Una ola de críticas cae sobre Pakistán, que van desde acusaciones de doble juego en la lucha antiterrorista a ingratitud pese a los miles de millones de ayuda estadounidense, pero el gobierno de Barack Obama aboga por seguir con esta “complicada” cooperación con los paquistaníes.

La muerte de Osama bin Laden, quien se mantuvo refugiado durante seis años en una ciudad a apenas 100 kilómetros al norte de la capital paquistaní, fue la gota que derramó el vaso de una serie de incidentes desatados desde principios de año que dejaron en un estado lastimoso la relación entre ambos países.

Las punzantes críticas sobre la acción de Pakistán, aliado de Washington desde hace varias décadas, se transformaron ahora en una abierta requisitoria de numerosos analistas y observadores.

“La sospecha mutua y la falta de cooperación se cristalizaron” después de la muerte del jefe de Al Qaida, resume la presidenta de la comisión de información del Senado, Dianne Feinstein.

Varios parlamentarios quieren cortar toda asistencia a Pakistán, que recibió 21.000 millones de dólares de ayuda estadounidense desde 2001, 14.000 millones de los cuáles estaban destinados a seguridad, según un informe del servicio de investigación del Congreso (CRS).

Se acusa a Islamabad además de proteger ciertas redes extremistas que alimentan la insurrección en Afganistán.

Humillados por el operativo inconsulto del comando especial estadounidense en su propio territorio, el ejército paquistaní ordenó “una disminución muy importante” de los efectivos de instrucción militar norteamericanos presentes en Pakistán, reconoció el militar estadounidense de más alto rango, el almirante Mike Mullen.

El servicio secreto de Pakistán (ISI) detuvo por su parte a cinco informantes paquistaníes que habían ayudado a la CIA antes del operativo contra Bin Laden, según The New York Times.

Pero el Ejecutivo quiere mantener la cabeza fría. “La larga historia de la relación estadounidense paquistaní tuvo sus altos y bajos”, relativizó el jueves el secretario de Defensa, Robert Gates, durante una conferencia de prensa.

“Es una relación en la cual debemos trabajar ambas partes. Y es complicado”, reconoció.

Ambos países necesitan uno del otro, según sus estimaciones. No solamente por la situación en Afganistán, donde Pakistán despliega a 140.000 hombres a lo largo de la frontera, sino porque Pakistán, que es además potencia nuclear, es un actor importante para la estabilidad regional.

“La clave es conservar las líneas de comunicaciones abiertas entre nuestros gobiernos y continuar comunicándonos unos con otros tan abiertamente y honestamente como sea posible”, aseguró Gates.

El jueves frente al Senado el secretario de Defensa se había mostrado muy cínico.”Después de 27 años en la CIA y cuatro años y medio en este puesto, diría que la inmensa mayoría de los gobiernos se mienten unos a otros. Y así es como esto marcha”, añadió sin citar específicamente a Pakistán.

El almirante Mullen por su parte, que reivindicó su proximidad con el general paquistaní Ashfaq Kayani, jefe del Ejército y hombre fuerte de Islamabad, fue más tranquilizador en sus declaraciones. Aseguró que después del episodio de Bin Laden, el ejército paquistaní hace su “introspección” y que será necesario “dejar un poco de tiempo y un poco de espacio” pero “habrá ocasiones para que las relaciones mejoren”.

El mismo discurso provenía del departamento de Estado, donde se habla de una relación “fuerte” entre los dos países a pesar de las “dificultades”.

En la Casa Blanca también, la relación bilateral es percibida como “complicada” pero “extremadamente importante”. Para el portavoz Jay Carney, la colaboración de Pakistán es “vital y esencial en nuestra guerra contra los terroristas y el terrorismo”.