aunque es legítimo e impostergable demandar reformas, la OMS sigue siendo el organismo con legitimidad y capacidades reales para coordinar respuestas sanitarias globales. El retiro de dicha organización no resuelve sus falencias, pero sí debilita la arquitectura internacional de salud, dejando espacio para intereses unilaterales, excluyentes y ampliando el margen para que la salud se convierta en una herramienta geopolítica de poder y tensiones.
La salud pública global no reconoce fronteras ni ideologías. En lugar de desertar del multilateralismo, los Estados deben comprometerse en su perfeccionamiento. Para Chile, esto es una señal clara de que debemos redoblar nuestra apuesta por una diplomacia activa y constructiva en salud regional. Involucrarse, proponer y liderar es más útil que dejar espacios vacíos, ante todo considerando, como señalamos, el acelerado envejecimiento poblacional de Chile y la envergadura de los desafíos sanitarios que traerán consigo a un país sin recursos suficientes.
La firma del tratado internacional sobre pandemias es motivo de orgullo para nuestra diplomacia, pero también un llamado a la acción. Sostener el espíritu multilateral en tiempos de incertidumbre exigirá visión estratégica, flexibilidad y convicción ética. Chile puede y debe asumir ese desafío. En salud global, como en toda política exterior, anticiparse no solo es un deber: es una forma concreta de cuidar a nuestra población.