“La sanidad está que se hunde”, dice el cirujano Javier Leonardi mientras a su alrededor suena un estruendo de petardos lanzados por cientos de médicos y enfermeros que, frente al gobierno catalán, simulan un campo de explosivos para denunciar que “se está minando la salud”.

“Salvo excepciones, todas las actuaciones que no son urgentes u oncológicas están suspendidas”, asegura Leonardi, cirujano del Hospital de Terrassa que junto a más de 600 efectivos médicos protesta en Barcelona frente a la consejería de Salud del gobierno regional en el segundo día de huelga contra los recortes.

Agitan pancartas e insisten en pedir dimisiones políticas por el recorte de un 10% del presupuesto de la sanidad pública catalana, unos 1.000 millones de euros, impuesto por el gobierno de la región dentro de un “plan de choque” para luchar contra el déficit público.

Más de 16.500 efectivos médicos de Cataluña estaban convocados el martes y el miércoles a un paro, seguido por el 73% del personal según el sindicato convocante, el 20% según las autoridades.

Pero la indignación también es patente en los pacientes.

Hortensia Clemente tiene 59 años, “57 de los cuales en tratamiento por problemas respiratorios”, explica. “Ahora me afecta al corazón y llevo mascarilla de oxígeno por las noches”, se presenta sintetizando su historia clínica.

“Me manifiesto con los médicos porque ya se notan los efectos de los recortes”, denuncia Hortensia, en nombre de “los crónicos que somos quienes más sufrimos todo esto”.

Antonio Moreno Navarro, de 65 años, tiene cáncer de vejiga y lleva un cartel dirigido a Artur Mas, presidente del gobierno regional catalán: “Sr Mas, quiero vivir, no me recorte la vida”.

Relata que en junio pasado tenían que practicarle una intervención. “Estando casi en el quirófano me enviaron a casa porque no había anestesista… son cosas de todos los días”, lamenta.

En otro extremo de la ciudad, unas 700 personas, entre personal sanitario y vecinos del barrio de Bellvitge, donde se encuentra uno de los mayores hospitales catalanes, cortan el tráfico de entrada y salida de la ciudad, provocando un enorme atasco durante 20 minutos.

Al frente de la manifestación hay unos 60 ancianos que desde el 28 de octubre ocupan un dispensario cercano para impedir que sea definitivamente cerrado.

“Queremos que vuelvan los médicos y que el ambulatorio vuelva a funcionar normalmente porque su cierre afecta a muchas personas”, dice Manuel Albolacid, de 75 años, un andaluz que en los años 1970 trabajó en la cosecha de la remolacha en Francia. “Después me instalé en Bellvitge”, explica.

Asunción, de 67 años, agita una pancarta y hace sonar furiosamente un silbato. “Nos han trasladado los médicos a un kilómetro y medio, por eso somos tantos en protestar”, explica.

Son unos 500 “abuelos” entre 60 y 80 años que se turnan para ocupar el ambulatorio, en cuyo interior abundan las pancartas, las denuncias y las paredes escritas, como si de un aula universitaria en ebullición se tratara.

En lo que era la recepción del ambulatorio, Miguel S. Aparicio, poeta de 76 años, se encarga de recoger reclamaciones y juntar firmas contra el cierre del ambulatorio.

“Ya he juntado unas 3.000 reclamaciones de usuarios o vecinos y más de 10.000 firmas contra el cierre”, relata.

Afuera, en los balcones de los diferentes bloques de pisos de esta ciudad dormitorio, cuelgan cartelones contra el cierre.

“Todos los días a las 17H30 salimos a marchar por la ciudad para que no se olviden. Yo antes dormía en esta ciudad, pero desde que me jubilé, vivo en ella”, dice Tudela Peribañez, de 66 años que hace su paseo diario por la enfervorizada rambla local.