La Democracia Cristiana de Chile es un partido inserto en la historia reciente de Chile. Heredero directo de la Falange Nacional, organización política que nació para ofrecer una alternativa ante las opciones radicales en el mundo del siglo XX. Luego de una gran crisis económica y en medio de las tensiones entre las fuerzas políticas de izquierda y de derecha, la Falange propone un proyecto de cambio social, económico y político, que es diferente de la oferta de los partidos de orientación marxista y de la derecha promotora y beneficiaria del capitalismo.
Cuando hoy, tantos años después, el país se ve tensionado de nuevo por esos extremos, la Democracia Cristiana recupera esa flecha que avanza hacia el futuro más allá de las barreras que impone la polarización: algo tiene que decir en estos momentos de la historia del país.
Entre los años 1937 y 1953 la Falange se mantuvo en porcentajes electorales muy bajos, incluso inferiores al 5%, eligiendo pocos diputados y algún senador. Luego de casi 25 años y de la primera candidatura presidencial de Eduardo Frei Montalva en 1958, la Democracia Cristiana se alzó como la primera fuerza política del país.
Han pasado poco más de 60 años desde ese momento y hoy el partido, después de haber jugado un papel determinante en el inicio de los cambios en Chile y luego en la recuperación de espacios democráticos frente a la dictadura, parece ser marginal en la discusión política y muchos quieren bajar las banderas para apoyar una candidatura que no nos representa y solo polariza las opciones. Se nos dice: “o Jara o la Derecha (Kast o Matthei)”.
Chile merece más
No es ese el dilema de la Democracia Cristiana. Chile merece otras posibilidades que ayuden a unir a la sociedad y a avanzar hacia la justicia y el bienestar, la libertad y el desarrollo integral de las personas.
¿O la Democracia Cristiana no tiene nada que decir? ¿Renunciará a su esencia, su historia, sus ideas? ¿Dejará en el pasado esas convicciones que la llevaron a conducir el proceso de transformaciones del gobierno nacional y popular de Eduardo Frei Montalva? ¿Olvidaremos, sus militantes y adherentes, la tarea de construir una sociedad democrática, participativa, justa, solidaria en que la piedra angular es la comunidad de vida de los chilenos en su barrio, su comuna, su trabajo? ¿Abandonaremos la convicción en que la fuerza del pueblo organizado en sindicatos, cooperativas, gremios, federaciones de estudiantes, colegios profesionales, podría generar un Chile justo?
Hoy algunos proponen apoyar a la candidata de la coalición de gobierno, que promete continuidad en una alianza táctica, por miedo a perder cupos parlamentarios. Y el argumento para no presentar su alternativa es que nadie está dispuesto a encabezar la tarea.
¿Contemplaremos, los demócrata cristianos, como si nada importara, que se detenga esa flecha que pasaba por las barreras del marxismo y el capitalismo para inclinarnos en un silencio ominoso?
La Democracia Cristiana tiene una oferta para Chile
Hemos cometido errores en el pasado. Hubo quienes callaron ante la dictadura y prefirieron sentirse independientes. Otros no se atrevieron a usar sus capacidades en la lucha por los derechos humanos. Otros se tentaron con el poder y la riqueza. Pero muchos trabajamos en la defensa de los derechos humanos e impulsamos tareas de organización y participación para poner fin a la dictadura.
Algunos de los que en algún momento dijeron creer en esos programas de acción y sustentar su vida en la doctrina de la Democracia Cristiana, prefirieron salir ante el temor de la derrota y arrimarse a una derecha que nunca dejará de mirarlos con desprecio. Buscaban más el poder o espacios para sí mismos que el bien del país.
¿Nada harán los demócrata cristianos frente a la polarización? ¿No tienen nada que ofrecer? Chile puede mirarnos con confianza, porque tenemos las ideas, los programas, los equipos, la voluntad de miles de hombres y mujeres, jóvenes y mayores, para ofrecer a Chile un camino que rompa este esquema en que nos quieren meter los extremos. Ni con uno ni con otro, somos un tercer camino que ofrece a los habitantes de nuestro país una vía de entendimiento, paz, seguridad, respeto por las personas, justicia social y desarrollo.
La crisis de Chile – que es la de todos nosotros – se supera a partir de la decisión de un grupo de chilenos organizados en un partido que se atreva a ser vanguardia para el cambio, convocando a todos aquellos que rechazan la polarización para constituir una mayoría que dé tranquilidad a una sociedad cansada de desconfiar de sus instituciones y sus autoridades.
Cada día más personas, incluso importantes líderes de opinión, dicen que votarán en blanco o nulo porque no hay alternativa ante los polos. A todos ellos les digo: la hay. Y los demócrata cristianos nos ponemos al servicio de todos esos miles de electores que podrán saber que pueden elegir un camino diferente. No un camino que sea “un poco de esto y de lo otro”, sino una ruta clara hacia una nueva forma de vivir en sociedad: seguridad, desarrollo, justicia.
La DC y su sentido de responsabilidad
Hoy la Democracia Cristiana debe retomar su espíritu, la voluntad de sus hombres y sus mujeres, para ofrecer ese camino, levantar las banderas de la esperanza, de la confianza y dar un espacio para todos aquellos que, independientes o aún militantes de otros grupos o partidos, estén dispuestos a trabajar por una nueva sociedad de justicia, libertad, solidaridad y bienestar, para ofrecer a Chile el camino de la paz, el progreso y el entendimiento social en libertad, justicia y solidaridad.
Hoy la Democracia Cristiana debe reclamar de todos sus militantes la disposición para llevar adelante esta misión trascendental. Una mujer o un hombre de sus filas debe ser capaz de ponerse a la cabeza de algo más que un partido, de algo más que un movimiento: de un país que necesita recuperar la confianza y la esperanza en sus propias capacidades. Nadie puede restarse a eso. Esa oferta para Chile no será un mero liderazgo individual: es la posibilidad de construir equipos dispuestos a trabajar por el pueblo de Chile y no por intereses mezquinos para un poder efímero.
Una patria para todos
Chile se merece más que el continuismo o el retorno a un pasado autoritario. Los chilenos y las chilenas, los que habitamos esta tierra, tenemos el derecho de aspirar a una forma diferente de enfocar los problemas, entendiendo que ellos los resolvemos entre todos o no se resolverán.
Podemos seguir por años creyendo que otro nos traerá la solución.
La Democracia Cristiana, en esta hora del país, ofrece su vocación de servicio, de integración, de unidad, para ser el punto de partida de una nueva posibilidad de construir un modo de vivir diferente, donde todos, como dijo el poeta Benedetti, ejerzamos el derecho a ser felices, sin pedir permiso a nadie. Eso es lo que Jaime Castillo Velasco expresó cuando dijo: “Queremos una patria para todos, incluso para los que no quieren una patria para todos”.