Leyendo la última obra de un conocido escritor chileno, nacido como yo en la primera mitad del siglo veinte, me encuentro con algunas construcciones propias del inglés.

Un zapping por los matinales y un recorrido de la prensa online acaba de confirmarme la penetración galopante del inglés y los anglicismos en nuestra lengua cotidiana, como muestran las dos palabras destacadas en negrita en este párrafo.

Una notera informa desde La Moneda que el gobierno ha resuelto tomar acción [take action = actuar, tomar medidas] acerca del secuestro del exmilitar venezolano en el barrio Independencia.

En un periódico leo que la pareja del secuestrado pidió por ayuda [asked for help = pidió auxilio].

Otro periódico da cuenta de que un conocido futbolista padece una condición hepática [he suffers from a liver condition = padece una enfermedad o dolencia hepática]

Y un notero dispara micrófono en mano que el número de los raperos chilenos radicados en Miami ha aumentado dramáticamente [has increased dramatically = ha aumentado considerablemente].

Y así podría yo seguir alargando esta lista… dramáticamente… hasta el infinito.

La influencia de unas lenguas sobre otras existe desde la noche de los tiempos como resultado de las migraciones, guerras, conquistas, invasiones, el comercio y todo tipo de intercambios.

Así, nuestro castellano chileno se halla trufado de infinitos mapuchismos, como pichiruchi, chuchoca, curiche.

Las lenguas romances de Europa occidental, como el castellano, el francés, el italiano, el portugués, nacieron de la combinación del latín con las voces de los invasores bárbaros que irrumpieron a partir del Bajo Imperio Romano.

Los navegantes y mercaderes del Mediterráneo y los habitantes de sus costas se entendían tradicionalmente en la lengua franca llamada Sabir, cóctel de lenguas como el castellano, el francés, el catalán, el judeoespañol, el árabe.

Idioma de los piratas fue el legendario papiamento, mezcolanza de lenguas de origen latino y del neerlandés y el inglés, con el arahuaco y otras lenguas caribeñas, y las de los esclavos traídos de África. El papiamento es actualmente el idioma oficial de los territorios del ABC: Aruba, Bonaire y Curazao, antiguas Antillas holandesas.

El francés tuvo su hora de gloria mientras fue el idioma de la realeza europea, incluso la de los zares de todas las Rusias.

El lema de la corona británica es hasta hoy la oración francesa “Honni soit qui mal y pense”, que los historiadores traducen: “Que la vergüenza caiga sobre todo aquel que piense mal”.

El francés fue asimismo la lengua de la diplomacia, hasta que fue remplazado por el inglés a partir de la creación de las Naciones Unidas, en San Francisco de California, en 1945.

El dominio de los océanos ejercido otrora por el imperio británico determina que hasta hoy, en las comunicaciones de los buques entre sí y con las autoridades portuarias, predomine el inglés como lengua del mar: el “seaspeak”.

El peso de los Estados Unidos en la revolución industrial convirtió el inglés estadounidense en el idioma de la tecnología, tan es así que la ex URSS tuvo que presentar a los organismos internacionales su informe de miles de páginas sobre la catástrofe nuclear de Chernobil… en inglés.

Para comunicarse entre ellos y con las torres de control, los pilotos de aviones comerciales deben utilizar el inglés aeronáutico.

Últimamente la influencia de un idioma sobre otro, fruto tradicional del contacto de diversas poblaciones, se produce cada vez más por vía digital.

Desde el día uno, el leguaje de la Internet [International Network] y de la WWW [World Wide Web] ha sido el inglés.

Los millennials integrantes de la generación Y así como los centennials de la generación Z son nativos digitales, cuya vida transcurre en gran parte en la Internet y las redes sociales, una nube donde la gramática española se bate en retirada y predomina una jerga basada en el inglés.

No es raro, pues, que los periodistas salidos de las escuelas en los últimos años practiquen una jerigonza cargada de anglicismos y alejada del castellano académico.

Sin negar el valor positivo de los anglicismos que llenan un vacío o una carencia, quienes todavía podemos hacerlo nos esforzamos por preservar, dentro de lo posible, cierta pureza de nuestro idioma.

Leyendo la última obra de un conocido escritor chileno, nacido como yo en la primera mitad del siglo veinte, me encuentro con algunas construcciones propias del inglés, como esta:

–Me introdujo a Edgardo [He introduced me to Edgardo = me presentó a Edgardo]

Se trata de “Allende y el museo del suicidio”, novela de Ariel Dorfman, quien ha vivido y desarrollado su labor académica durante muchos años en los Estados Unidos.