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Elecciones a la vista

07 julio 2025 | 12:17

La democracia chilena quedó muy dañada después de la dictadura y quienes han gobernado no han hecho lo suficiente para mejorarla. Hoy nos enfrentamos a extremos del espectro político.

Chile ha seguido modelos importados para sus temas políticos. Reducir los períodos presidenciales a 4 años, hacer este espectáculo de “elecciones primarias”, haber implantado el voto voluntario (lo que parece repetirse cuando algunos no quieren sancionar a los que no votan), son algunas de las decisiones que han ido deformando el sistema democrático.

Hoy los que tienen el poder quieren alejar aún más al pueblo de las decisiones: reducir el número de parlamentarios, poner límites a la organización y existencia de los partidos, mantener verdaderos tiranos al mando de los municipios.

La democracia chilena quedó muy dañada después de la dictadura y quienes han gobernado no han hecho lo suficiente para mejorarla. Los procesos constitucionales mostraron posturas extremas que la mayoría del país no aceptó, porque finalmente desvirtuaban elementos propios de una sociedad que ha tendido a buscar entendimientos.

El esquema de izquierda y derecha está colapsando

El modelo de izquierdas y derechas está colapsando, porque inevitablemente las miradas se van polarizando. Eso es lo que nos lleva hoy a una elección presidencial entre una candidata que milita en el Partido Comunista y uno de los tres candidatos de derecha, partidarios de la dictadura, quienes han justificado las violaciones de los derechos humanos de ese período y, uno de ellos ha declarado recientemente estar dispuesto a apoyar la repetición de todo eso con sus consecuencias.

Ese modo de ver la realidad –polarizada– ha hecho creer que existe un “centro político”, es decir, grupos que tienen un poco de estos y un poco de otros. Cuando alguien opta por mirar las cosas de ese modo, está condenado a desdibujarse y a convertirse en una especie de relleno irrelevante entre los extremos.

El partido Radical no nació como “fuerza de centro”, sino, como lo revela su nombre, como un proyecto social diferente del que estaba vigente entonces. Ante un modelo conservador, agrario, confesional católico, ellos proponen un Estado democrático, socialista y laico.

Cuando se convirtieron en “centro político” –a partir del tercer lugar de Pedro Enrique Alfonso en 1952– perdieron aceleradamente todo su poder, y muy pronto se dividieron entre izquierdas (JRR y PR propiamente) y derechas (Democracia Radical), más una caricatura llamada PRI que quería ser de centro.

Hoy, digámoslo claramente, son un partido desdibujado, irrelevante en la política chilena. Algunos de sus dirigentes pasaron a integrar un grupo llamado “amarillos”, con toda la connotación peyorativa de la palabra en el mundo político, alojándose en el comando de una de las candidaturas de la derecha pinochetista.

Sus ideas matrices pueden ser válidas e interesantes, pero nadie las conoce, tal vez ni siquiera muchos de sus actuales dirigentes.

La crisis de la Democracia Cristiana

Cuando los radicales se debilitaron como partido político y referente social, emergió potente la Democracia Cristiana, inspirada en la doctrina social de la Iglesia Católica pero no confesional, con una ideología que sostenía estar más allá de izquierdas y derechas.

Decían “no” al modelo comunista (socialismos reales de Europa) y al modelo capitalista impuesto por Estados Unidos para América Latina; y para ello generaron el símbolo de una flecha que cruza dos barreras prometiendo un nuevo tipo de sociedad inspirada en la comunidad como base política, la solidaridad, el respeto por los derechos de la persona, la justicia social, la educación liberadora y una democracia integradora.

Es decir, era un partido que se definía como agente de cambios y pacifista, generando el modelo de la “Revolución en libertad”: Reforma Agraria, Impuesto Patrimonial, desarrollo urbano, expansión de la presencia del Estado en la economía en combinación con agentes privados, fortalecimiento de la educación, entre otras tareas asumidas.

En 1970 su candidato Radomiro Tomic, con la tesis de la “unidad social y política del pueblo en la base”, propuso una “Revolución chilena, democrática y popular”. Su tercer lugar, tras la derecha de Alessandri y la izquierda de Allende, fue una derrota que llevó a la desesperación a algunos de sus militantes; mientras unos se querían ir a la izquierda, otros se fueron sensiblemente aliando con la derecha.

El golpe de Estado dejó claras tres posiciones: los que se pasaron a la dictadura; los que quisieron mantener la fidelidad doctrinaria, luchar por la defensa de los derechos humanos y oponerse férreamente a las nuevas autoridades; y los que se situaron al centro con la frase aylwinista “independencia crítica y activa”.

Así se desvirtuó el partido, ubicándose en el centro político que izquierdas y derechas quisieron aplastar. Rectificando el partido su línea inicial con Zaldívar, Tomás Reyes y Gabriel Valdés, termina sumido en el centrismo cuando los que se mantuvieron guardados mientras otros luchábamos contra la dictadura ganaron la elección interna –sustentada en fraudes denunciados y probados– y llenaron el partido de militantes nuevos que lo que buscaban era posiciones cercanas al poder cuando terminara el gobierno de Pinochet.

