Una decena de científicos chinos e indonesios aprenden en un laboratorio de Estados Unidos nuevos métodos de seguridad alimentaria, en el marco de un programa que busca reducir las enfermedades transmitidas por los alimentos sin aumentar las inspecciones.

Cerca de un billón de dólares en alimentos se comercializan cada año en todo el mundo, pero sólo una pequeña parte (de 1% en Estados Unidos a 10% en Japón) es estudiada para descartar contaminantes.

Sin embargo, por lo menos 1,8 millones de personas mueren al año por enfermedades causadas por alimentos o agua contaminada, y “los países en desarrollo son los más afectados por el problema”, según la Organización Mundial de la Salud.

Teniendo en cuenta los altos costos de una epidemia -tanto en vidas humanas como en pérdidas económicas- los gobiernos de todo el mundo están buscando formas de mejorar la seguridad de los alimentos sin tener que aumentar la vigilancia en sus fronteras.

Un nuevo enfoque al problema se divulgó esta semana en un campus universitario en las afueras de la capital estadounidense, en un centro llamado Laboratorio Internacional de Entrenamiento en Seguridad de los Alimentos (IFSTL, por su sigla en inglés).

El IFSTL tiene su sede en la Universidad de Maryland, donde docentes y reguladores del gobierno de Estados Unidos cuentan con tecnologías avanzadas para capacitar a científicos internacionales sobre inocuidad de los alimentos.

La administradora del IFSTL, Janie DuBois, dijo que es el primer laboratorio de su tipo en el mundo capaz de detectar residuos de plaguicidas para micotoxinas y bacterias patógenas como salmonela y E. coli.

“Todo el mundo quiere saber qué es la regulación y entender cómo se supone que deben poner en práctica su programa científico para cumplir con esa regulación”, dijo DuBois.

“Estados Unidos no está imponiendo sus métodos a otros países”, añadió. “Realmente hay una meta más grande de armonización de las técnicas”.

Esas prácticas son necesarias porque las importaciones de alimentos en Estados Unidos se han casi duplicado en la última década, de hasta 41.000 millones de dólares anuales en 1998 a 78.000 millones en 2007, según cifras del Departamento de Agricultura (USTR).

Si bien los brotes mortales -como la reciente propagación de E. coli en Alemania y Francia, que se remonta a la alholva contaminada egipcia- alertaron a los consumidores, el IFSTL no fue creado en respuesta a un temor en particular.

El laboratorio surgió por modificaciones de la ley de inocuidad de los alimentos, firmada por el presidente de Estados Unidos Barack Obama.

La ley exige que el gobierno “amplíe la seguridad técnica, científica y normativa de los alimentos de los gobiernos extranjeros y sus respectivas industrias alimentarias, que a su vez exportan alimentos a Estados Unidos”.

Así que ahora, a un costo de unos 2.500 dólares por semana por estudiante, los gobiernos y las empresas privadas pueden enviar a sus científicos de seguridad alimentaria a capacitarse en el laboratorio de Estados Unidos.

“Hemos aprendido muchas cosas que no sabíamos antes”, dijo a la AFP Jackie Han, supervisor chino de pruebas de aditivos alimentarios.

“Nuestro objetivo es ser el puente entre China y los países extranjeros, entre exportadores e importadores”, dijo Han, uno de los estudiantes extranjeros que integran la primera clase del laboratorio.

Esto es una buena solución para China, cuyas exportaciones a Estados Unidos van en aumento, pero también para Estados Unidos, que no tiene que realizar tantas inspecciones.

Actuar de otra manera, cuando el 60% de los productos alimenticios y el 80% de los mariscos que se consumen en Estados Unidos proviene de otros países, sería demasiado caro, dijo Paul Young, director de análisis químico en Waters Corporation, que suministró equipamiento al IFSTL.

“Las pruebas en las importaciones, si bien son por cierto importantes, no son la solución. La solución tiene que ser integrada en los sistemas de producción en el país de origen”, agregó

Los responsables del IFSTL prevén dar de 15 a 20 cursos al año, con el objetivo a largo plazo de replicar el modelo en otros países.

“El siguiente paso es la construcción de una red mundial de laboratorios interconectados para que puedan compartir los programas y las mejores prácticas”, dijo Young.