A los 90 años falleció por un cáncer este miércoles Michael Collins, uno de los tres astronautas que formó parte de la misión Apolo 11, la cual llevó al ser humano por primera vez a la Luna en 1969.

“Mike siempre enfrentó los desafíos de la vida con gracia y humildad, y enfrentó este, su desafío final, de la misma manera”, escribieron sus cercanos en redes sociales.

Pese a la enorme confianza que tenía Collins en sí mismo y en sus compañeros durante el Apolo 11, luego de regresar a la Tierra, el astronauta admitió cual era su máximo temor en el marco de la compleja misión. La historia es la siguiente.

La misión de Apolo 11 concluyó de manera exitosa, marcando uno de los hitos más importantes en la historia de la raza humana. Pese a esto, las probabilidades de que algo -o todo- saliera mal, eran altas.

De hecho, para anticipar una posible tragedia, el presidente norteamericano de aquel entonces, Richard Nixon, hizo preparar un homenaje.

“El destino dictó que los hombres que fueron a explorar la Luna en paz, descansarán en la Luna en paz”, señalaba el concurso que habían preparado en caso de que los astronautas no hubiesen podido regresar, el cual felizmente no fue utilizado.

En 1999, William Safire, responsable de la mayoría de los discursos de Nixon, explicó que la parte más riesgosa de la misión era lograr que el módulo lunar volviera a ponerse en órbita para así unirse a la nave de mando.

No obstante, reveló que en caso de que no pudieran, los astronautas “serían abandonados en la Luna” y solo tendrían dos opciones: “morir de hambre o suicidarse”.

Armstrong, Collins y Aldrin | NASA

El piloto del módulo de comando, cuya función fue permanecer en órbita mientras sus compañeros Neil Armstrong y Buzz Aldrin caminaban sobre la superficie lunar, fue precisamente Collins, quien reconoció que temía no volver a verlos más.

“Mi miedo secreto desde hace seis meses ha sido dejarlos en la Luna y regresar solo a la Tierra”, confesó Collins después de volver a la Tierra.

“Si no consiguen despegar o se estrellan, no voy a suicidarme. Volveré a casa, pero seré un hombre señalado durante el resto de mis días, lo sé”, agregó.

Felizmente no tuvo que volver solo. El único motor del módulo lunar se encendió, el acoplamiento funcionó y los tres hombres regresaron a la Tierra.

Cuando llegó la hora de marcharse, los astronautas estaban cubiertos de polvo. En el módulo olía a “ceniza mojada en una chimenea”, describió Armstrong.

Al final, la cápsula, de la que se habían desprendido los módulos inútiles, pesaba 12 toneladas, un peso ínfimo si se compara con las 3.000 toneladas iniciales.