El gobierno de Rafael Correa conmemora el éxito de la democracia sobre la intentona golpista que denunció hace un año, pero los deudos de Juan Pablo Bolaños creen que ese episodio fue una derrota para todos los ecuatorianos que no pudieron evitar su muerte y la de otras nueve personas.

Con el eslogan “30S, el día que triunfó la democracia”, el gobierno desplegó una campaña para recordar el 30 de septiembre de 2010, cuando cientos de policías se alzaron por una ley que reformó sus prebendas y en medio de las protestas retuvieron al mandatario en un hospital de la institución en Quito.

Mateo, hermano de Juan Pablo, un estudiante de economía de 24 años asesinado de dos balazos durante la operación militar que rescató a Correa, respalda que ese día “triunfó la democracia” que el joven salió a defender.

Pero esa victoria, dice, no tapa la derrota que sufrieron los ecuatorianos como sociedad y las familias de los muertos: además de Juan Pablo, dos militares, dos policías y cinco civiles (durante saqueos en Guayaquil, suroeste), y casi 300 heridos.

“No ganó nadie porque se perdieron vidas que es lo más doloroso, es algo irrecuperable, invaluable, el dolor de una madre, de un hermano, las secuelas para toda la vida, eso no se paga con nada”, reflexiona Mateo, de 26 años, en su habitación de una modesta casa de Quito donde la familia vive en alquiler.

“Los derrotados fuimos todos, especialmente los que perdimos a nuestros familiares. Lo volvería todo atrás y me quedaría con mi hermano en casa”, añade Mateo en el cuarto contiguo al de Juan Pablo, donde aún está su cama.

El 30 de septiembre los dos hermanos, huérfanos de padre, se sumaron a simpatizantes oficialistas que marcharon hacia el hospital donde Correa se refugió tras ser agredido en un cuartel al que fue para sofocar la protesta.

“No es que compartiera todas las ideas del presidente, pero decía que el país estaba loco, que no era la forma de reclamar”, cuenta el joven, quien, ante la dura represión, convenció a su hermano de volver a casa.

Pero al regreso Juan Pablo se encontró con un amigo y decidió retornar al sanatorio.

“Se bajó de la moto y dijo ‘me voy’”, recuerda el joven, que dos horas después vio por televisión la muerte de Froilán Jiménez, un policía que no se plegó a la rebelión y apoyó el rescate.

“Poco después me llamaron del hospital pidiéndome que lo fuera a ver. Lo encontré acostado, pensé que estaba herido o dormido, pero me dijeron ‘su hermano falleció’”, añade Mateo con los ojos húmedos.

“Nunca pensé que la Policía los fuera a recibir a balazos, les apuntaban a matar”, sostiene la madre de los muchachos, Olga Fernández, una cantante aficionada de 51 años a quien Juan Pablo ayudó a grabar un disco.

Con las versiones de dos testigos, la familia reconstruyó los últimos minutos de vida del joven, asesinado mientras estaba tendido en el piso protegiéndose de la balacera junto a los militares destinados al rescate.

“Nadie puede decir de dónde vinieron las balas”, afirma Mateo, señalando que un balazo en la cabeza cegó la vida de su hermano.

Mateo es ahora el sustento del hogar, un desafío que ha podido sobrellevar con un empleo que el gobierno le consiguió en una entidad pública.

Pero una deuda sigue pendiente: el castigo a los asesinos. “Se está queriendo dejar esto en la impunidad”, dice.

Los Bolaños pasarán este 30 de septiembre en familia, al margen de una concentración que el oficialismo convocó en Quito para recordar los hechos.

Sin embargo, discrepan de la familia de Froilán Jiménez, una de cuyas hermanas aseguró que con ese acto se pretende “bailar sobre la tumba” del oficial.

“No es que estemos festejando, es recordar lo que pasó”, dijo la madre, mientras Mateo espera que sea un día para reflexionar sobre esta página oscura de la historia de Ecuador, que pese a su convulsiones políticas había logrado mantener la violencia a raya.