Llorando de alegría, los familiares de los sobrevivientes del incendio en un penal hondureño que dejó 358 muertos lograron este sábado verlos, abrazarlos y llevarles alimentos por primera vez desde que ocurrió la tragedia, hace cuatro días.

Las autoridades mantienen por ahora a los casi 500 reos sobrevivientes en lo que quedó de la cárcel de Comayagua, 90 km al norte de Tegucigalpa, consumida por el fuego en casi el 50% en la noche del martes al miércoles pasados por causas que están siendo investigadas con la ayuda de expertos estadounidenses.

Decenas de personas, que el primer día de la emergencia llegaron incluso a enfrentarse con la policía desesperadas por entrar para saber si sus familiares seguían con vida, vieron este sábado por fin abrirse para ellas las puertas de la prisión para permitirles cortas visitas.

Una de las primeras en ingresar hasta un predio anexo al presidio, donde se instalaron toldos para que los reos recibieran sus visitas, fue la joven Vilma Consuelo Huezo.

Salió del penal con una amplia sonrisa, pues pudo ver a su padre, Julio César, a quien llevó ropa limpia y varias botellas de agua.

“Me dijo que está bien. Dice que se sintió como en el infierno pero ahora cree que la vida le ha dado otra oportunidad de vivir. Se siente muy feliz y yo también porque creí que nunca lo iba a poder ver de nuevo”, relató Vilma Consuelo a la AFP.

Cerca de ella, otros muchos familiares, con bolsas en mano llenas con botellas de agua o jugos y alimentos, esperaban pacientemente en una fila para poder ingresar bajo la mirada vigilante de los policías.

María Nolvia Hernández, una humilde mujer con sus pies llenos de polvo regresaba, junto con sus tres hijos, de ver a su esposo, Francisco Hernández, quien en el incendio sufrió algunas heridas en su cuerpo, ninguna grave.

“Estoy feliz porque lo vi. Los niños creían que estaba muerto, pero ya van tranquilos: vieron a su papá”, declaró.

Su esposo, explicó, le pidió “el favor” de no preguntarle nada sobre lo ocurrido en el incendio pues “se siente mal al recordar que varios de sus amigos murieron y que él se salvó”.

Una de sus hijas, Milady Saraí, una pequeña niña de cinco años, contó a la AFP que su papá al verla la abrazó y le susurró al oído “te amo” y que luego “se puso a llorar”.

Pero la alegría de quienes pudieron ver a sus familiares contrastaba con la angustia de unos pocos que afirmaban que sus parientes no aparecen en el listado de muertos ni en el de sobrevivientes.

“Es angustiante y frustrante que mientras toda esta gente va a poder entrar a ver aunque sea un ratito a su familiar, a nosotros nadie nos diga dónde está la persona a la que buscamos y que no aparece por ningún listado”, se quejó entre lágrimas el joven Isaias Carrillo, quien intenta tener noticias de su hermano Santos Carrillo, de 28 años, desde el día del incendio.

Mientras se realizaba la visita en el penal, otros enterraban a algunos de los reos muertos, oriundos de Comayagua, en el humilde cementerio municipal de la ciudad.

Destrozados por la muerte del joven Ibis Javier Avila, de 19 años, su padre, Adán, y su abuela, Isabel Discua, permanecían, acompañados por unos pocos amigos, junto a la fosa, que abrieron con sus propias manos.

“Es difícil tener que sepultar a mi muchacho. Nunca pensé que a mí me tocaría enterrarlo. Él me tenía que enterrar a mí, pero estas muertes no pueden quedar sin justicia”, dijo Avila a la AFP.