Militantes y dirigentes que nunca tuvieron formación doctrinaria, que venían desde la derecha o desde el radicalismo, pasaron a orientar los quehaceres del partido tratando de ubicarse en ese “centro político” que olvidaba el pensamiento original de un proyecto de sociedad democrática, pluralista, justa, solidaria.

Y de esta forma se convirtió en irrelevante, siguiendo el mismo camino que el Partido Radical, pero sin el apoyo internacional que éste tiene en la Internacional Social Demócrata y que le asegura cierta supervivencia.

Cuando miro el mundo –incluido nuestro país– me declaro más convencido que nunca de que las ideas que sustentan la doctrina de la Democracia Cristiana son un excelente camino de solución. Lo que sucede es que los centristas que la han dirigido en las últimas décadas, con una o dos excepciones, relegaron el pensamiento para favorecer intereses inmediatos.

La Democracia Cristiana puede desaparecer, los radicales sobreviven angustiosamente, el PPD (partido sin doctrina sino sólo instrumental como se definió) va por ese mismo camino. A la luz de los acontecimientos, algo así puede pasarle al Frente Amplio, pero como su historia es más breve y su doctrina no es tan clara, probablemente demore menos en difuminarse.

Estos partidos que perdieron su identidad y su proyecto, no tienen peso ni capacidad de convocar al pueblo chileno, que no adhiere a las instituciones sino que comienza a creer en los liderazgos personales. Este es el peligro, porque hay líderes sin sustento ideológico (Parisi, Enríquez y otros), más algunos que tienen como propuesta el modelo que quisieron instalar Pinochet, Guzmán, Büchi, con el eficaz apoyo de Contreras Sepúlveda y sus sucesores.

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La polarización

La elección primaria 2025 no la ganó el Partido Comunista: la ganó el liderazgo y la imagen sonriente y casera de una mujer parecida en su estilo a Bachelet.

Tal como la expresidenta en 2005 fue instrumentalizada por la propaganda y la prensa derechista para derrotar a Alvear (era el golpe de gracia a una deteriorada Democracia Cristiana), ahora hizo lo mismo con Jara.

El día de la elección primaria El Mercurio publicó en la portada del cuerpo D su foto en color a todo lo alto, y luego en el interior la foto de los cuatro candidatos, con ella en colores y los demás en blanco y negro.

A eso agrego lo que algunos compañeros de colegio (viejos como yo, pero derechistas a morir) decían: “a votar por Jara para evitar a Tohá en la elección de noviembre”. Así les fue y ahora la derecha está aterrada por el “peligro comunista”, la dictadura del proletariado, la expropiación de sus bienes, el fin de sus sistemas económicos y políticos.

Les puede ir como con Bachelet, que derrotó a Lavín y a Piñera, las mejores cartas de la derecha en ese momento.

En las redes sociales aparecen las descalificaciones hacia Jeannette Jara, la campaña del terror en marcha. Carlos Peña escribe un lúcido artículo publicado en El Mercurio en el que denuncia esta motivación de hacer campañas sobre la base del miedo y no de las propuestas.

Personalmente, tal como él, no le tengo miedo al Partido Comunista, sino que no me gustan sus propuestas pues ellas están construidas desde miradas poco realistas, a partir de análisis equivocados. Eso, desde mi mirada.

Los excomunistas Ottone y Muñoz Riveros, hoy anticomunistas, se suman a esta campaña. El primero ha dicho que no es compatible el marxismo con la democracia, salvo como un paso táctico. Tal como para aquella parte de la derecha chilena que hoy domina el sector, democracia y dictadura son pasos tácticos que usan según la conveniencia de sus intereses.

Si Jeannette Jara es capaz de aceptar un programa de gobierno que movilice al país, que haga más eficaz y eficiente el Estado, que gane la confianza de los privados para que inviertan en Chile en lugar de llevarse sus dineros, que busque la justicia (más que la igualdad), que reduzca los gastos innecesarios, que enfrente los temas de cultura y educación, de salud, podrá ganar adeptos y quizás conseguir triunfar en la elección.

Ella deberá adherir a las ideas que este gobierno, por mano de Tohá y el propio Boric, propusieron en los proyectos de ley sobre seguridad y a los que su partido se ha opuesto tozudamente, para gozo de la derecha. También deberá formular una política internacional que no sea la que ha expresado en la campaña (“Cuba tiene una democracia distinta”).

Tal y como van las cosas, parece que la definición será entre Jara y un derechista: Kast, Kayser o Matthei. Los tres fueron partidarios de la dictadura y, con distintos matices, unos justifican y otros añoran las conductas y leyes represivas.

Deberemos esperar el desarrollo de los acontecimientos y buscar el mejor camino para un país que debe salir de la creciente polarización, para generar un espacio en el que converjan ideas y personas en plena democracia, con participación popular y soluciones a los problemas reales de las personas.

Mientras, agudicemos oídos y miradas, para tomar correctas decisiones.