Quino, ¿cómo decirle adiós?

30 septiembre 2020 | 21:42

No logro imaginar una vida sin Mafalda. Desde niño siempre estuvo ahí, al principio sólo haciéndome reír, con el tiempo se convirtió en un espejo. Sus personajes, a diferencia de los de la historieta yanqui, eran como uno, habitaban espacios familiares a nuestra realidad.

Ella, Felipe, Manolito, Susanita, eran mis amigos y yo, en un Chile de los ochentas en dictadura, Mafalda no era una forma de evasión, todo lo contrario, era un espacio formativo, de crítica social, una brújula con la que muchos nos criamos en un entorno dominado por el autoritarismo y la naturalización de la opresión. Detrás de ella estaba Joaquín Salvador Lavado Tejón, mas conocido por todos nosotros como Quino.

Era ayer que celebrábamos el cumpleaños 56 de Mafalda, la figura que eleva a Quino a ícono cultural latinoamericano. Porque eso es. Un artista que logra salir del nicho de la historieta para alcanzar a un público vasto e intergeneracional. No es mucha la gente que lee cómics, pero prácticamente todas y todos conocen a Mafalda. Y ese salto no lo daba con un texto simplón o liviano, sino con uno que expresa las complejidades de nuestra cultura. La pequeña Mafalda y su grupo nos hablaban sobre el temor a la guerra atómica, sobre la pobreza, sobre la familia, sobre la Libertad. Y sí, con mayúscula porque no era sólo un tema, sino también un personaje de la tira cómica, introducido en febrero de 1970.

Pocas veces he visto metáfora más perfecta: una niña muy pequeña, de frágil apariencia, pero en extremo directa y sabia. Apenas tres años después, en Chile veíamos con horror la real fragilidad de este valor, cuando fuerzas del Ejército bombardeaban La Moneda implantando una dictadura feroz. Proceso que se repite en Argentina, en 1975. La libertad que nos arrebataron nuestros ejércitos, hoy vuelve a estar al frente de las luchas sociales, donde la opresión ya no solo es desde la violencia física, sino también desde un sistema que te impone ser un consumidor, antes que un ciudadano, manteniendo vigente la metáfora de Quino.

Otro aspecto presente en la tira de la pequeña niña surgida en 1964 y que cruza la obra del artista, es su carácter universal e imperecedero. Cuando lees a Quino lees al Mundo, de inmediato se me viene a la memoria la tira de un hombre sentado sobre un planeta con forma de bomba. El hombre piensa “Menos mal que el mundo arde siempre por otro lado”. El autor ironiza con esa obsesión de los medios de informar sobre los grandes problemas de otras latitudes, muchas veces tapando las problemáticas locales y disminuyendo el alcance de los conflictos, algo que hoy sigue presente.

Cómo no recordar el nombre de la única mascota de Mafalda, Burocracia, una tortuga que nos refiere al espacio de la tramitación, a esa lentitud del sistema tan presente en nuestras latitudes, que en esencia es una barrera para alcanzar el bienestar. En estos ejemplos vemos ironía, incluso cinismo, pero Quino también sabía de ternura, algo muy presente en nuestros sufridos pueblos que a pesar de toda la tristeza, o quizás debido a ella, somos gente expresiva, querendona, de abrazos y caricias.

Se me viene a la mente esa donde Mafalda besa con fuerza a su padre antes del trabajo, y en otro cuadro lo vemos en el transporte público. Todos amargados, él sonriendo y con el espacio del beso sin afeitar. Ese tipo de humor era el del mendocino. Uno con rango, sencillo pero no simplista, auténtico e innegablemente brillante.

Junto a lo universal, la obra cumbre de Quino tiene otros méritos extraordinarios. Mafalda le dio a su creador la capacidad de mirar la sociedad a través de los ojos de una niña, identificando lo que estaba bien o mal desde la esencia, sin vicios que enturbian el análisis, y de paso regalándonos a una de las mas importantes heroínas de nuestras latitudes.

Porque algo que distinguió al artista de otros grandes de la historieta argentina, como Fontanarrosa o Caloi, fue esa capacidad de crear un personaje femenino protagónico que no está determinado por los roles de género, y que incluso los desafía. Basta recordar la tira donde un vendedor toca la puerta y le pregunta a Mafalda “Buen día, nena. ¿Está el jefe de la familia?” A lo que ella responde, “En esta familia no hay jefes, somos una cooperativa.”

Con esta sola frase el artista no sólo desafía los roles predeterminados socialmente, también critica el adultocentrismo al dotar a Mafalda de un rol activo y consciente en su familia. De pasada le cierra la puerta al capitalismo representado en la figura del vendedor. Además, se refuerza con definir al grupo familiar como una cooperativa y todo se conjuga en una bofetada al patriarcado, que es el elemento productor de estas prácticas. O sea, estamos frente a un historietista con una lucidez y capacidad de síntesis extraordinarias.

Finalmente quiero recordar una anécdota. En 2013 reporteaba la 39a Feria del Libro de Buenos Aires. Ese día dos rockstars firmaban: Liniers y Quino. El primero era el artista del momento, el futuro del humor gráfico argentino; el segundo representaba la historia, la tradición, un genio ya consagrado. Las filas de ambos eran kilométricas.

Al llegar mi turno frente a Quino me sentía simplemente feliz. Le paso el libro y le dije “Muchas gracias por todo lo que ha hecho”, Quino me mira con cierta incredulidad al principio y luego me regala una sonrisa y asiente, sin poder disimular la incomodidad que le causaba mi comentario, probablemente debido a esa humildad que lo caracterizaba y que era fascinante considerando el legado que había construido y el tamaño de la persona que es.

Porque al igual que Libertad, él era una figura pequeña y de aspecto frágil, pero que emanaba grandeza, sabiduría y su sola presencia producía que la gente se iluminara. Para quienes estábamos ahí ese era un momento importante en nuestras vidas; para Quino era una oportunidad de compartir con sus fanáticos y de alegrar a los demás.

Será difícil despertar y pensar que Quino ya no existe, que alguien que nos acompañó desde niñas y niños hoy no habita este plano. Ni siquiera puedo llegar a imaginar cómo poder decir adiós a alguien tan brillante, valiente e importante para tantas y tantos de nosotros. Lo que es seguro es que lo extrañaremos, que su inmensa obra lo sobrevivirá, y también a nosotros, lo que es bueno y necesario, porque su mensaje es hoy tan fundamental como lo era ayer.

En ese sentido, tal vez no es necesario decir adiós, sino muchísimas gracias y hasta siempre.

Fernando Venegas T.
Periodista
Sub director de Comunicaciones UdeC
LosEternautas.com
En Twitter: @fdo_venegas