Arrastrado André Breton y su movimiento surrealista nada menos que a lo insípido de una efectividad rebelde y fusión con la vida que no fue, responde en Arts del 12 de octubre de este 1951, con el artículo “Sucre jaune”: “indigencia de puntos de vista”, “las tesis más sospechosas del mundo”, “ultra derrotista”.
Arts, agotada, ya está en la reventa y se vocea en la calle; el respetable acomodado en sus asientos, exige una respuesta de el extranjero. Camus rebate en el mismo Arts, el 19 de octubre: “Nuestros credos políticos y filosóficos nos han llevado a un callejón sin salida donde todo debe ser cuestionado, desde la forma de propiedad hasta la ortodoxia revolucionaria”; “La violencia inconsistente de su reacción solo prueba que finalmente hemos llegado a las verdaderas preguntas”.
Breton vuelve a la carga ahora bajo la forma de una conversación con Aimé Patri reforzando sus desacuerdos contra El hombre rebelde, conversación a la que de nuevo contesta Camus en Arts, subiendo ahora más el tono: “Le gustaría (a Breton), por ejemplo, que en la decadencia en que el mundo está hoy, solo los marxistas fueran culpables; y es por eso que reconoce en mi libro el privilegio de ser capital, ya que contiene una crítica al marxismo. Pero eso sería demasiado bueno. No hay nihilismo bueno ni malo, solo hay una aventura larga y feroz en la que todos somos partícipes”.
Camus, en posesión de información veraz sobre los campos de concentración soviéticos (dos publicaciones-denuncia en Figaro Littéraire habían causado conmoción y generado un rechazo cínico y destemplado de los intelectuales de la izquierda comunista: la primera de David Rousset, del 12 de noviembre de 1949, y la segunda, de Margerete Buber-Neumann, del 25 de febrero de 1950), y tomando postura ante la nueva destrucción en marcha, le representa a Breton: “Uno de los hombres más informados del drama de la época comienza a distribuir certificados de poesía, niega lo que sabe, descuida estudiar lo que combate, ignora la dignidad de los demás e insulta como uno sueña”.
Como una de las capas del libro es el mal, la soberanía, violencia, víctima y victimario, hay un observador eminente muy atento a estos dimes y diretes que siguieron en Arts: Georges Bataille (quien podía filosofar sobre la uña del dedo gordo del pie) terciando con el artículo “Le temps de la révolte” (El tiempo de la rebelión) I y II en la revista Critique, en una especie de papel mediador con líneas de desarrollo propias a través de Kant, la Rama dorada de Frazier, Hegel, Jacques Lequier: “La cosa es bien clara: estos siglos apenas se parecen a los que los precedieron, y en las convulsiones que los atraviesan, el destino de la humanidad está completamente en juego; por eso es tan importante saber qué significa la fiebre, o más bien el delirio que nos anima, por lo que fue necesario por fin iluminar en sus ángulos ocultos y su profundidad un problema reducido en principio a la vista de la superficie”.
Eje de la reflexión de Camus lo constituye un par de palabras que provocan sorpresa y también cierta ironía por lo inaudito de sus alcances. Se trata del par “mesura-desmesura” aplicable a la rebelión-revolución y su valor desigual. Para Camus el pensamiento nihilista, por no tener noción de límite, se arroja a un movimiento uniformemente acelerado; el resultado desastroso es que la ausencia de la noción de límite es capaz de pervertir toda una revolución, y encaminarla en poco tiempo a la negación de sí misma hasta la destrucción. El origen de la desmesura y la improporción que la informa responde al marco de referencia de su época: “Las ideologías que conducen a nuestro mundo nacieron en la época de las magnitudes científicas absolutas.
Nuestros conocimientos reales no autorizan, por el contrario, sino un pensamiento de magnitudes relativas” (Camus está atento a la teoría de los quanta, al principio de indeterminación, la relatividad restringida). ¿No se justifica la desmesura –asesinato, sumisión, tortura, campos de internación, crematorios, centros de reeducación, etc.– por los objetivos que se alcanzarán?: propiedad colectiva de los medios de producción, partido único, dictadura del proletariado, etc. Camus cuestiona y pone en entredicho los medios eximidos por los fines sagrados.
Breton no puede creer lo que lee en el libro de Camus sobre este binomio sedicioso, y pregunta sarcástico: “¿Una rebelión en la que uno hubiera introducido el equilibrio? La rebelión una vez vaciada de su contenido pasional, ¿qué quiere que permanezca?”. Bataille, de nuevo, le sale al paso: “Como si no tuviéramos frente a nosotros lo que queda de una rebelión (la surrealista) después de treinta años reducida a la violencia de las palabras”. Es el propio surrealismo reducido a una verbosidad sin par, a declaraciones altisonantes –llamativas, ingeniosas– que parecían la rebelión misma y el lenguaje que lo echaría todo abajo, pero que en absoluto había cambiado la vida y en la vida arriesgado verdaderamente muy pocos de sus huestes: Antonin Artaud una de las excepciones-cumbre. ¿Dónde había acuerdo entre Breton y Camus, según Bataille?: “El surrealismo, al principio seducido por la violencia y la astucia de una política realista, se alejó rápidamente de ella cuando conoció los aspectos desproporcionados” (la ruptura de Breton con los comunistas allá por 1935).
La izquierda orgánica francesa, dependiente de Moscú, también le responde agria: Victor Leduc, desde L’Humanité en el artículo “Un breviario de la contrarrevolución: El hombre rebelde de Albert Camus”, del 26 de enero del 52, lo cataloga de “Indigencia intelectual”; “calumnias reaccionarias”, “llamado al terrorismo antisoviético y anticomunista”, de escritor inserto en la cruzada Truman. Desde La Nouvelle Critique (“La rebelión camusiana”, nº 35, abril 1952), revista del partido comunista, Pierre Hervé lo acusa de negar “a la clase trabajadora el derecho de conquistar el Estado”. El Estado es la metafísica, el retorno, la tierra prometida.
Lo que iba a ser la pelea intelectual más de fondo destiñó el afiche. Sartre dejó hablar por él a Francis Jeanson, filósofo y redactor adjunto de Les Temps Modernes. Jeanson le dijo dos cosas atendibles: una, que Camus no exhibía un manejo competente de Hegel y sus derivadas analíticas; la otra es que cada línea del libro pretendía impresionar, pero de una manera operática, rebuscada, sospechosa al fin. Mmm. Pero Jeanson no pudo llegar al fondo ni desbaratar esta reflexión que trataba de entender algo. Siguió un intercambio de cartas públicas más debidas al (des)ánimo que a la alta especulación productiva.
El hombre rebelde desafió al materialismo dialéctico e histórico, negó la pátina científica que el paso del tiempo demostraría un bluff, y anticipó (no linealmente) el remezón político intelectual del eurocomunismo. De igual manera, se vincula a penetrantes hipótesis futuras que interrogarían la dialéctica de Hegel/Marx declarando sus fallos y obsolescencia. Por último, llamaría a la conjunción del par trabajador/creador en nombre de la civilización que vendrá, en que la creación sería el lugar de la muerte de tiranos y esclavos.